SWEET COUNTRY
Un wéstern donde los blancos no son los buenos
Un primer plano con una cacerola de hierro en la que comienza a hervir agua deja fuera de campo el inicio de una pelea entre dos hombres, que se escucha paralelamente de fondo, donde se oyen insultos de corte racista. A continuación, la imagen recoge un momento posterior en la que aparece un hombre de aspecto indígena encadenado. Solo más tarde el espectador descubre que entre ambas imágenes no existe una relación directa como todo parece apuntar, sino que son solo fragmentos temporales aislados de la historia de uno de sus principales protagonistas, el aborigen australiano Sam. El director Warwick Thornton recurre desde el primer minuto del film a esta opción narrativa en la que se producen dichos entrecruzamientos temporales, donde presente, pasado y futuro coexisten simultáneamente, y en los que hay ya una intuición de tragedia final. Así, como un enigma suspendido, al modo de un acorde disonante a la espera de resolución, flota a lo largo de Sweet Country la imagen fugaz futura de la sobrina de Sam cubierta de sangre, que viene a anticipar el desenlace final.
Pese a las continuas digresiones temporales, existe una estructura en la narración que permite observar su división en tres actos: un primero donde tiene lugar la relación laboral entre el matrimonio aborigen formado por Sam y su esposa en la finca de un trastornado veterano de guerra y el presunto crimen de aquellos, un segundo acto en el que se narra la posterior huida y búsqueda de los mismos a lo largo del desierto australiano a cargo de un obstinado sargento de la policía local y, por último, el segmento final del juicio (que transcurre paralelo a la construcción de una horca, señalando así que el veredicto ya ha sido tomado de antemano). Thornton recurre a una cuidadosa fotografía que recoge la belleza del paisaje australiano, con una paleta cromática que transita desde los tonos rojizos de la tierra y de las formaciones rocosas hasta la blanca arena del desierto, en una puesta en escena donde únicamente se escuchan de fondo el ruido de las chicharras y el vuelo de las moscas, prescindiendo el film de ningún subrayado musical que acompañe a las imágenes, en una clara apuesta por el verismo frente al dramatismo.
Bajo la forma de un wéstern (más próximo al tono crepuscular de Sam Pekinpah que al clasicismo de John Ford, frente a cuya visión del héroe vencedor se contrapone en un momento del film la figura del sargento derrotado delante de una pantalla donde se está proyectando una película de vaqueros en blanco y negro), el director narra una historia sobre racismo en el contexto concreto de la dominación inglesa en Australia que tuvo lugar desde finales del siglo XVIII, donde la consideración de terra nullius (tierra de nadie) de aquélla permitió que las tierras en las que vivían los aborígenes australianos les fuesen arrebatadas. Lo que podría haber sido una película más sobre racismo sin especial particularidad, sin embargo, deviene en el presente film en un notable ejercicio sobre un tema tratado multitud de veces en el cine, no solo por su apuesta por romper la continuidad de la narración (en ese intento porque el pasado y el futuro doten de significado “retrospectivamente” el presente que se narra), sino también por los diferentes puntos de vista que abarca. Especialmente relevantes resultan en este sentido, junto a los personajes principales de Sam y su mujer, el del anciano aborigen Archie como esclavo “domesticado” que asume su condición sin resistencia ante los colonizadores que le privan de su libertad siendo un niño y el de su joven sobrino Philomac, nacido ya en cautividad. Pero, además, la posición de indefensión de la mujer vista como mero objeto sexual por parte de los colonizadores y la oposición entre la naturaleza primigenia y civilización (representada de manera muy gráfica durante la persecución en el desierto), son otros de los temas que forman parte del relato.
Finalmente, aquella escena inaugural de los insultos y la consiguiente pelea fuera de campo deviene en metáfora temporal para tratar un tema universal, como es el racismo, que tuvo su origen en un pasado y que amenaza el futuro a la vista del presente de la Humanidad.
Sweet Country (Australia, 2017)
Dirección: Warwick Thornton / Guión: Steven McGregor, David Tranter / Producción: Scott Otto Anderson, Craig Deeker, David Jowsey, Christina Kennedy, Trevor Kennedy, Oliver Lawrance, Andrew Mackie, Richard Payten, Greer Simpkin/ Diseño de producción: Tony Cronin / Montaje: Nick Meyers / Fotografía: Dylan River, Warwick Thornton/ Reparto: Hamilton Morris, Bryan Brown, Sam Neil, Thomas, M.Wright, Matt Day, Tremayne Doolan, Trevon Doolan, Anni Finsterer, Natassia Gorie Furber, Gibson John, Ewen Leslie.
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