TITANE
El amor en los tiempos del género
“Dios os da un rostro y vosotras os fabricáis otro” le recrimina Hamlet a Ofelia a propósito de los artificios empleados para el juego de la seducción. Shakespeare estaba todavía muy lejos de ver hasta qué punto esa capacidad de “fabricarse otro rostro”, en el sentido más amplio de asumir otra identidad, se iba a desarrollar según las propuestas que plantea Julie Ducournau en su película Titane (2021).
Alexia, la protagonista de Titane, no sólo violenta su rostro (literalmente) para construirse una nueva identidad, también lo hace con su cuerpo. Su fisicidad se convierte en un detonador que, progresivamente, irá dinamitando las diferencias de género en un alarde narrativo que le sirve a su directora para también cuestionar los límites de los géneros cinematográficos. Porque el territorio del cuerpo y la violencia que se ejerce sobre él es un código cuya lectura enlaza con el puro lenguaje de la imagen, es decir, con la esencia misma del cine: la visión de un atizador apuntalando un pie o un sujetador de pelo atravesando un tímpano son elementos narrativos que conducen la película y la van definiendo dentro de unas fronteras desconocidas. Y lo que, en un principio, podría enmarcarse cinematográficamente en el territorio de lo fantástico, va diluyéndose (al mismo tiempo que lo hace la identidad de Alexia) para dejarnos frente a un paisaje que estaba demandando desde hace tiempo su traducción en imágenes, para trascender, para elevar al plano artístico el ritmo de los cambios sociales que, cada vez con mayor ímpetu, reclaman un replanteamiento de las esquemáticas separaciones binarias de género. En una de las más sugestivas e inteligentes secuencias de la película surge una pregunta definitoria: ¿qué pasará por las cabezas de esos bomberos, derrochando sudor y testosterona cuando se ven provocados por el sugerente lap-dance de su “extraño compañero”?
Titane entronca con el anterior filme de Ducournau en varios aspectos. En primer lugar en el temático: si en Crudo (Grave, 2016) los cuerpos experimentan transformaciones violentas provocadas por la necesidad de la ingesta de carne, en Titane la transformación física de su protagonista tendrá su origen en el interior, primero por esa placa de titanio que le sujeta el cráneo y, después, como resultado de un insólito encuentro sexual que es el que sitúa la película, en principio, dentro del género de la ciencia ficción. En ambos casos quedará patente la destrucción del dogma judeocristiano de la sacralidad del cuerpo: el individuo ya no es dueño de su corporalidad, está condicionada a la acción de elementos externos que lo colocan en el límite de sus posibilidades. Es el lenguaje universal del dolor el que guía la temática de Ducournau para enfrentarse con una serie de certidumbres que, hasta la fecha, han servido de tabla de salvación para todo un abanico de creencias de difícil encaje en el siglo XXI. Y es también una metáfora de nuestra adicción a dispositivos electrónicos que, como la placa de titanio de Alexia, acabarán implantados en nuestros huesos. También, en el aspecto dramatúrgico, Titane recoge a la protagonista de Crudo, Justine (Garance Marillier), sustrayéndola de su orgía canibalística para introducirla en el mundo de Alexia, como si su directora quisiera confrontarla con algo mucho más complejo que el simple problema de comerse a su compañero de cama; y, claro, ella no puede asumir esa nueva realidad en la que la partida ya no se establece entre iguales, sino entre individuos y máquinas. Por último, estilísticamente, Titane apuesta en las bazas ya establecidas (con contundencia y sin ninguna timidez) en Crudo, y que casi podrían considerarse deudoras de la obra del Bacon más agresivo: colores, movimientos de cámara, montaje, entradas de música (algunas de ellas con tanta potencia como las de las bandas sonoras de Wendy Carlos en La naranja mecánica [Stanley Kubrick, 1971] o El resplandor [Stanley Kubrick, 1980]), conformando con estas dos obras el estilo de una cineasta que asume con coherencia y valentía apuestas arriesgadas con una voz propia.
Todos estos recursos formales envuelven un mensaje de una apabullante sencillez. Titane es la historia de dos seres que se aman; que se aman por encima de sus condicionamientos de género, de sus imperfecciones psicológicas y sociales: son seres erráticos y desubicados de sus estructuras sociales (no hay familias, los estamentos laborales son inestables, no parece existir más superior autoridad que la oligarquía del cuerpo), cuyos envoltorios físicos necesitan ser constantemente violentados para ejercer el autoengaño: la constante inyección de anabolizantes en uno y la ocultación de los atributos sexuales en otro. Que terminarán encontrándose en una pura necesidad física y espiritual, obviando géneros, edad, procedencia… redescubriendo el amor en su aspecto más elemental y, quizás, primitivo.
En definitiva, Titane se convierte en la herramienta artística de una cineasta que levanta la voz para advertirnos de la más que evidente disolución del esquemático binarismo de género, pero también para poner en debate los problemas que esta desaparición podría originar. Somos espectadores de esa transformación pero también somos los protagonistas de ese cambio.
Titane (Francia, 2021)
Dirección: Julia Ducournau / Guion: Julia Ducournau / Productor: Jean-Christophe Raymond / Fotografía: Ruben Impens / Música: Jim Williams / Montaje: Jean-Christophe Bouzy / Dirección artística: Laurie Colson, Lise Péault / Vestuario: Anne-Sophie Gledhill / Reparto: Vincent Lindon, Agathe Rouselle, Garance Marillier, Laïs Salameh, Bertrand Bonello.
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