TIEMPO DESPUÉS
Si la vida te da limones, haz una revolución
En el año 9177, “mil años arriba, mil años abajo, que tampoco hay que pillarse los dedos”, la civilización se agrupa en torno al Edificio Representativo donde reina el sistema capitalista más justo y perfecto: tres establecimientos de cada cosa para mantener la todopoderosa libre competencia. Fuera de él, un desierto muy parecido al mítico Monument Valley retratado por John Ford en infinidad de películas, o a los paisajes almerienses que más tarde el spaghetti western inmortalizaría de la mano de Sergio Leone. Allí se localiza un pequeño poblado chabolista donde los parados se hacinan y comparten penurias, sin opción a abandonar dicha condición porque, de lo contrario, esta se “desnaturalizaría”, o lo que es lo mismo, sufriría una “merma ontológica”, y eso es algo que el perfecto sistema capitalista no podría permitir. A pesar de todo, uno de ellos se atreve a cruzar la puerta del Edificio Representativo para vender su limonada. Y aquí comienza la trifulca.
José Luís Cuerda, sirviéndose de la retórica dadaísta que parece que ya le es propia gracias a películas como Total (1985) o Amanece que no es poco (1989), presenta así una historia cargada de crítica política y social. Estrenada este año en San Sebastián, con un guion que comienza a escribir en los 90 y que, finalmente, convirtió en un libro publicado en 2015, Tiempo después es más actual que nunca. Podríamos, aquí, empezar a enumerar las incontables referencias a problemas que, según la personalísima mirada de Cuerda, hacen que esta compleja sociedad española no termine de comprenderse ni siquiera a sí misma, pero sin duda dejaríamos pasar por alto infinidad de detalles que hacen de esta película algo inabarcable, al menos tras un solo visionado. Y lo que en un principio podría parecer un hándicap para seguir el hilo de la historia, el director manchego lo sabe salvar mediante un guion fluido y lleno de ingenio.
A pesar de que, como decimos, la idea original surge en los años 90, se nota que por ella ha pasado el tiempo. O más bien, el tiempo ha pasado por Cuerda. En ocasiones se deja ver una cierta mirada nostálgica de un director entrado en la madurez que se asoma a las generaciones más jóvenes sin comprender del todo su complejidad. Por otro lado, parece que las mujeres en el futuro, por mucho apocalipsis que haya, todavía no terminan de estar representadas en la sociedad. Aunque sí se hace mención al derecho a decidir sobre su cuerpo y a su libertad sexual, en ocasiones es de manera demasiado aislada del resto de la historia. Cuentan con muy pocos papeles y no acaban de tener el peso ni la importancia que pretenden. Esto se podría argumentar diciendo que la mayoría de los actores que aparecen en escena son cómicos –hombres– que, de una manera u otra, han bebido de Amanece que no es poco para establecerse en su profesión y que son ellos los que, de hecho, aparecen en esta nueva entrega realizando una suerte de homenaje mutuo. De todos modos, la realidad es que la representación de la mujer sigue siendo algo retrógrada a pesar de los intentos de no serlo –el personaje de la Méndez, interpretado por Blanca Suárez, iba a ocupar el cargo de secretaria pero finalmente le concedieron el puesto de jefa de gabinete del Alcalde “porque siempre dicen que a las mujeres les damos trabajos subalternos, y tal”, según el propio director–.
A pesar de todo, Tiempo después, en su conjunto, supone una sátira muy personal, dura dentro de su comicidad y, por desgracia, bastante acertada de una sociedad que cada vez se acerca más a la retórica de lo absurdo.
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