THE NEW POPE
The New pop
The New Pope (Paolo Sorrentino, 2019) tiene algo clarísimo: retomar y llevar aún más lejos la confluencia entre lo sagrado y lo profano ya iniciada por su predecesora, The Young Pope (Paolo Sorrentino, 2016). Para conseguirlo, Sorrentino se empeña en enfatizar una y otra vez el enlace entre la imagen espectacular (como si de frescos barrocos se tratara) y lo más ordinario o concupiscente. Mientras que el realizador italiano incidió con gran mordacidad equiparando la belleza y la ruina en La Gran Belleza (2013), la mezcla aquí se efectúa entre la solemnidad de lo transcendente y la mundanidad secular, ambas polucionándose entre sí o, incluso por momentos, poniéndose al mismo nivel. Ejemplos de esto podrían ser la majestuosidad del cónclave religioso convertida en aparente pero rancia y demagoga democracia, lo austero y decimonónico frente a lo tecnológico y la moda, o el celibato más extremo desmantelado por pasiones primarias. Esta declaración de intenciones ya se encuentra en la intro de los primeros episodios, donde una enorme cruz de luces de neón es el escenario donde monjas de clausura dan rienda suelta a su exhibicionismo al ritmo de música discotequera. La idea es clara: la mística es cool, el misterio tras las paredes del Vaticano puede ser mainstream y estar sujeto a los mismos códigos socioculturales que otras esferas del entretenimiento. La polémica y la provocación están servidas.
No solo se reafirma la identificación de la Iglesia como una institución pop, sino que, más específicamente, la figura del Papa se equipara de forma explícita con la de una estrella del rock. Pío XIII ya había sugerido lo mismo en The Young Pope, cuando mencionaba la forma de triunfar de artistas como Daft Punk, J. D. Salinger o Stanley Kubrick, pero aquí se lleva al siguiente nivel. Casi caricaturesco y bastante juguetón, Sorrentino no tiene problema en coquetear con lo meta hasta para mencionar al auténtico John Malkovich o que el nuevo Papa se entreviste con dos de sus curiosos ídolos, Sharon Stone y el mismísimo Marilyn Manson. Ambas charlas, a priori banales, sirven para equiparar sus papeles dentro del mundo del entretenimiento. Una tesis finalmente confirmada cuando se desvela el pasado punk del Papa Juan Pablo III, además de las alusiones de este en relación a los discursos como si fueran “subir al escenario”.
La comparación entre el joven Papa y el personaje encarnado por John Malkovich tiende a producirse de manera inevitable. Es lógico, por tanto, que Sorrentino optara en esta ocasión por construir un hombre diametralmente opuesto a su predecesor. Frente a la fiereza y vehemencia de Pío XIII, Juan Pablo III es una persona asolada por inseguridades y adicciones, rayano en la depresión, melancólico y frágil bajo su fachada de intelectual caballero inglés. Esta decisión es acertada pero su ejecución no convence del todo, quedando su personaje desdibujado por momentos, entre el flashback facilón y la digresión filosófica fuera de lugar. La razón de peso para que el nuevo Papa no cale tan hondo como el anterior radica en el mayor problema de The New Pope, que es la absoluta falta de linealidad narrativa, la cual termina por lastrar la serie en varios de sus capítulos.
Analizar de forma exhaustiva su argumento sería una tarea frustrante, al chocar de lleno contra exabruptos de carácter esencialmente estético, en ocasiones casi humorísticos, pero sobre todo muy desconcertantes. Estos insertos, a veces demasiado extravagantes, afectan algunas tramas secundarias cuyo propósito se termina diluyendo, como sería el caso del personaje de Esther. Sorrentino parece excusarse en la inteligente relación entre su ficción y el misterio religioso como cuestión inasible y sin respuesta definitiva, convirtiendo su visionado casi en un acto de fe. Tras la pseudo-resurrección de Pío, toda pretensión de realismo (si es que la hubo antes) se pierde al reconocer que el personaje interpretado por Jude Law pudo, de hecho, observar las vidas de sus allegados mientras estuvo en coma, lo que le reafirmaría en una especie de santo verdadero. En definitiva, la presentación de personajes cuyos sentimientos son genuinos y aquellos que son meros vehículos de reflexiones notablemente pre-fabricadas es una dualidad en constante tensión, entre el absurdo argumental y la belleza más hipnótica.
Sin embargo, es en esta última donde The New Pope sigue siendo más que relevante. Parece que el propio realizador italiano es consciente de que Pio XIII es mucho más atractivo que el nuevo Papa, tan poderoso que es capaz de cambiar figurativamente, una vez despierta, la intro de la serie, para centrar la atención de nuevo sobre él. En último término, parece que la trama más diferenciable sigue claramente unida al joven Papa, incidiendo en el fanatismo religioso y el fundamentalismo que despierta su figura, forzando su regreso para así plantar cara al conflicto y llegar a una conclusión que responde a tantas preguntas como las que suscita. ¿Milagro o coincidencia? El reconocimiento de la arbitrariedad no termina de eliminar el impulso hacia lo desconocido y, en un éxtasis final, Pío protagoniza una última escena a modo de despedida que es simplemente enmudecedora.
The New Pope (Italia, Francia, España, EE.UU., Reino Unido, 2019)
Dirección: Paolo Sorrentino / Guion: Paolo Sorrentino (creador), Umberto Contarello, Stefano Bises / Producción: Paolo Sorrentino, Simon Arnal, Caroline Benjo, Jude Law, Lorenzo Mieli, Carole Scotta/ Fotografía: Luca Bigazzi / Música: Lele Marchitelli / Montaje: Cristiano Travaglioli / Reparto: Jude Law, John Malkovich, Silvio Orlando, Cécile de France, Javier Cámara, Ludivine Sagnier, Maurizio Lombardi, Mark Ivanir, Nora von Waldstätten, Sharon Stone, Marilyn Manson.
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eS EXCELENTE LASTIMA QUE EN VENEZUELA YA NO TENEMOS DIRECTV. ESTABA EN LA ESPERA QUE LENNY
SALIERA DEL COMA, COMO HAGO PARA VER LA SALIDA DEL COMA, SABEN QUE ESTA SERIA HA REAFIRMADO
MI FE CATOLICA
Ya reconectaron Directv, ojalá ya la hayas visto para comentar, saludos.
La escena final me dejó realmente triste, entiendo que Pio VIII muere esta vez de manera definitiva?
Pingback: Crítica de Antidisturbios (2020), de Rodrigo Sorogoyen. Mutaciones