TONI ERDMANN
La comedia triste
Pocas veces la comedia suele recibir alabanzas y reconocimientos críticos tales como los que ha obtenido y sigue haciendo Maren Ade con su Toni Erdmann (2016). La razón más probable de por qué cuesta reconocer más como una obra maestra o notable a una comedia que a un drama es el carácter (muchas veces solo aparente) de mera distracción que suele buscar y exhibir el género. El drama, por el contrario, suele ser un espacio más propicio para la reflexión, la sublimación de los subtextos y la mayor amplitud y abundancia de las diferentes capas de lectura. Quizás sea por eso por lo que Maren Ade desecha la etiqueta de comedia al hablar de su película para decir simplemente que es una película en la que, a veces, te ríes. Puestos a poner etiquetas, Toni Erdmann sí es una comedia, pero una comedia triste.
La visita de un solitario padre bromista a su estricta y fría hija, alta ejecutiva de una consultora en Bucarest, sirve como simple vehículo en donde la cineasta, mediante la construcción de un guion lleno de incisivas lecturas sociales y de unos personajes armados con un complejo carácter personal, consigue abordar los grandes temas de nuestro tiempo sin olvidarse al individuo, dentro de su soledad, para rescatarlo mediante el uso del humor. Por un lado, el empleo de la hija, interpretada por Sandra Hüller, sirve para reflejar la vampirización económica efectuada por Alemania en los estados del sur de Europa; entre ellos la Rumanía de la película, representada mediante el fuerte contraste entre los spa de lujo y las chabolas de los obreros autóctonos. La aparición de Toni Erdmann, un estrambótico personaje de falsa melena y dentadura postiza creado por el padre (interpretado por Peter Simonischek), aparece como un simple vehículo para, mediante el disfraz, conseguir traspasar la barrera comunicativa que le separa en la relación con su hija. Un cambio de identidad que le proporciona acceso a una vida nocturna, amorosa o profesional a la que un padre, por el simple hecho de serlo, tiene vetado el acceso.
Tanto la evidente (a veces demasiado) lectura socioeconómica de la película como la triste ruptura generacional que construyen las dos magníficos personajes en torno a los que gira el relato suponen, sin embargo, la base de un extraño sentido cómico. Con una realización formal feísta, sin una estética o unidad visual aparente, el estilo casi documental plagado de largas secuencias de temporalidad dilatada, crea una sensación de contraste y extrañeza en torno a las excentricidades que se empeña en mantener con asombrosa estoicidad el personaje de Simonischek. Mediante una aparentemente clásica confrontación de personajes, el serio y cuadriculado (ella) y el payaso (él), la película va rompiendo las barreas entre ambos. El desarrollo cómico no solo provoca que la férrea ejecutiva de Hüller vaya “erdmanniezándose” progresivamente sino que ambos personajes avancen en su silencioso y cómico grito de ayuda e infelicidad mediante unas acciones que, aunque cómicas, resultan tan entrañables como patéticas. Y es que los personajes de Ade no hacen gracia mediante sus chistes (todos ellos tan anticuados y obsoletos como el principal, una falsa dentadura), sino por el choque que estos elementos provocan al adentrarse en una sociedad tan acostumbrada a todo que los admite sin el rechazo que aún creíamos lógico. Es entonces, al ver al extraño Toni Erdmann integrado dentro de una moderna discoteca, en una tradicional reunión familiar o en una fiesta nudista de motivación empresarial con un extraño disfraz peludo donde el gag realmente funciona. El choque entre el patético y artificioso payasismo de ambos protagonistas y la aceptación extrañada de estos por parte del resto de personajes conforma el principal vehículo de este extraño humor triste, ejemplificado en una escena cómica tan asombrosa y eficaz como la que cierra la etapa en Bucarest de la película.
Por todo ello, Toni Erdmann es un filme que deslumbra a la vez que desconcierta, qué exige al espectador activo plantearse preguntas y sentirse incómodo a la misma vez que le hace reír. Una película sin caminos fáciles ni giros trillados, de ritmo incómodo y buscada irregularidad visual, tonal y argumental. Sin referencias ni analogías evidentes con otras películas, el tercer largometraje de Maren Ade asume su original desconcierto cómico como vehículo para conectar con unos personajes y un espectador de forma apasionante y compleja. Nunca el miedo, la soledad y la angustia sobre un fondo de injusticia geopolítica hicieron tanta gracia sin ser traicionados. Quizás por ello, nunca antes se comprendieron de forma tan sincera.
Rafael S. Casademont
Toni Erdmann (Alemania)
Dirección: Maren Ade/ Guion: Maren Ade /Producción: Maren Ade, Jonas Dornbach y Janine Jackowski / Música: Patrick Veigel / Fotografía: Patrick Orth/ Montaje: Heike Parplies/ Diseño de producción: Laura Einmahl y Ole Nicolaisen / Reparto: Peter Simonischek, Sandra Hüller, Lucy Russell, Trystan Pütter, Thomas Loibl, Hadewych Minis, Vlad Ivanov, Ingrid Bisu, John Keogh, Ingo Wimmer, Cosmin Padureanu, Anna Maria Bergold, Radu Banzaru, Alexandru Papadopol, Sava Lolov, Jürg Löw, Miriam Rizea, Michael Wittenborn
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