TARDE PARA MORIR JOVEN
Un verano transitorio
Tras casi dos largas décadas, se respira, al aire libre y en plena naturaleza, un abismo de libertad y tranquilidad. Los niños juegan, los jóvenes se enamoran y los adultos descansan. Una aparente calma reina en Tarde para morir joven (2018). Y es que en el tercer largometraje de la directora chilena Dominga Sotomayor -con la que ganó el premio a Mejor Directora en el Festival Internacional de Cine de Locarno- nada destaca más que la relajación veraniega con la que los personajes deciden celebrar el fin de año en una comuna situada a las afueras de la gran ciudad.
Todo es naturaleza, pureza, en la comuna. Y de esta manera, no muy lejos de La Ciénaga (Lucrecia Martel, 2001), Tarde para morir joven se relaciona gracias a su tono fresco y ámbito familiar con filmes recientes como Verano 1993 (Estiu 1993, 2017) de Carla Simón o El jardín (Sommerhäuser, 2017) de la alemana Sonja Marie Kröner. Las tres películas, que comparten un sinuoso eco rohmeriano, suceden durante el verano y en las tres la constante presencia de los sonidos ambientales de la naturaleza se resaltan y se reivindican ante la voz humana, a los diálogos, a las risas, a los lloros, a los reclamos, a los cánticos…
El desahogo que transmite situar las acciones en entornos abiertos, libera a los propios personajes que se despreocupan y desconectan de la dependencia social y los empuja a emanciparse, a explorar, a sentirse humanos y a experimentar sentimientos encontrados… La película, rodada con sencillez y sin grandes exposiciones de las acciones, deja que sean los hechos los que tomen el peso hacer avanzar la historia. Baños en una piscina natural, actuaciones musicales, escapada románticas, peleas familiares… un coming of age veraniego en estado puro.
Aunque el contexto sociopolítico bajo el que se desarrolla la película no se remarque ni se insista –la dictadura chilena da sus últimos coletazos mientras los ciudadanos aguardan la transición hacia la democracia y se envuelven en los preparativos para festejar el comienzo de 1990-, Sotomayor juega a proyectar el despertar del país en tres de los personajes que poco a poco se van desmarcando del conjunto coral que se plantea en primera instancia: por un lado, Sofia (Demián Hernández), de 16 años, se traslada junto con su padre a la comuna y se enfrentará a la primera llamada del amor, mientras que Lucas (Antar Machado) sufre al no saber demostrar sus sentimientos y no dar el paso; por el otro, Clara (Magdalena Totoro), de 8 años, es el personaje más observador de la comuna, la más curiosa, y la que conduce la mirada del espectador.
Es a través de esta última que la infancia se ve reflejada en los ojos de la propia directora, y que convirtiendo a Tarde para morir joven en una no explícita, pero sí simbólica secuela de De jueves a domingo (2012), su ópera prima. Y es junto a ella que la cámara de Inti Briones decide respetar cada suceso sin tener la mínima intención de juzgar a los demás cohabitantes del lugar, que serán sometidos al destino que les deparará la propia naturaleza.
Tarde para morir joven (Chile, 2018)
Dirección: Dominga Sotomayor / Guion: Dominga Sotomayor / Producción: Coproducción Chile-Brasil-Argentina-Países Bajos (Holanda)-Qatar; Cinestación / RT Features / Ruda Cine / Circe Films / Montaje: Catalina Marín Duarte / Fotografía: Inti Briones / Música: Sokio / Dirección artística: Estefania Larrain / Diseño de producción: Estefania Larrain / Reparto: Demian Hernández, Antar Machado, Matías Oviedo, Antonia Zegers, Eyal Meyer, Magdalena Tótoro, Alejandro Goic, Andrés Aliaga, Gabriel Cañas
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