TERMINATOR: DESTINO OSCURO
Corre Sarah Connor
La franquicia Terminator, iniciada en 1984 por James Cameron, ha dado mil y una vueltas entre cambios de dueño, disputas por los derechos y constantes paradojas temporales que alteraban el presente, el futuro y el pasado. Todo ello debido a la famosa venta por un dólar de los derechos de los personajes que Cameron tuvo que ceder simbólicamente para conseguir dirigir la película (tener Piraña II: Los vampiros del mar como única muesca en su currículum exige estos sacrificios). Así, los derechos acabaron en manos de la productora Gale Anne Hurd?, que terminó casándose con el propio Cameron durante los 6 años que hubo entre Terminator y Terminator 2: El juicio final (James Cameron, 1991), la verdadera obra maestra de la saga (como curiosidad, Gale Anne Hurd contrajo matrimonio ese mismo año con Brian De Palma, mientras que Cameron dirigió la secuela estando casado con Kathryn Bigelow, la única mujer en ganar el Oscar a mejor director. Esta relación se rompió cuando surgió el amor entre Cameron y Linda Hamilton en pleno rodaje, un amor que culminó en boda en 1997. Duró poco. Dos años después, Cameron volvía a enamorarse de una de sus actrices, Suzy Amis, durante el rodaje de Titanic. El divorcio le costó a Cameron 50 millones de dólares, y Hamilton no quiso saber nada más de Terminator. Hasta ahora. Fin de la crónica rosa.). En Terminator 2, que realmente repetía el argumento de la primera con la novedad de que Schwarzenegger ahora era un Terminator bueno que debía proteger a John Connor, se juntaron varios factores: Por un lado, el reclamo de un Schwarzenegger que ya era todo un icono del cine de acción. Por otro, Cameron desplegó todo el catálogo de recursos del género adquirido en Aliens: El regreso (1986), convirtiendo a Sarah Connor (Linda Hamilton) en toda una final girl guerrera al más puro estilo de la teniente Ripley (Sigourney Weaver). Además, Terminator 2 definió las bases de unos efectos especiales digitales que Jurassic Park (Steven Spielberg, 1993) terminó por asentar como futuro del cine poco después. Sin olvidarse, eso sí, del maquillaje prostético y de la acción real con especialistas, sobre todo en una escena, la de la persecución con el camión grúa por el canal de Los Angeles, que ha sido copiada, homenajeada y referenciada en multitud de ocasiones.
Desde la salida de James Cameron de la saga, como decíamos, la historia fue dando tumbos entre secuelas y series de calidad justita. Lo mejor de la tercera entrega (Terminator 3: La rebelión de las máquinas, Jonathan Mostow, 2003), precisamente, era una persecución con otro camión grúa, mientras que en la cuarta (Terminator Salvation, McG, 2009) optaron por expandir la mitología mostrando el futuro postapocalíptico que causaba el ataque de Skynet, aportando al menos algo de originalidad. La quinta (Terminator Génesis, Alan Taylor, 2015), realizada a toda prisa en un intento por armar una trilogía antes de que los derechos volvieran a Cameron, terminó siendo un desastre que alteraba las líneas temporales desdibujando todo lo anterior. La trilogía, por supuesto, no se produjo, y llegamos a un presente en el que Cameron ha recuperado el control y ha decidido rodar una secuela directa de su Terminator 2, ignorando todas las demás. Y ha ido a lo que él creía seguro. Volver a repetir la fórmula que le dio el éxito. En la primera había un Terminator y una chica a proteger, en la segunda dos Terminator y la final girl se convertía en una musculada badass… Pues en la tercera, más Terminators, más chicas rudas, una pizca nostálgica de Schwarzenegger y Linda Hamilton, efectos digitales a tutiplén y listo. Pero esta vez el tiro le ha salido por la culata. Casi se podría decir que ha copiado la letra de “Cuidado con el Cyborg (Corre Sarah Connor)”, de Ojete Calor, provocando reacciones parecidas.
Y no, no le podemos echar la culpa al director Tim Miller ni al equipo de guionistas formado por David S. Goyer, Billy Ray y Justin Rhodes. James Cameron ha sido amo y señor de la producción de principio a fin, incluso sin pisar el set, dando las pautas de la historia al principio y modificando el montaje final a su antojo. Ya de entrada, notamos un componente social metido con calzador a rebufo de la moda hollywoodiense de explotar comercialmente a las minorías. Mejicanos imitando a cómo los estadounidenses ven a los mejicanos, trabajadores de una fábrica sustituidos por máquinas (toma metáfora sutil) y un giro feminista a la estructura clásica que Cameron repite en las películas anteriores que es presentado como todo un sorpresón, como si estuvieran reinventando la rueda (que es lo verdaderamente molesto). Estos elementos argumentales se van sucediendo en una revisión continuista de los argumentos de la primera y la segunda entrega, que la verdad es que no aporta mucho más, y mientras un festival de efectos cgi de segunda invaden la pantalla sin sentido ni medida, ensalzando aun más si cabe los maravillosos trucos digitales de Terminator 2.
Linda Hamilton es, fácilmente, de lo poco rescatable. El regreso de Sarah Connor nos devuelve a un personaje mítico que ha evolucionado definitivamente de víctima a depredador. Un poco como la Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) del reciente reboot de La noche de Halloween (David Gordon Green, 2018). Que Hamilton lleve más de dos décadas alejada de los grandes focos no hace más que afianzar esa sensación de retorno triunfal, como si persona y personaje hubieran estado esperando este momento al unísono, y vaya si lo aprovecha. Todo lo contrario que Schwarzenegger, convertido desde hace tiempo en una parodia de sí mismo a la que no ayuda una subtrama sensiblera y carente de toda lógica.
Lo peor de todo, como siempre, es que antes de su estreno ya hay toda una trilogía planeada. Porque Skynet (o Legion, o como quieran llamarlo) no se construye sola. Todavía.
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