THE DEUCE
El juego de la mala vida
El mundo está cambiando. Papá lo odiaría.
El mundo está cambiando: Times Square (1972-1973)
En las malas calles del Deuce algo está cambiando. Las cosas ya no son iguales para los habituales de la calle 42, en los aledaños de Times Square, Nueva York. Estados Unidos ya no censura algo por ser considerado obsceno y en las calles crecen los “salones de masaje”, los establecimientos para adultos, los cines X y las cabinas para pajas. Las producciones pornográficas caseras saltan a la industria del ocio y el espectáculo, se habla de una superproducción sobre una chica con el clítoris en la garganta, las parejas viven el amor libre, los jóvenes escuchan Velvet Underground y triunfa Hair en los teatros. Las putas ya no tienen que hacer la calle, los gays podrán salir del armario y es el fin de los chulos y sus abusos. Es la liberación sexual. ¿Por qué entonces el final de The Deuce (George Pelecanos y David Simon, T1) se siente casi tan triste como el final de cualquier temporada de The Wire? Allí nada cambiaba ni por las buenas ni con trampas. Se destapaban unos cadáveres y se enterraban otros nuevos. Aquí cambia todo y todo el mundo gana, ¿por qué entonces llega el final de la temporada, suena The Careless, de Ray Charles, y nos sentimos tan tristes? ¿Por qué no lo celebramos?
Es posible que nos pese la muerte de Ruby, asesinada por alguien que sabía que ella seguía haciendo la calle en lugar de encerrarse en un local o en un plató. “Muslos bomba” Ruby (Pernell Walker), con su cuerpo exuberante para hombres especiales, un cuerpo que no tiene lugar en estos nuevos tiempos de la liberación sexual. Tiempos para la mafia organizada, que ha expandido sus negocios a la prostitución y la pornografía; para los políticos, que se llenan los bolsillos y ganan votos al limpiar las calles; y para la policía, que recoge un sobre todas las semanas. Y también para todos aquellos, fracasados o no, antigua chusma, que sepan aprovechar el momento y las nuevas libertades. Todo el mundo gana -salvo Ruby, claro- porque todos se han puesto de acuerdo en que el sexo es un negocio.
? Entonces, ¿Nixon está chuleando?
? Mierda, sí. Nixon sabe lo que hace en Vietnam, hermano. Conoce el juego.
Las reglas del juego
Antes el sexo era el negocio de los chulos y de las putas, pero más que un mercado era una forma de vida. La mala vida. The Deuce es la historia de cómo esta mala vida dejó de ser mala y dejó de ser vida para convertirse en mercado, por eso se toma su tiempo en mostrar cuáles eran las reglas del juego entonces.
“Verás, él tiene que hacer que esos mamones piensen que hará cualquier maldita cosa que puedan imaginar. Joder, si yo fuera él, estaría exhibiendo las armas nucleares y toda esa mierda”. La primera vez que vemos a un chulo en The Deuce está hablando con otro del presidente Nixon y de Vietnam, pero podrían estar hablando de sí mismos. No volveremos a oír mencionar al presidente, pero es importante que la serie empiece con él porque, aunque a David Simon le importa la gente de la calle y cómo deben adaptarse a los cambios estructurales, los altos poderes y la economía siempre flotan en el aire como la mano invisible del destino. En cualquier caso, para Reggie Love y C.C., Nixon es uno de ellos. “Es como ésto, C.C., ¿quieres tener que rajar a una zorra de verdad? A veces querrás que la zorra piense que podrías, pero mierda…”. Son las reglas del juego: una vende su cuerpo y otro se lleva los beneficios. Hay otras variaciones de lo mismo, y a Simon le importan todas: desde la actriz porno hasta la camarera que debe enseñar las carnes, pero todas tienen su chulo, aunque sea Nixon. Su chulo y su estructura.
Durante los excelentes últimos capítulos de The Deuce presenciamos cómo estas relaciones personales entre el chulo y las putas, cada una diferente, son desgarradas y reorganizadas según el mercado. “¿Quién es el chulo ahora?” se preguntan los antiguos dueños del Deuce. Y uno se acuerda de aquellas palabras, más vigentes que nunca, del Manifiesto Comunista: el capitalismo “desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas”. Para lo bueno y para lo malo.
La vida era una mierda antes, pero todos sabían a qué atenerse y cómo jugar sus cartas. Con el cambio de reglas, cada uno reaccionará a su manera. Si The Wire radiografiaba las estructuras del mundo en que vivimos, The Deuce muestra lo que sucede cuando se abre, siempre interesadamente, una ventana para el cambio.
¿Dónde quieren que vaya la chusma si no es a Deuce?
Las nuevas reglas: vigilar y castigar
Hablamos de cambios (y no tan lejanos) que cambiaron por completo las ciudades y la forma en que vivimos. En el momento en que los personajes descubren que la censura se ha vuelto flexible siempre que las películas “transmitan valores” no pueden disimular su perplejidad: “¿qué valores?”. No son conscientes de ello, pero están protagonizando la mayor expansión del capitalismo de consumo: el alzamiento de la industria del sexo.
Y para eso la policía y la mafia debían limpiar de chusma las calles. Con la progresiva tolerancia y legalización de la industria del “vicio” la vida de los emigrantes negros e italoamericanos del Deuce, de los obreros, de los perdedores, los jugadores, los chulos, las putas y, en definitiva, todo lo que recibía el calificativo de chusma, cambió para siempre. El vicio y la chusma se hicieron productivos. Se les puso en nómina, se les encerró en locales, se les clasificó e introdujo en el juego de la economía. A partir de la liberación sexual ya no habrá más malas calles, habrá industria.
Pero no esperen por ello ninguna clase de nostalgia hacia aquellos tiempos o algún tipo de romantización de la explotación sexual. Eso queda claro desde el primer capítulo, donde se juega con nuestra simpatía desarrollando el atractivo de C.C. antes de mostrarle rajando brutalmente a su antigua favorita. El rigor y la ética de reportero de David Simon siguen más firmes que nunca y aunque la serie trate del porno nunca imita sus formas. Al contrario, muestra todas las formas de sexo y de prostitución con el mismo naturalismo con el que muestra dos tetas o un pene colgando. Quedan para el recuerdo las escenas de rodaje en la industria del porno, donde lo explícito sirve antes para destapar la realidad económica (explotación) y dramática que para el espectáculo.
Careless love
Todo esto puede parecer tan frío como los bancos de la universidad, pero como he dicho a Simon le interesan más las calles que las tarimas. En The Deuce la economía es el destino, pero lo importante es cómo cada individuo de este montón llamado chusma reacciona a él. Los espacios de libertad que encuentran en este juego que les viene dado. Unos prosperarán, otros no, cada uno con sus razones, mostradas sin subrayados por una sencilla puesta en escena que nunca se pone por encima de los personajes, sea cual sea su condición, y que renuncia a victimizar o cosificar a las prostitutas. Allí están las miradas entre la joven Darlene (Dominique Fishback) y su chulo, o la determinación con que ella vuelve el rostro o frunce los labios, decidida a vivir su propia vida. Un desafío para el que busque respuestas fáciles.
A lo largo de The Deuce acompañamos en su devenir a todos estos personajes en su buena o mala fortuna. Tal vez por eso, cuando acaba su primera temporada y suena Careless love en la secuencia de montaje, es imposible no sentir cierta tristeza por el fin de este mundo. Aunque sea también la oportunidad de que las cosas vayan a mejor, las mujeres ocupen la silla del director en un estudio dedicado al porno, los homosexuales puedan salir del armario y las parejas puedan funcionar de manera distinta. En definitiva, para que la vida deje de ser tan mala. Lo único que está claro es que las cosas no son tan fáciles como nos contaron y que en la liberación sexual se cocían otros nuevos intereses y ataduras, que son los nuestros. Y que es necesario que David Simon siga desentrañándolos.
The Deuce (HBO, Estados Unidos, 2017)
Showrunner: David Simon y George Pelecanos / Dirección: Michelle MacLaren, Ernest Dickerson, James Franco, Alex Hall, Uta Briesewitz, Roxann Dawson / Guión: David Simon, George Pelecanos, Richard Price / Producción: Karen Clark, James Franco, Maggie Gyllenhaal, Marc Henry Johnson, Nina Kostroff-Noble, George Pelecanos, Richard Price, Dara Schnapper, David Simon, Sean Varga, Rebecca Rivo / Diseño de producción: Beth Mickle, Laurence Bennett / Música: Blake Leyh, Jim Black / Montaje: Alex Hall, Kate Sanford, Matthew Booras / Fotografía: Vanja Cernjul, Pepe Avila del Pino/ Reparto: James Franco, Maggie Gyllenhaal, Zoe Kazan, Method Man, Dominique Fishback, Gary Carr, Margarita Levieva, James Saito, Emily Meade.
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