TÍO BOONMEE RECUERDA SUS VIDAS PASADAS
¿Qué hay tras la ventana?
En 2009 Apichatpong Weerasethakul realiza Primitive, proyecto multiplataforma formado por una videoinstalación de ocho pantallas que proyectan siete vídeos – uno de los cuales se reproduce en dos de manera simultánea-, dos cortometrajes (Phantoms of Nabua y Una carta al tío Boonmee) y un libro encargado por la Haus der Kunst (Múnich), FACT (Liverpool) y Animated Projects (Londres). Finalmente, Primitive se dio por terminado en 2010 con el lanzamiento de un largometraje que fue estrenado en Cannes y se convirtió en la primera película tailandesa en alzarse con la Palma de Oro: Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. La motivación de todo el proyecto fue el proceso de descubrimiento de la región de Tailandia del Nordeste por el cineasta, una zona geográfica en la que residió junto a sus padres a lo largo de su infancia y adolescencia, pero que desconocía en su amplitud. A medida que recorría los paisajes áridos de las localidades rurales sentía ver, entre el juego de los jóvenes en las calles, los animales domésticos y los viejos hogares de los lugareños, huellas fantasmales conviviendo con un presente que no guarda bien la memoria colectiva del pasado nacional más reciente.
Imprimir en audiovisual esa sensación es lo que impulsó la germinación de pantallas con narrativas, estructuras y estilos diversos en una ramificación artística que se nutre de la posmodernidad y que Apichatpong Weerasethakul cosecha en la conciencia pura del ámbito de lo onírico. Al lanzarse hacia la conquista de esas huellas fantasmales, todo el proyecto contiene una fuerte carga política que reivindica el lugar de los desplazados y las víctimas de la violencia cuando en la década de los 60 las fuerzas militares ocuparon la región para combatir la amenaza comunista, especialmente de la zona de Nabua debido a su proximidad con Laos. Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas es, en este sentido, la pieza más sutil en la reivindicación política del director. Está inspirada en el libro A Man Who Can Recall His Past Lives publicado en 1983 y escrito por el monje budista Phra Sripariyattiweti, que recoge las vidas pasadas recordadas con nitidez por un hombre gracias a una singular experiencia producida por la meditación en su templo.
La lectura de este testimonio y sus propios recuerdos constituyen las fuentes narrativas de esta película que sigue los últimos pasos de un hombre sexagenario, Boonmee, hacia la muerte. En este momento trata de aceptar su situación de la manera más digna posible, pero le asaltan dudas y miedos por lo que vendrá. La compañía de su cuñada Jen, su sobrino Tong y el capataz laosiano de su finca e improvisado enfermero Jaai, brindan al moribundo la esperanza del legado protegido. En un nivel menos prosaico, la serenidad se la otorgan el espíritu de su difunta esposa Huay y la llegada de un mono fantasma que dice ser su hijo desaparecido, Boonsong. Todos ellos, salvo Jaai, lo acompañarán a la caverna donde nació por primera vez para despedir su cuerpo maltrecho.
El film está rodado en 16 mm, una apuesta de resistencia cinematográfica que tiene el cariz de una personal elegía al cine analógico, con una película fotosensible que conseguía la estética de las obras de género tailandesas que veía a través de la televisión en su infancia. Para su realización se apoyó en un rigurosa filmación que organizó en 6 rollos distintos rodados con puestas en escena y estilos también diferenciados. La estructura que sigue, por tanto, es episódica. El primer episodio ofrece una conexión con los anteriores largometrajes de Apichatpong y se apoya en la filmación de animales en entornos naturales, largas tomas en trayectos por carretera y una sesión de curación. El prólogo de Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas contempla a un búfalo de agua que se desata de un árbol y se adentra en la selva. El ambiente oscuro y el diseño de sonido que captura la atmósfera misteriosa de una naturaleza sin alteración humana recupera las sensaciones de las escenas en las que se busca al silencioso tigre que causa estragos en Tropical Malady (2004). La secuencia que muestra a Jen y a Tong en un vehículo está montada con planos que encuadran sus rostros sobre las ventanas hacia lo rural y un plano que muestra la carretera que se deja atrás, tal y como ya hiciera en Mysterious Object at Noon (2000) o Blissfully Yours (2002). Y cuando llegan a la finca de Boonmee, Jaai se lo lleva a la habitación para hacerle el drenaje renal en una escena que dialoga con su anterior largometraje, Syndromes and a Century (2006).
Este es el inicio que entronca con su filmografía pasada. Los guiños estilísticos evidencian la transparencia de Apichatpong en la reflexión de su personalidad artística, pero lo que sucederá a continuación refleja que es un cineasta dispuesto a seguir la senda hacia lo desconocido y la innovación permanente. En el segundo episodio se disponen los personajes a cenar en una escena costumbrista que vira hacia lo fantástico con la llegada del espíritu de Huay, la esposa de Boonmee, y el hijo desaparecido de ambos ahora transformado en un mono fantasma. Los planos fijos capturan la escena desde la distancia encuadrando a los personajes como un conjunto familiar que preguntan y responden sobre el porqué de sus estados físicos. El uso del lenguaje se eleva a lo lírico con la intervención de Huay en la que dice: “Oí voces familiares que vinieron con el viento susurrante y me reconfortaron. Quizás sonaran desde mi consciencia moribunda. Oí la voz de Boonmee”. Esta codificación del lenguaje viene de la mano con el disfraz del mono fantasma, ser peludo de ojos rojos brillantes, que remite nuevamente al homenaje que Weerasethakul hace a esas cintas de género que consumía de niño en televisión. A modo de flashback, se muestra al espectador la obsesión que llevó a Boonsong a transformarse en esa criatura y alerta a toda la familia de que la inminente muerte de Boonmee es sentida por los espíritus y los animales y, por ello, ellos están ahí.
Boonsong se marchó al norte, más allá del río Mekong. Se entiende que abandonó Tailandia y quizás su transformación sea una interpretación de la condición del inmigrante, una manera de manifestar la deshumanización del extranjero por ojos nacionales. En el tercer episodio Jen explora la finca de Boonmee, pasea por los cultivos de tamarindo que trabajan los agricultores laosianos. Se trata de la parte más política del film. Cuando se junta con Boonmee queda patente la diferencia social y de clase entre él y sus cosechadores. La propiedad otorga un grado de jerarquía que se expresa en una construcción de madera en la que descansa Boonmee de las tareas de la cosecha resguardado del sol, mientras los obreros se sientan en el suelo de cultivo. Además, en este fragmento verbaliza la creencia de que su afección hepática es el producto de su karma, pues carga con la muerte de muchos comunistas y se produce así un vaso comunicante con el cortometraje Una carta al tío Boonmee, en el que el cineasta busca en casas vacías de Nabua localizaciones para filmar y los espacios espectrales acaban siendo una invocación de las víctimas de la represión comunista.
El cuarto episodio llega con una transición musical sutil de carácter folclórico que lleva al espectador hasta un tiempo mítico en el que una princesa acomplejada por su rostro desfigurado llora porque cree que el hombre al que ama, solo siente atracción por su posición aristocrática. Sobre un estanque contempla la ilusión de un rostro bello que desaparece para mostrar la realidad que la horroriza. El espíritu de un bagre desató el encantamiento sobre el agua para mostrarle la belleza de su alma pura, la razón por la que se ha enamorado de ella. La película ha vuelto a mutar, ahora hacia la fábula y Weerassethakul se refugia en la puesta en escena del cine clásico para estructurar esta secuencia que trata el tema del amor y sus fronteras. Las miradas de los personajes se construyen sobre un montaje de plano/contraplano, distinguiendo las visiones subjetivas en el transcurso de los diálogos; se filma la oscuridad nocturna mediante el recurso de la noche americana y la cámara se mueve siguiendo los movimientos de los enamorados, incluso el temblor de la imagen por la cámara en mano reproduce la agitación del arrebato apasionado. Tal vez se trate de un mundo lejano en el que las almas de Jen y Boonmee alcanzaron a amarse y conservan, por ello, el cariño especial que se ha manifestado en la intimidad del episodio anterior en el que él confesaba sus pecados.
Vuelve a ser de noche y ha llegado la hora de que Boonmee se enfrente a su muerte. Junto a la compañía del espíritu de Huay, Jen y Tong, recorrerá la selva hasta llegar a la cueva que considera el útero de su primera vida. El dispositivo fílmico que se emplea en el quinto episodio se acerca al registro del cine de no ficción: cámara en mano, luces artificiales directas de linternas y focos para alumbrar la oscuridad, el jump cut como nexo de edición entre tomas. Una secuencia de fotografías muestra a unos soldados adolescentes capturando a un mono fantasma, exhibiéndose y posando con ligereza a la vez que la voz en off de Boonmee narra un sueño del futuro que ha tenido, la descripción de una distopía sobre la tiranía de la imagen del presente que atrapa, encierra y borra la imagen del pasado. El recurso es una reminiscencia de La Jetée (Chris Marker, 1962). Cuando amanece, Boonmee ha muerto y Tong comienza a escalar la pared de la cueva para salir de ella.
En el episodio final, la acción transcurre en tres espacios de creación humana y, por primera vez, no hay rastro de la naturaleza. Las localizaciones escogidas son un templo budista lleno de luces de neón, en el que se celebra el funeral de Boonmee; una habitación de hotel con ruido televisivo en la que descansa Jen junto a un amiga y a la que llega Tong para celebrar una última noche profana antes de iniciar su vida como monje budista, y un restaurante con karaoke, el lugar que han escogido para cenar Jen y Tong. El distanciamiento que generan los planos fijos en estos espacios cerrados produce la sensación del triunfo de lo impersonal. Los individuos se mueven con hastío y toda la comunicación humana que ha tenido lugar a lo largo del film, parece enterrada en las toneladas de madera, ladrillo, hierro y cemento del paisaje urbano. Mientras quedan absortos por el flujo audiovisual de la televisión que parlotea sin descanso, un corte de montaje invita a la última transformación, el desdoblamiento de Jen y Tong que les permite escapar de la esclavitud del influjo de la telecomunicación para compartir por última vez un momento de intimidad mientras suena una canción pop en el karaoke.
Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas es una película fascinante compuesta por fragmentos de distintas naturalezas. La mejor forma de enfrentarse a ella es derribando las paredes de las estructuras fijas que tenemos interiorizadas por experiencias cinematográficas ancladas en la narrativa lineal. A pesar de su contenido político y social vinculado a la historia de Tailandia en el siglo XX, no es necesario ser conocedor de esa realidad que nos queda tan lejana, geográfica y culturalmente hablando, aunque nunca está de más investigar lo desconocido para compactar el contexto de cualquier obra. Es interesante ver cómo este título que habla sobre la muerte a partir de los conceptos de la transformación y la comunicación hace del morir una hermosa idea de nueva vida, de posibilidades esperanzadoras e infinitas gestaciones. La entrega a la proyección del film debe ser del mismo modo como fluyen los relatos y se entrelazan el pasado, el presente y el sueño estancado; del mismo modo como se solapa lo superficial con lo elevado, lo absurdo con lo racional, lo mítico con lo ordinario. Solo así se puede aceptar el delicado regalo ofrecido por Apichatpong Weerasethakul, una ventana hacia lo que te dé la gana, porque no es una película que encierre un discurso críptico que deba desentrañarse, sino una propuesta para llenarla de las interpretaciones propias e intransferibles que den los sentidos deseados y la libertad del espectador.
Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Apichatpong Weerasethakul, 2010)
Dirección: Apichatpong Weerasethakul/ Guion: Apichatpong Weerasethakul, inspirado en un libro de Phra Sripariyattiweti/ Producción: Simon Field, Hans W. Geissendörfer, Keith Griffiths, Lluís Miñarro, Michael Weber, Apichatpong Weerasethakul/ Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom/ Montaje: Lee Chatametikool/ Diseño de Producción: Akekarat Homlaor/ Música: Chonlatat Chalodhorn, Thom Aj. Madson, Adisak Poung Ok/ Reparto: Thanapat Saisaymar, Jenjira Pongpas, Sakda Kaewbuadee, Natthakarn Aphaiwonk, Geerasak Kulhong, Kanokporn Thongaram.