SOUL
Alma sensiblera
Quizás lo más peligroso de Soul (Pete Docter, 2020) es que no deja mal sabor de boca. No me malinterpreten, esto debería ser una virtud. Cualquier espectador que se enfrente a una película y termine satisfecho debería decir que la película es digna o buena. Pero quizás esa es la endiablada fórmula que Pixar ha sabido consagrar con los años. Que cualquier cosa, por muy turbia, simplista o categórica que sea, nos termine gustando.
Pixar Animation Studios es conocido por las ideas fantásticas que impulsan sus películas (juguetes que cobran vida, un anciano que hace volar su casa con globos, una familia de clase media de superhéroes…). Sin embargo, dentro de sus histriónicas particularidades, nada se deja al azar. Todo está meticulosamente pensado para asaltar, cual Bastilla, tus emociones. Todo el agente de producción pretende acuchillar tu sensibilidad y pocas veces nos hemos parado a pensar si lo que realmente nos ha gustado es la propia película o esa emoción traicionera y fríamente calculada por la casa del flexo saltarín.
Como ya ocurriera en Coco, Pixar aspira en Soul a conceptualizar (lo que se puede entender como banalización) la muerte. Artimaña sumamente peligrosa dado que su público objetivo sigue siendo la familia. Sin ir más lejos, la cinta, estrenada por las circunstancias pandémicas en Disney+, ha sido catalogada como adulta. Hablar de la muerte nada tiene que ver con coches parlanchines o robots distópicos. Es un tema arriesgado dentro del cine familiar que en este caso sí es cierto que, a instancia de los personajes más payasos de la cinta, puede resultar demasiado abrumador para los más pequeños de la casa. ¿Habrá perdido Pixar el norte? El estudio siempre ha querido expresar y buscar nuevos lenguajes para ser el buque insignia de la animación y dar vida aquello aparentemente inerte. Soul puede recordarnos en ese sentido a Del revés (Inside Out) (Pete Docter, 2015), donde lo artificial (juguetes y coches) se trasladaba a lo metafísico. Este esfuerzo por adaptar ideas abstractas podría ser considerado todo un éxito. Seguramente la aspiración y competencia más directa de la productora, los estudios Ghibli, es la que ha motivado este reto. Sin embargo, la productora japonesa siempre ha pincelado un carácter poético con distintas dimensiones que realmente saben columpiarse entre lo adulto y lo infantil sin tener que forzar las emociones más primarias. Es en este punto donde Soul comienza a desquebrajarse.
La creación del universo es efectiva. La historia nos traslada a la vida de un maestro de música amateur, en plena crisis de los 40, que se topa con la muerte y viaja a un mundo onírico (el más allá y el más acá) donde luchará por volver a la existencia y recomponer el sentido de su vida. El prodigioso primer acto se va desinflando conforme avanza el metraje por un slapstick desenfadado y redundante. Finalmente, este proceso para respaldar al público infantil deja en tierra de nadie a una cinta entretenida que aspira a algo que no sabe consolidar.
No cabe duda de que nos encontramos ante uno de los filmes más adultos del estudio y que no dejará mal sabor de boca. Su moraleja facilona y sensiblera, expuesta hasta la saciedad, termina por derrumbar algo que se preveía gigantesco pero que lamentablemente cae en la previsibilidad.
Soul (Estados Unidos. 2020)
Dirección: Pete Docter, Kemp Powers / Guion: Pete Docter, Mike Jones, Kemp Powers / Producción: Pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures (Distribuidora: Disney+) / Montaje: Kevin Nolting / Música: Trent Rezno / Reparto: Animación