David Simon

THE WIRE: FANTASÍAS DEL GUETO

Fantasías del gueto

No las persigo, las reemplazo
y si las estoy acariciando, las estoy desvistiendo

The Notorious B.I.G., “One More Chance”

 

Estamos en la tercera temporada de The Wire, la que gira en torno a un jefe de policía que llega a la conclusión de que la única forma que tiene de garantizar la seguridad de los civiles es legalizando las drogas en su barrio. En esta temporada aparece un personaje llamado Cutty, un antiguo sicario que, tras cumplir condena, trata de rehacer su vida y dejar atrás el mundo del crimen. Sin embargo, el esfuerzo se le antoja imposible y acaba volviendo al redil del tráfico de drogas. Este viaje de vuelta se muestra en dos cortas escenas en las que los guionistas David Simon y George Pelecanos y el director Ernest Dickerson nos introducen en una fiesta del gueto. Son apenas tres minutos, pero resultan paradigmáticos de la inteligencia con que está construida la serie.

La primera de las dos escenas es la entrada. Cutty y sus amigos ascienden las escaleras de una casa iluminada con luces de colores, inundada por un ritmo machacón. Cutty sigue a sus compañeros, que saludan sin cesar, por un largo pasillo mientras observa lo que sucede en cada habitación junto a la que pasa. El director juega con los planos subjetivos para indicarnos que este es el viaje de un Cutty incapaz de contener la sorpresa en su rostro al ver dos cuerpos perfectos follar en una cama a plena vista. Cutty, que ha pasado un buen tiempo en prisión, se sumerge aquí en un mundo que ha cambiado mientras él estaba fuera, un mundo que ahora quiere volver a acogerle. “¿Soy demasiado mayor para esto?”, parece preguntarse el sicario, rodeado de gánsteres y camellos que apenas alcanzan la veintena.

Ese cambio en su mundo es, probablemente, el mismo que se había producido en el gangsta rap desde los 80 a los 2000. En sus inicios, este subgénero del rap surgió como forma de expresión de las condiciones de vida en unos barrios donde las drogas y la violencia no solo campaban a sus anchas, sino que eran la principal perspectiva laboral. Pero los raperos que popularizaron el gangsta rap fueron absorbidos por las multinacionales de la música, ganando fama y dinero, y con ellos el estilo cambió hacia otro más centrado en el placer inmediato, en la fantasía del rap: dinero, mujeres y adulación.

Si observamos buena parte de los videoclips de los más relevantes cantantes de gangsta rap de los 90 y los 2000 (“One More Chance”, de Notorious B.I.G. es un buen ejemplo), resulta fácil encontrar puntos en común con la fiesta que presentan Dickerson, Simon y Pelecanos. Sin embargo, los responsables de este capítulo de The Wire son lo suficientemente inteligentes para diferenciar la fantasía de la realidad. Así lo hacen durante el resto del episodio (de la serie, de hecho), donde presentan sin ambages la dureza de la vida en las calles de los barrios más deprimidos de Baltimore. Cutty, por el contrario, solo necesita unos porros y unas cervezas para perder esa capacidad de discernimiento. O puede que no quiera discernir, solo volver a soñar.

Precisamente, la segunda escena de la fiesta, con el personaje ya afectado por las drogas y el alcohol, toma un tono de ensoñación. Una joven se acerca (en un sutil ralentizado) a Cutty y, sin mediar palabra, le besa. Uno de los amigos de este, viendo su sorpresa, le pregunta si aún le gustan las mujeres, ante lo que Cutty se deja llevar y devuelve el beso. Acto seguido, la joven le guía por el mismo pasillo de antes, donde el sicario vuelve a ver parejas follando abiertamente, hasta llegar a una habitación donde les espera otra chica. Cutty entra y besa a la primera joven (que se ha ido desnudando por el camino) mientras la segunda cierra la puerta. Los amigos de Cutty observan la puerta cerrarse y celebran que su amigo “ha vuelto a casa”.

Al comparar estos dos momentos con alguno de los videoclips mencionados, resulta fácil entender porque se ha construido este momento tal y como se ha hecho y lo mucho que es capaz de transmitir sobre el mundo del gueto. Lo primero que llama la atención es cómo el sexo se convierte tanto en una “recompensa por los servicios prestados” como en un acto que confiere estatus: al igual que Notorious B.I.G. se rodea de jóvenes en posición sumisa y alardea de sus atributos sexuales en sus canciones, los jóvenes del gueto follan a la vista de todos porque, tanto como el placer sexual, es importante que se sepa que han follado. Todos deben poder verlo porque la potencia sexual equivale a la fuerza y el poder social en el mundo de las bandas de The Wire. De ahí la pregunta del amigo: es indicativo de lo inaceptable que sería no aceptar lo que se le ofrece, de no aprovechar los beneficios de la manada. Así, estos jóvenes camellos han convertido a las chicas de su entorno en esos mismos trofeos de los que B.I.G. y otros raperos alardean en sus vídeos. Es uno de los pilares de esa fantasía rap que motiva a los chicos del gueto a diario, hasta el punto de que recrean en sus fiestas el ambiente representado en los videoclips de sus iconos.

Es esa fantasía la que rompe las defensas de Cutty, que pretendía mantenerse lejos de su pasado, pero acaba siendo arrollado por la promesa de sexo, drogas, poder y fraternidad. Sin embargo, estas dos escenas son poco más que una ilusión. Como casi siempre en The Wire, la vida no les depara nada muy prometedor a estos personajes. Ahí se encuentra lo más interesante que consiguen los responsables de la serie: al sumergir su realidad, la cruda vida en Baltimore que han ido retratando capítulo a capítulo, en la fantasía del gangsta rap más comercial y estandarizado, dejan de manifiesto una cruel paradoja. Aquellos chicos de barrio que, hace una década, cantaban para evidenciar el fracaso de la sociedad en que vivían han pasado a ser los fabricantes de una quimera que, a fuerza de presentarse como única tabla de salvación, se ha convertido en la prisión de los jóvenes del presente. Y todo esto en solo tres minutos.

Pablo López

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