STAR WARS: LOS ÚLTIMOS JEDI

¿Cómo contar nuevas historias?

Star Wars: Los últimos Jedi

Aviso: esta crítica tiene pequeños spoilers (del tamaño de un jawa, más o menos).

Imagina por un momento que eres un director de cine. Has quedado a comer en un restaurante caro con un productor que quiere proponerte un proyecto. El tipo llega elegantemente tarde, como es habitual, se disculpa rápidamente y sin esperar al camarero te lo suelta: «Quiero que escribas y dirijas una continuación de la Odisea”. “La odisea… ¿de Homero?», aciertas a balbucear. «Sí, sí, la de Ulises». A partir del momento en que dices que sí, lo que te espera es, a poco que tengas dos dedos de frente, un largo periodo de angustia. Te han encargado escribir una nueva página de una de las mitologías que han dado forma a la cultura en la que vives inmerso. Esa mitología te ha dado forma a ti, de hecho, y ahora debes participar en ella. Salvando las distancias, ese es el encargo que recibieron J. J. Abrams, Gareth Edwards y Rian Johnson cuando Bob Iger les pidió que se encargasen de las nuevas entregas. Iger, por supuesto, lo puso en términos de mercado, menos atractivos pero igual de angustiantes: «Imagina que vas a hacer una película de 4000 millones de dólares». Esa, asegura Abrams, fue la frase con la que Iger cerró el encargo de El despertar de la fuerza (2015). La manera en la que los tres directores han respondido al reto da una imagen muy clara sobre qué tipo de artista son, pero también indica que aún en el mundo de los ejecutivos de cine modernos, cortados por un patrón alérgico al riesgo, hay cierto resquicio para la creatividad.

Star Wars: Los últimos Jedi

El caso de Abrams y El despertar de la Fuerza es lo suficientemente paradigmático. El director de Super 8 (2011) planteó su película, la primera de la franquicia ya en manos de Disney, no tanto como una continuación sino como una resurrección en el sentido más literal del término. Su película es en realidad Una nueva esperanza (George Lucas, 1977) recién sacada de la tumba y estrenada directamente en salas, eso sí, tras aplicarle abundantes capas de maquillaje y estudios de mercado. El resultado fue, obviamente, un cadáver, una película que solo buscaba no molestar a nadie, repetirlo todo con la esperanza de repetir también las sensaciones del original. Digámoslo claro, un acto de cobardía. Tras la entrega de Edwards (que, justo es reconocerlo, tenía un papel menos arriesgado al ser su película una nota a pie de página, un fan-fic en el mejor sentido del término), la pelota estaba ahora en el tejado de Rian Johnson, director de Brick (2005) y Looper (2012). La pelota estaba ya contaminada por lo escrito por Abrams, pero la elección de un nombre tan inesperado por parte de Disney permitía albergar cierta esperanza. El resultado, Los últimos Jedi, ha levantado la primera polvareda de la franquicia en décadas, dividiendo a crítica y público.

Viendo la película resulta comprensible el desconcierto. Johnson ha hecho lo que nadie habría esperado: ha hecho suya la película. Desde los primeros minutos, en los que el cliffhanger de Abrams es resuelto con un chiste desmitificador y Finn es presentado como un personaje desnortado que no tiene claro su papel en la trama, se intuye que la película está dispuesta a coger el bantha por los cuernos, dejando al descubierto las torpezas de Abrams, destruyendo cuanto haga falta para encontrar un nuevo camino. Pero Johnson no solo tiene que lidiar con las decisiones de su antecesor, también tiene que trabajar con una mitología que lleva cuarenta años expandiéndose y enraizándose con la cultura popular. Aquí empieza lo complejo, lo desconcertante. En Los últimos Jedi se puede sentir la angustia de su director ante la eterna pregunta: «al añadir una nueva pieza a una historia que no es mía, ¿cuánto debo destruir y cuánto debo respetar?».

Star Wars: Los últimos Jedi

Hay un momento de la película en el que Kylo Ren (al que Johnson despoja de su pose emo, casco incluido, y otorga verdadera sensación de tortura interna), le pide a Rey que se una a él para destruir todo lo antiguo, la República, el Imperio, los Jedi, para crear algo nuevo juntos. Acto seguido, Ren cierra su parlamento con un par de frases… directamente extraídas de El imperio contraataca. Por mucho que quiera destruir el pasado, el villano de Los últimos Jedi jamás podrá escapar de la larga sombra de Darth Vader. De la misma forma, Rian Johnson se pasa toda la película buscando esos límites, tratando de comprender hasta qué punto la película es suya y hasta qué punto forma parte del legado de George Lucas. Mientras recupera con la planificación un uso completo del formato panorámico (en lugar de la obsesión actual por dejar toda la información en el centro del encuadre), algo que enlaza con el cine de Kurosawa, uno de los principales referentes de Lucas, introduce un humor desmitificador y un tanto autoconsciente que resulta imposible encontrar en la trilogía original. Igualmente, vuelve a la tradición cuando la trama recupera la falibilidad de los héroes, algo maravilloso que parece que hemos olvidado: que las historias son mucho más emocionantes cuando los protagonistas se equivocan, porque ahí es cuando más se parecen a nosotros. Pero en este constante tira y afloja, también se aleja del canon al construir tramas enteras que no hacen avanzar el argumento, tan solo la construcción de los nuevos personajes, todos ellos tan confundidos como el propio Johnson: Rey descubre que Luke Skywalker se ha vuelto un huraño resentido, que ella misma no es su heredera y por tanto deberá encontrar su propio espacio en la mitología; Poe comprende que comportarse como un héroe bravucón puede dar muchos menos resultados que simplemente tener paciencia y confiar en tus aliados (o sea, comprende que él no es Han Solo); Finn aprende que su lugar en la historia no es el de hacerla avanzar, sino que lo más importante se encuentra en su propia evolución personal y en lo que representa como símbolo para la rebelión. Con todo esto, Johnson no hace otra cosa que crear un espacio en que sus personajes puedan desarrollarse como algo nuevo, en lugar de ser meros clones de aquella experiencia que tan fervorosamente deseamos revivir.

La jugada no siempre le sale redonda a Johnson. Su película se resiente de un exceso de ambición, de cierta sobrecarga de tramas y de personajes, como si se sintiera obligado a arreglarlo todo y no quisiera dejar nada en el tintero. Debido a todo esto, Los últimos Jedi no fluye como la película de aventuras que podríamos desear, pero por el camino consigue algo igual de emocionante y más inesperado: densidad. En el mundo actual, en el que parece que el lugar de la ficción popular está en recuperar las sensaciones que vivimos cuando éramos niños, Johnson se atreve a mirar hacia delante y cuestionar a sus héroes. No solo destruye sus avatares, sino que también se interroga sobre la validez de sus ideales. Al final, y esto es lo más sorprendente, Johnson comprende que no puedes crear nada vivo si no destruyes una parte de la tradición. Lo que se repite una y otra vez, lo que se niega a morir, ya está muerto. Ese niño que sostiene el símbolo de la Alianza Rebelde mientras mira hacia el firmamento no es otra cosa que el germen de una nueva mitología, el acto por el que Johnson comprende que no se puede volver a contar una historia de cero, solo podemos crear otras nuevas sin olvidar las antiguas. Ahora lo importante es que lo aceptemos los espectadores, porque las historias no pertenecen a nadie. Nos pertenecen a todos, tanto como nosotros pertenecemos a las historias.

Star Wars: Los últimos Jedi


Star Wars: Los últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, EEUU, 2017)

Dirección: Rian Johnson / Guión: Rian Johnson, basado en personajes creados por George Lucas / Producción: Kathleen Kennedy para Walt Disney Pictures, Ram Bergman Productions y Lucasfilm/ Diseño de producción: Rick Heinrichs/ Música: John Williams / Montaje: Bob Ducsay / Fotografía: Steve Yedlin/ Reparto: Daisy Ridley, Mark Hamill, Adam Driver, John Boyega, Carrie Fisher, Oscar Isaac, Laura Dern, Andy Serkis, Benicio del Toro, Dohmnall Gleeson

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