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TERRENCE MALICK: TO THE WONDER, KNIGHT OF CUPS Y SONG TO SONG

Tríptico sobre los amores efímeros

Terrence Malick. Revista Mutaciones

Terrence Malick nunca ha pretendido contar una historia desde la convencionalidad dramática, desde una clara y concisa temporalidad causa-efecto. En toda su filmografía, siempre se podrá encontrar una intención diferente, imbuida de una deriva hacia el imagocentrismo. Es, quizás, la búsqueda de un cine más liberado de la palabra en su sentido artístico más literario. Aun apoyado en ella a través del archiconocido uso de la voz over en sus películas, este recurso subraya la profunda subjetividad en los retazos de la intimidad psíquica de sus personajes, no maneja y articula lo mostrado. En esa intención, no obstante, sí se puede apreciar un cambio sustancial en su trayectoria, donde diferenciaríamos dos etapas. La primera de ellas, compuesta por sus primeros largometrajes, Malas tierras (1973), Días del cielo (1978), La delgada línea roja (1998) y El nuevo mundo (2005), donde aún pueden observarse tramas claramente diferenciables y personajes con un carácter relativamente definido. Sería El árbol de la vida (2011) la piedra angular, el inicio definitivo de esta segunda etapa, cinta que le granjearía amor y odio a partes iguales.

El alejamiento de un logocentrismo que actúe como nexo causal de la historia está notablemente marcado por la ruptura sistemática del flujo del relato, dando paso a un mayor protagonismo de la imagen y su lirismo subyacente. Malick irá más allá con sus tres películas posteriores, principales objetos del presente artículo: To the Wonder (2012), Knight of Cups (2015) y Song to Song (2017). En todas ellas, se trabaja sin un guion cinematográfico y, por lo tanto, mucho queda a merced de la improvisación de los actores y de la filmación de diversos entornos y situaciones cotidianas. El resultado ha de ser solventado y perfilado posteriormente en la sala de montaje para, al menos, unificar el filme en torno a varias ideas concretas (aunque abstractas). Así pues, conviene tener en cuenta que su inteligibilidad puede suponer un reto para el espectador acostumbrado a una estructura dramática más clásica.

Terrence Malick. Revista Mutaciones

Alfred Hitchcock decía que el drama es igual que la vida, pero eliminando las partes aburridas. En esta trilogía encubierta, Terrence Malick se recrea en esas partes supuestamente aburridas, para incluso glorificarlas en su manera de capturar la esencia profundamente melancólica y transitoria de aquellos momentos. El estatismo que parece transmitir el estancamiento dramático de estas cintas es, en realidad, imposible en sí mismo, ya que el fluir de vivencias es constante y los personajes habitan estos universos en continuo movimiento, dominados por un amor transeúnte. Además, las tres películas comparten un mismo espíritu desesperanzado que recalca la futilidad y frustración de las relaciones fragmentarias, la incomunicación y el binomio mundo urbano-mundo natural.

Ya sea en Knight of Cups o Song to Song, se nos presenta un mundo artificioso, lleno de lujos y ostentosidad. Se expone la frivolidad del mundo del espectáculo, bien a través de las desenfrenadas fiestas en el mundo del cine o de la música y sus amorales productores. En esas burbujas de fantasía alejadas de lo natural habitan unos personajes dominados por las distracciones, por la insensibilización de una vida ajena al verdadero autodescubrimiento. El lema de estas vidas parece ser: “cualquier experiencia es mejor que no experimentar en absoluto”. En este contexto, los protagonistas se sienten irremediablemente perdidos en un mar de relaciones intrascendentes, tóxicas y autodestructivas. El personaje interpretado por Christian Bale en Knight of Cups tiene incontables relaciones sexuales y/o amorosas a lo largo de la cinta, en las que siempre predomina el desinterés y la apatía ante lo efímero de estas. Lo mismo ocurre en Song to Song, donde los distintos triángulos amorosos entre sus personajes son tratados como simples experiencias más, saltos de canción en canción, de píldoras finitas intensas, pero rápidamente combustibles. Radica, por tanto, una incompatibilidad entre la experiencia de amor (efímera) y el amor comprometido (reflejo de algo superior a uno mismo).

Terrence Malick. Revista Mutaciones

El contrapunto a todas estas relaciones abiertamente difusas y poco profundas, a priori, lo pone To the Wonder (2012), cinta que se centra en la pareja interpretada por Ben Affleck y Olga Kurylenko. Sin embargo, lo que en un principio es la relación romántica entre estos dos personajes principales, también acaba exponiendo las insalvables flaquezas y debilidades de ambos, quienes acaban teniendo sendas aventuras amorosas. Aflora pues, la incomunicación entre ambos, una falta de compromiso que sufrirán y que les impedirá culminar un amor que agoniza por su propio desconocimiento personal. Ello no dista de las otras dos películas y en el sentido dramático-estructural, presenciamos igualmente la falta del mismo. La historia de amor no se divide en unos actos minuciosamente delimitados, el conflicto siempre está presente, pero no es más importante que las miradas entre la pareja o sus viajes por Francia, donde la imagen y el punto de vista subjetivo sugieren más que cuentan.

El problemático diálogo interno sobre la fe y el silencio de Dios que acusa el personaje del sacerdote interpretado por Javier Bardem en To the Wonder nos da una de las claves de esta trilogía encubierta: el vínculo indisociable entre la crisis espiritual del ser contemporáneo, sus consecuencias en la búsqueda del sentido vital y las relaciones sentimentales con sus semejantes. Terrence Malick, de fuertes convicciones cristianas, sugiere en las tres películas que el denominado amor humano siempre adolece de debilidad, acaba revelándose finito, un sustituto del amor divino sujeto a la lujuria y el deseo más terrenal. Así pues, ya sea en To the Wonder, Knight of Cups o Song to Song, encontramos personajes inquietos ante sentimientos fuertes, que se refugian en la volatilidad y en la indecisión, con grandes problemas a la hora de comunicarse.

Terrence Malick. Revista Mutaciones

La solución a esta profunda crisis del ser no parece revelarse ni fácil ni complaciente. Por un lado, el director apela, en plena consonancia con sus ideales, a la capacidad de compromiso con el otro, la importancia de escoger y elegir luchar por algo independientemente del sufrimiento que conlleve. Este sacrificio es la búsqueda de un ideal incierto que ha de ser, inevitablemente, reflejo de lo divino, persecución que Malick desvía hacia el cielo, levantando nuestra mirada hacia el vuelo de aviones, pájaros, nubes, etc. De nuevo, dicha búsqueda no se explicita en soliloquios grandilocuentes, más allá de pequeñas pinceladas subjetivas aportadas por la voz over, sino que se sugiere a partir del incansable flujo de imágenes que pretende capturar una belleza superior. Esto último nos dirige a la otra faceta de la posible solución, la vuelta a un estadio más humilde y menos complejo que nos permita conectar con esa faceta de lo divino.

La extensión de lo divino se traduce en la presencia imponente de la naturaleza, una constante en toda la filmografía del director. Si bien es predominante en muchas de sus películas, aquí comparte protagonismo con los espacios urbanos, especialmente en Knight of Cups y Song to Song. Aunque pueda invitar a la contemplación estática, su función no es meramente paisajística (que también), ya que establece un contraste pronunciadísimo frente al bullicio hedonístico de la ciudad, a su nocturnidad desconcertante. Resulta muy complicado dilucidar si Malick emite o no un juicio moral que condena los modos de vida frenéticos mostrados en estas películas. A primera vista, también hay un potente efecto hipnotizante en las imágenes vinculadas a los excesos del habitar urbano. Es decir, a su manera, sí se reconoce cierto grado de belleza en este marco terrenal, pero, de nuevo, siempre con un carácter implícitamente volátil y efímero.

Terrence Malick. Revista Mutaciones

Independientemente de ese posible juicio, que sí podemos apreciar, por ejemplo, en el desenlace del libertino interpretado por Michael Fassbender en Song to Song, la naturaleza alejada del mundanal ruido permite respirar a los personajes. Ya sean playas, montañas o desiertos, el amplio ángulo de visión y la profundidad de campo ofrecen un espacio ideal para la reflexión, para el autodescubrimiento en pos de un sentido último. El ajetreo y las constantes distracciones de la existencia contemporánea imposibilitan el cambio esencial del individuo, que olvida cómo evolucionar, confuso por la diversión de un mundo de fantasía. La conclusión de Song to Song y, por tanto, de este tríptico, apunta a la vuelta del ser a una simpleza real y natural que genere emociones y lazos más auténticos, aunque estos no estén exentos de dolor.

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