THE ROOM
Estoy borracho, pero te quiero
No cabe la menor duda, no son necesarias las presentaciones para saber que The Room (2003) es y será siempre conocida por ser el sueño cumplido de Tommy Wiseau. La película, rodeada de un montón de anécdotas de rodaje, incongruencias por parte de su enigmático director y escenas hipnóticas que llegan al ridículo más hilarante y escandaloso, se cataloga como la mejor peor película del siglo XXI y un auténtico manual de cómo no se debe hacer cine.
Pero que sea un manual de cómo no hacer cine no significa que no lo sea. El cine es una fábrica de sueños constante, hace visible las fantasías, deseos y anhelos de aquellos que se atreven a subirse al carro. Desde luego, hay que tener ganas y dedicación (también dinero y cara) para sacar una película adelante, más todavía si hablamos de la película de Wiseau, que cumple todos los requisitos, aunque fuese con un resultado distinto al esperado. Como sólo los afortunados sabrán, la película cuenta el drama de Johnny, un hombre que es traicionado por su novia y su mejor amigo pese a ser un héroe generoso y dedicado a los suyos (o eso nos hace creer). El drama se vuelve cómico cuando la idea se convierte en algo tangible. Wiseau tuvo en la cabeza una nueva versión de Romeo y Julieta donde ella era una arpía y él solo un idiota que la amaba. Con The Room, Wiseau quiso mostrar un amor castigado, de esos que se sienten en todo el pecho, que quitan el hambre y dan ganas de expresar de borrachera. Un amor rebelde, a lo James Dean, de esos que no es posible verbalizar, pero ¿qué ocurre cuando intentas deshacer ese nudo del estómago? Que acabas echando hasta la primera papilla. Y precisamente esa sinceridad espontánea es la que da sentido a The Room. Técnicamente no dará lecciones de cine, pero el alma que desprende la convierte en el fenómeno mundial por el que se hacen convenciones, documentales y biopics. Incluso James Franco estrenaba en San Sebastián el año pasado The Disaster Artist (2017), una película sobre Tommy y el rodaje de The Room.
Para quien tenga el placer o la desgracia de haber formado parte de cualquier rodaje sabrá que participar en uno es como ir a la guerra. Nunca se está suficientemente preparado y mucho menos si su director se llama Tommy Wiseau. Una inversión de seis millones, un rodaje con cámaras de 35 milímetros y HD simultáneamente, espionaje del equipo, despido improcedente de personal, fallos de racord, cromas innecesarios, conversaciones sin sentido (con míticas frases para la posteridad), cambio de actores a última hora y escenas de sexo (al menos con el ombligo de ella) que se alargan y cuya fantasía absurda no quieres que termine nunca. Estas son solo algunas de las exigencias y actitudes de Wiseau al mando de la producción. Nadie duda de la falta de profesionalidad de Wiseau, pero, si hay algo que mantiene unido a un equipo, son las adversidades. También el odio común, en este caso hacia su director, para que engañarnos.
Wiseau se desnuda (metafórica y literalmente) ante la cámara consiguiendo que millones de personas se pongan de acuerdo entre carcajadas sobre el valor de su película. Sin lugar a dudas, The Room es una declaración de amor y un ejercicio de honestidad y aceptación (también de egocentrismo y falta de profesionalidad). Una carta de amor que reza “estoy borracho, pero te quiero”. Un acto vergonzoso. Auténtico amor y cine visceral.
The Room (Tommy Wiseau, EEUU, 2003)
Dirección: Tommy Wiseau / Guion: Tommy Wiseau / Producción: Wiseau Films, Greg Sestero, Tommy Wiseau, Justin Silverman, Chloe Lietzke… / Música: Mladen Milicevic / Fotografía: Todd Barron / Montaje: Eric Chase / Dirección de arte: Kendra Hollaway / Diseño de producción: Mercedes Younger / Reparto: Tommy Wiseau, Juliette Danielle, Greg Sestero, Philip Haldiman, Carolyn Minnott, Robyn Paris, Mike Holmes, Kyle Vogt, Greg Ellery
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