SMALL AXE: ALEX WHEATLE
Entre las raíces y el follaje
Contrariamente a los tres capítulos anteriores de la pentalogía que conforma Small Axe (2020), esta interesante entrega de la miniserie firmada por Steve McQueen no describe de forma más o menos esquinada una u otra situación desde su título, si no que se sitúa biográficamente a hombros de un nombre y apellido concretos: Alex Wheatle. Un hoy reconocido escritor que ya en el año 2015 entró a formar parte del Writing’s Room de lo que por entonces no era si no un proyecto de McQueen para levantar una miniserie de cinco capítulos centrada en los inmigrantes afrocaribeños afincados en el Reino Unido. McQueen, cuya reputación estaba en alza tras el Oscar a la mejor película recabado por su 12 años de esclavitud (2013) quería que uno de los capítulos de esta nueva aventura creativa girara alrededor de un joven atrapado entre el sistema penitenciario inglés y los orfanatos públicos, a lo que Wheatle aportó algunas copias de los documentos de los servicios sociales británicos que daban crédito de su paso por estas instituciones. Pero lo que debía servir de simple inspiración anónima convenció a McQueen hasta tal punto que insistió en que era la vida e historia de Wheatle la que debía ser llevada a la pantalla nominalmente. Aunque, en un nuevo giro de esta anécdota de producción, podría decirse que ese grado de concreción es a duras penas importante en Small Axe: Alex Wheatle (2020), dado que el proceso de voluntariosa abstracción que el libreto de Alastair Siddons y el propio director en calidad de co-guionista ejerce sobre la figura del escritor de raíces jamaicanas lo convierte en el sinécdoque de una situación social que, tal y como lo plantea McQueen, desborda los confines de la simple biografía personalista.
Fuera de la pantalla, Wheatle nació en 1963 en el distrito londinense de Brixton y pronto se trasladó a la localidad próxima de Croydon, donde pasó su infancia en un orfanato en el que fue reiteradamente vejado y maltratado, para luego regresar al depauperado Brixton en calidad de huésped de un albergue público para jóvenes sin techo, entrar en contacto con sus orígenes y participar, tras algunos escarceos con el trapicheo de drogas y una fugacísima carrera musical como DJ de escasa repercusión, en los célebres disturbios antirracistas ocurridos en la localidad en 1981. Sin embargo, dentro del marco biográfico establecido por McQueen en Small Axe: Alex Wheatle la vida del futuro escritor (interpretado en su juventud y vida adulta por Sheyi Cole) comienza justo ahí: dando con sus huesos en prisión tras ser acusado de formar parte del tumulto que puso en jaque a los cuerpos de seguridad británicos durante el mentado alzamiento racial que incendió Brixton en el segundo año del primer mandato de Margareth Tatcher en calidad de Primera Ministra británica.
Planteado de este modo, y al contrario que el Wheatle real, el protagonista del capítulo de McQueen es un hombre sin pasado y, por tanto, sin identidad alguna más allá de su condición de preso y, más concretamente, de preso negro. Una condición que se ve matizada lentamente gracias a la construcción dramática de este episodio, planteado en su práctica totalidad a modo de sobrio pero igualmente dinámico flashback aparentemente explicativo sobre los motivos que han llevado a Wheatle al calabozo. Ya que si bien Small Axe: Alex Wheatle no se distancia excesivamente de esta premisa, y lo hace además desde una encomiable falta de complacencia respecto al retrato que hace de su hagiografiado, también se erige simultáneamente en el periplo de un hombre negro en su toma de conciencia de su identidad personal, socioeconómica y/o racial. Y lo hace desde una perspectiva tan interesante como lo suficientemente diluida en el primero de estos tres ámbitos como para que este proceso ejerza las veces de eco social intercambiable para una parte importante de la comunidad afrocaribeña retratada en el filme de McQueen, establecida a la manera de una dimensió sociocultural paralela y autónoma a la de la oficialidad blanca (e imperial) del Reino Unido.
Gracias a una esmerada puesta en escena, aparentemente inocua pero muy calculada en su uso de los recursos audiovisuales de los que dispone para generar un discurso que por lo general (y por fortuna) no alza la voz para llegar a su público, McQueen atrapa formalmente a Wheatle en los entornos e instituciones blancas y lo libera comparativamente en aquellos espacios sociales y culturales que lo sintonizan, lenta pero inexorablemente, con sus raíces jamaicanas. La estancia en prisión descrita en las primeras escenas de Small Axe: Alex Wheatle con una planificación que reduce al mínimo imprescindible el aire de sus encuadres, asfixiando literalmente el radio de acción de Wheatle, encuentra su eco en otras, inmediatamente posteriores, en las que se describe su infancia (en la que es interpretado por Asad-Shareef Muhammad) en el orfanato entre maltratos y desprecios. Estas primeras secuencias en las que la claustrofobia no solo dibuja una situación personal si no también el aparato sociocultural (y racista) que la hace posible, se sitúan exclusivamente en interiores en los que la toma de cámara, bajo las ricas texturas deparadas por el director de fotografía Shabier Kirchner, se las ingenia para rimar malintencionadamente imágenes tan inocentes por sí solas como puedan ser la subida de una escalera con otras que nos muestran a Wheatle visto a través de unos barrotes. Por el contrario, desde el instante en el que el protagonista absoluto de Small Axe: Alex Wheatle regresa al Brixton en el que construirá su identidad a ojos del público, la cámara se sitúa en el exterior y los encuadres se amplían, oxigenándose, en una metáfora que está muy lejos de resultar sutil, pero que se plantea de forma muy efectiva, por verse perfectamente integrada en el desarrollo de una ágil trama puramente cotidiana que incluye sin apenas esfuerzo un muy interesante, por ambivalente, comentario sociopolítico sobre el gueto afrocaribeño de Brixton.
Bajo la óptica narrativa construida por McQueen, la sociedad de acogida de Wheatle funciona en gran parte desde la ilegalidad, entendida como respuesta a la miseria económica y social enquistada en Brixton. Pero esta marginalidad fruto de la miseria opresiva de la sociedad blanca deviene, a su vez y sin distinción, en dique de contención desde el que se puede establecer una cultura autónoma, orgullosa y estrictamente afrocaribeña. En este sentido, el valor de los peinados, un slang a duras penas entendible para el oído poco o nada entrenado en estas lides o, sobre todo, la música reggae no es tanto paisaje reconstruido desde el folclore, sino imaginario cultural tal y como lo describe el compañero Alberto Hernando en su artículo Black Power: La belleza de ser negro: “Hemos simplificado mucho el término “imaginario”, lo hemos reducido a una colección de iconos a menudo épicos -como los de superhéroes que puedes comprar en la juguetería o entre el merchandising de la FNAC-, pero la imaginación ocupa mucho más: son las fantasías, los juegos de identificaciones y de proyecciones, las idealizaciones, la educación sentimental desde la que nos relacionamos… todo aquello que, sin ser simbólico (es decir, sin pertenecer al orden del discurso), nos permite habitar el mundo en que vivimos.”
Una concepción que si no es idéntica sí resulta muy similar a la que se desprende de este tramo de Small Axe: Alex Wheatle: no por casualidad, en estos minutos del episodio Wheatle no solo se construye a sí mismo, si no que también empieza a discernir los mecanismos de represión identitaria adoptados por un poder institucional que funciona, al menos en esta ocasión, como una fuerza colonial que ejerce como tal dentro de sus propias fronteras. La desnortada violencia de la Metropolitan Police Service (bajo el paraguas ofrecido por Operación Swamp 81) y que cae aleatoriamente sobre algunos de los habitantes de Brixton, alimenta una tensión personal y social que estalla en los disturbios de Brixton de 1981, contemplados como una expresión de rabia justificada por el despertar personal dibujado por McQueen, y como un punto y aparte en la vida de Wheatle subrayado por una de las escasísimas (y, con mucho, la más afortunada) rupturas tonales que pueden encontrarse en Small Axe: Alex Wheatle.
Se trata de una larga serie de fotografías de las marchas emprendidas a modo de protesta por la muerte de un grupo de niños de Brixton en el incendio de uno de sus orfanatos que a través de la recuperación histórica ejercen de triple bisagra entre el proceso de construcción personal y/o social y político de Wheatle, la de la sociedad (afrocaribeña pero también blanca) de Brixton, y la social y política del propio espectador respecto a lo que está contemplando. Cerrado el círculo (que solo al final llega a concretarse en lo personal para Wheatle) y haciendo acopio de un pasado sobre el que construir, ya solo queda andar al futuro a través de la educación, tal y como su compañero de celda Simeon (Robbie Gee) arenga al escritor y se diría que también al público. Un extremo apologético sobre la formación como valor incalculable que, más allá de anunciar el título del quinto capítulo de esta corta saga antirracista, delata un atemperado impulso didáctico latente en esta sólida Small Axe: Alex Wheatle que, ni que sea por lo que tiene de verdadero ejercicio de resistencia, solo resulta antipático en contadas ocasiones./
Small Axe: Alex Wheatle (Reino Unido, 2020)
Dirección: Steve McQueen/ Producción: Michael Elliot y Anita Overland/ Guion: Steve McQueen, Alastair Siddons/ Fotografía: Shabier Kirchner/ Montaje: Chris Dickens y Steve McQueen/ Música: Mica Levi/ Reparto: Sheyi Cole, Robbie Gee, Jonathan Jules, Elliot Edusah, Fumilayo Brown-Olateju, Ashley McGuire, Asad-Shareef Muhammad, Leah Walker.