LOS MUSICALES DE STEPHEN SONDHEIM (1930-2021)
Stephen Sondheim en la gran pantalla
El día 26 de noviembre del pasado 2021, Broadway enmudeció. Ese viernes, el centro neurálgico del teatro musical norteamericano quedaba un tanto huérfano: había fallecido Stephen Sondheim. A los 91 años él nos había dejado, pero si hay algo de incuestionable en ese hecho es que tanto sus obras como la influencia que ejerció y sigue ejerciendo en creadores contemporáneos son eternas. Sin ir más lejos, Lin Manuel Miranda (Hamilton) le dedica un personal tributo en Tick, Tick… Boom!, estrenada en Netflix a principios del mismo mes de noviembre. Este debut musical y autobiográfico de Jonathan Larson muestra a Sondheim (al que da vida un maravilloso Bradley Whitford) en el papel de mentor del propio compositor/protagonista, interpretado por Andrew Garfield. Lo cierto es que el joven Larson, creador de un icono como Rent, plasmaba ya en la década de los 90 la forma en la que el legendario músico ejercía como claro motor aspiracional para nuevos talentos. De forma improvisada, el fallecimiento de Sondheim hace que su retrato en Tick, Tick… Boom! adquiera nuevo significado. También sucede algo parecido con el estreno de West Side Story, la adaptación de Steven Spielberg del clásico musical. La obra, en la que un joven Sondheim ponía letra a la música de Leonard Bernstein, se estrenó en Broadway el año 1957 y, apenas 4 años más tarde, ya contaba con su famosísima adaptación fílmica de la mano de Robert Wise. Al presentar su remake, Spielberg realiza, involuntariamente, un homenaje póstumo al legendario compositor neoyorquino.
Trascendiendo escenarios, no son pocas las ocasiones en las que obras de Stephen Sondheim se han cruzado con la gran pantalla. Productores y cineastas han creído encontrar en las creaciones del “Shakespeare del musical” la materia prima idónea para sus películas, y no es extraño que las historias que salen de la pluma de Sondheim apelen a narradores audiovisuales. Al fin y al cabo, en sus musicales se puede encontrar todo: la complejidad de los entramados vitales, un catálogo inacabable de las más humanas emociones y, evidentemente, unas partituras sin igual. En la cima del género musical, sus piezas son intrincadas y brillantes a partes iguales. La claridad con la que el compositor pone en relación las experiencias entre los personajes, así sean consigo mismos y de cara al espectador, resulta verdaderamente conmovedora y devastadora. Sin embargo, no sería del todo incierto afirmar que, en general, ninguna de las propuestas en pantalla grande basadas en Sondheim ha trascendido ni ha sentado precedente.
Pero, ¿por qué sucede eso? Si hablábamos justamente de la riqueza que contienen los textos originales, no parece que esté en ellos la semilla de la desconexión que se da en sus adaptaciones fílmicas. Sin duda, no podemos hablar en los mismos términos de unas y otras, puesto que las visiones autorales y los formatos que estas toman son muy dispares entre sí. Pasando por alto el ya mencionado clásico de Robert Wise, West Side Story, donde Sondheim solo es a medias responsable del musical, la primera adaptación al cine de sus musicales sería la de Gypsy. Solo un año después del estreno de West Side Story, un peso pesado del cine clásico como Mervyn LeRoy toma este éxito en el teatro y le da forma a su manera. La reina del Vaudeville (1962) es una propuesta perfectamente correcta, de ambiciones moderadas y formas domesticadas, en la que destaca una enorme Rosalind Russell en un papel de lujo, acompañada de Natalie Wood que repite tras protagonizar la cinta de Wise. Más allá de eso, la película no se distingue por nada en particular. Se podría argumentar que funciona como una propuesta más de cine de Hollywood de la década de los 60, y así es, aunque justamente por ese motivo queda algo coja respecto a su naturaleza musical. Treinta años más tarde se realizaría su versión TV movie, protagonizada por Bette Midler en una actuación tan aplaudida como la de Rosalind Russell, pero tampoco generó repercusión. La versión cinematográfica de A Little Night Music (1977), adaptada en este caso por el director y productor teatral Hal Prince, sufre de un mal parecido: buen reparto, formas mediocres, poca trascendencia. Además, se suma que Prince no es director de cine y eso limita su propuesta. Ni siquiera puede elevarla una enternecedora rendición de Elizabeth Taylor en el papel de Desirée, cantando con el corazón roto.

Entre La reina del Vaudeville y A Little Night Music, una rareza como A Funny Thing Happened on the Way to the Forum o Golfus de Roma (1966), como se tituló en España. La adaptación de esta sátira liviana vino de la mano de Richard Lester, que acababa de triunfar por todo lo alto con las simpáticas películas de The Beatles ¡Qué noche la de aquel día! (1964) o ¡Socorro! (1965). Aunque en este caso se pueda argumentar que el texto del neoyorquino no aguanta tan bien en el contexto contemporáneo, la propuesta de Lester es divertida y desacomplejada y, al menos, aporta algo de frescura al canon cinematográfico del universo Sondheim. Tras A Little Night Music, encontramos un largo hiato creativo que salta directamente al XXI. No es que no haya habido intenciones de adaptar otras de las obras del compositor, pero quedaron en proyectos sin producir o siguen pendientes de que algún creador actual los recoja y los lleve a buen puerto. Había rumores de que podrían existir intentos de adaptación al cine de Company o Follies, por ejemplo. Por su parte, Richard Linklater parece tener entre manos una ambiciosa adaptación de Merrily We Roll Along, en rodaje intermitente durante el transcurso de los 20 años que contiene el argumento. Solo podemos esperar.
Mientras tanto, nos quedan las dos últimas propuestas que existen, datadas en 2007 y 2014. La primera es el Sweeney Todd de Tim Burton, mi favorita y, parece ser, también la de Stephen Sondheim. La segunda es la mucho más ambiciosa Into the Woods, firmada por Rob Marshall (Chicago, Nine). Son acercamientos totalmente contrapuestos. Mientras que la de Marshall se enmarca en una tendencia de películas musicales (mayoritariamente fallidas) entendidas desde el gran espectáculo cinemático entre las que podemos encontrar Los miserables o Cats (Tom Hooper, 2012 y 2019, respectivamente), Burton no sale de sus trece. Marshall estandariza la propuesta, convirtiendo las particularidades sonoras y visuales de la obra original en una pieza plana y con muy poco carisma. En ella solamente destaca una Emily Blunt en estado de gracia como la panadera pero no consigue reflotar toda la película ella sola. Por su parte, Burton hace lo contrario, llevando la pieza a su terreno y haciendo suyo el texto, adaptándolo a sus propias necesidades amaneradas y a su reparto habitual.

Teniendo en cuenta los precedentes, y también el conocido favoritismo del propio Sondheim por Sweeney Todd, quizás a partir de ella podemos sacar alguna conclusión sobre los aparentes malogrados intentos de hacer brillar las obras del afamado compositor en la gran pantalla. Es absurdo intentar que pase exactamente lo mismo que pasa encima del escenario. Las reglas del juego son distintas, y también lo es la relación de la obra con el espectador. Aceptando esto, la adaptación tiene que encontrar su forma particular de traducirse a dichos términos. En el caso de Burton, eso significó un cambio radical a nivel estético, y también cambiar ciertas canciones para que se adaptaran tanto al metraje como a la estructura de su filme. Habiendo visto la obra teatral de Sweeney Todd, lo normal es que se echen en falta ciertos elementos pero, al final, esa versión ya existe. De lo que se trata es de hacer que su homónima cinematográfica encuentre su propio camino en equilibrio con el texto original. A la espera de ver cómo ha solucionado Steven Spielberg ese aspecto en la nueva West Side Story, solo nos queda desear que, sea cual sea el futuro que le esperen a las partituras de Sondheim, los cineastas encuentren ese camino para que las obras brillen, a su manera.
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