SITGES 2019: LO MÁS SORPRENDENTE
Cuando uno se adentra en la sala de un cine, es inevitable tener expectativas sobre lo que va a ver. En un festival como Sitges 2019 (también en 2018 y 2017), donde puedes ver cinco o seis películas en un mismo día (siempre que no te importe no tener tiempo para comer), siempre hay una favorita del día, otras que te atraen (a veces simplemente por lo raro de la propuesta) y algunas que, sencillamente, entran porque “nunca se sabe”. Son estos últimos casos los que a veces deparan las mayores sorpresas: filmes de los que sabías poco o nada, a los que llegas sin expectativas o con reservas y acaban por convertirse en el pequeño tesoro que te llevas del festival. Así son las tres películas aquí recogidas, pequeñas joyas inesperadas.
The Antenna (Orcun Behram)
La instalación de una antena parabólica genera transformaciones inmediatas en la comunidad de un edificio. El edificio se encuentra en una misteriosa ciudad de Turquía. Con el transcurso de la película se irán produciendo escenas con múltiples televisiones reproduciendo lo que transmite esa antena, la señal que llega a todos los aparatos domésticos, las imágenes que consumen los espectadores, que los dejan narcotizados y acaban poseyéndolos. El cansado portero naufragará entre los caprichos y nuevas rarezas de los propietarios y nosotros con él, primero intrigados, luego fatigados.
La descripción de una atmósfera opresora cada vez más invasiva y menos humana es la mayor virtud de la ópera prima de Orcun Behram. Con una puesta en escena basada en los planos fijos, de escala media y lenta cadencia, con una evolución hacia los planos en movimiento, de menor escala y un montaje más dinámico, se consigue reproducir el ánimo de ese portero que siempre llega tarde porque duerme más de lo que debe. Es un hombre despistado y aburrido, anclado en un mundo que debe observar, rutinario y reglamentado. A medida que se transforman los vecinos en otras personas, que la señal monitorizada libera la violencia que contenían, surge otra realidad. Una realidad que no se puede contemplar a distancia, que no se deja ver con facilidad, que huye.
El proceso inmersivo deja unas imágenes interesantes que recuerdan al David Cronenberg de Videodrome (1983) y, de hecho, la propia posesión y la búsqueda de soluciones del protagonista conectan con la situación y las motivaciones del villano de aquella, Max Renn. The Antenna, sin embargo, deja un poso de insatisfacción por un metraje desmedido que no evita ni la reiteración, ni la dilatación temporal desmedidas.
Making Waves: The Art of Cinematic Sound (Midge Costin)
Making Waves: The Art of Cinematic Sound es una bella película dedicada al sonido del cine y a los sonidistas. Es un filme transparente realizado por Midge Costin con una fuerte vocación pedagógica. En este documental se recogen las experiencias de un grupo de diseñadores, editores y mezcladores de sonido, principalmente, para comprender la función que cumplen en la realización de una película y cómo su papel fue clave para la modernización y sofisticación del cine desarrollado por los cineastas del Nuevo cine estadounidense en la década de los 70.
Este documental se convierte en una magnífica herramienta para el estudiante de cine cuando los creadores de las complejas bandas sonoras recuerdan cómo trabajaron una escena concreta y analizan las sensaciones que se derivan de las decisiones que tomaron. Tiene también un fuerte componente historicista, puesto que la estructura que toma sigue los cambios técnicos más relevantes en el campo de los sistemas de grabación y edición de audio hasta la estandarización del digital. Ver el repaso que se ofrece es una tarea emocionante para el espectador cinéfilo, ya que se brindan secuencias enteras de películas tan relevantes como Gente corriente (Ordinary people, Robert Redford, 1980), Toy Story (John Lassetter, 1995) o Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, Steven Spielberg, 1998).
De esta manera, Making Waves: The Art of Cinematic Sound se convierte en uno de esos títulos imprescindibles sobre la técnica cinematográfica y sus creadores, en un contraplano ideal para Maestros de la luz (Visions of Light: The Art of Cinematography, Arnold Glassman, Todd McCarthy, Stuart Samuels, 1992).
Her Blue Sky (Tatsuyuki Nagai)
La nueva animación de Tatsuyuki Nagai habla del amor y de cómo el paso del tiempo influye al sentimiento. Akane es una adolescente que está terminando el instituto y tiene planeado emigrar a la ciudad junto a su novio, Shinnosuke, guitarrista de una banda local. Cuando fallecen repentinamente los padres de Akane, ella renunciará a sus planes y se quedará en el pueblo para cuidar de su hermana pequeña Aoi. Una elipsis nos muestra el presente: Aoi adolescente toca la guitarra, mientras sueña con la ciudad y siente el fuerte peso de la culpa por ser el motivo del sacrificio de Akane.
Se nos ofrece la paleta de colores habitual en el realismo romántico de Nagai. Y como en su película anterior, El himno del corazón (Kokoro ga sakebitagatterunda, Japón, 2015), la música es un elemento terapéutico de reconciliación personal y actividad social para sanar la soledad. Lo cierto es que no trae consigo ninguna novedad, la ves con ligereza y, quizás, te conmueva en alguna escena la verbalización de un dolor reconocible o las situaciones en que Nagai se permite volar con los personajes liberados. Pero es difícil. Se trata de un melodrama irregular e inorgánico, cargado de buenas intenciones, que no llega a fluir porque sigue todas las pautas y las convenciones del género. No hay sorpresas, ni sugerencias, ni siquiera un gesto de rebeldía.
Her Blue Sky comparte con Mirai, mi hermana pequeña (Mirai, Mamoru Hosoda, 2018) la representación de personajes de distintos tiempos en un mismo espacio, pero lo que en Mirai fascinaba por la magia, la memoria y la proyección contenidas en cada plano; en Her Blue Sky, genera estupor, no solo por su ausencia, sino por la vacuidad de un cineasta ya experimentado que no ha sido capaz de imprimir el sello demandado por un título como este.