TODO HA IDO BIEN
O nada ha ido mal
Debe ser cosa de la edad que los artistas tornen la rebeldía contestataria y la antitradición nihilista que caracterizaba sus obras de juventud en un conservadurismo formal asentado en el reconocimiento internacional de su propia figura. Madres Paralelas, de Pedro Almodóvar, y Tres Pisos, de Nanni Moretti, han constatado recientemente que, cada uno a su manera, los autores herederos de la modernidad hoy sienten una mayor preocupación por explorar el clasicismo y sus mecanismos dramáticos en pos de grandes contenidos, que de proponer una narrativa estéticamente original y abrir camino al lenguaje. El qué se impone sobre el cómo de manera tácita, casi pasiva y natural, para tratar la memoria histórica, la moralidad paternofilial o la muerte asistida, si añadimos el último film de esta incipiente lista, Todo ha ido bien, del algo más joven François Ozon.
Puede que Ozon ande falto de nuevas ideas. «Gracias a Dios» era la frase que, sin querer pero queriendo, se le escapa al obispo de Lyon al comentar la prescripción de los delitos sexuales de la Iglesia y que daba título, además de sentido crítico, a la cinta homónima de 2018. Tres años después, Ozon parte de la misma fórmula para otorgar un cierre conceptual a una película que, al igual que su nombre, pasa sin excesos ni lamentos, sin reflexiones profundas ni proclamas humanistas, por la ambigüedad ética de un autor que no se quiere posicionar para aterrizar en un final ausente de agonía. Porque en la película todo ha ido bien. La bala perdida que podría haber disparado contra la todavía presente deontología católica aferrada a que la muerte es pecado sea cual sea la vida, ni siquiera impacta contra la agenda política o dilema familiar de tener que matar a un padre.
Las decisiones de los personajes, aunque sin duda cuestionadas en varios diálogos, apenas se muestran como meditaciones sino como acciones, dejando la consideración moral en una vaguedad más que cuestionable. ¿Dónde quedó aquella incómoda mirada que retrataba los miedos adolescentes de una prostituta o el peligro del morboso mundo de la ficción?
Siendo justos, Ozon no demuestra haber perdido sus habilidades como director. Instantes después de que se haya planteado el conflicto, de que Emmanuèle (Sophie Marceau) escuche el deseo de su padre, el relato detiene los acontecimientos para acompañar durante unos minutos a la mente de la protagonista. Seguimiento sin rumbo ni fondo por las calles nocturnas de París. Soledad. Pérdida. Pero dura apenas un instante, pues la narrativa llama de nuevo a la puerta y los hechos que se amoldaban con precisión quirúrgica durante la introducción, se revelan como el verdadero cuerpo de la película. Así, Todo ha ido bien se presenta como lo que realmente es, la ilustración de una sucesión de calvarios que se superponen como en una lección de instituto. Causas y consecuencias justificadas bajo el pretexto de divulgar un importante tema social tratado, quizás, con demasiado respeto. La bienintencionada pretensión de Ozon por coaccionar el debate público entorno a la eutanasia se difumina por la indeterminación de su acercamiento y no comprende que hace tiempo ya, puede que por cuestiones de la edad, el cine con cortafuegos dejó de ser el centro de la conversación social.
Todo ha ido bien (Tout s’est bien passé, Francia, 2021)
Director: François Ozon / Producción: Mandarin Production / Guion: François Ozon. Novela: Emmanuèle Bernheim / Fotografía: Hichame Alaouié / Montaje: Laure Gardette / Reparto: Sophie Marceau, André Dussollier, Geraldine Pailhas, Hanna Schygulla, Charlotte Rampling, Grégory Gadebois, Eric Caravaca, Jacques Nolot, Laetitia Clément, Judith Magre.