SITGES 2017: LO MÁS SORPRENDENTE
Cuando uno se adentra en la sala de un cine, es inevitable tener expectativas sobre lo que va a ver. En un festival como Sitges 2017, donde puedes ver cinco o seis películas en un mismo día (siempre que no te importe no tener tiempo para comer), siempre hay una favorita del día, otras que te atraen (a veces simplemente por lo raro de la propuesta) y algunas que, sencillamente, entran porque «nunca se sabe». Son estos últimos casos los que a veces deparan las mayores sorpresas: filmes de los que sabías poco o nada, a los que llegas sin expectativas o con reservas y acaban por convertirse en el pequeño tesoro que te llevas del festival. Así son las cuatro películas aquí recogidas, pequeñas joyas inesperadas.
HOW TO TALK TO GIRLS AT PARTIES, de John Cameron Mitchell
No es extraño que John Cameron Mitchell (director de inclasificable y estimulante carrera) se haya visto atraído hacia el relato de Neil Gaiman que da pie a esta película. Ambos combinan sus raíces europeas con mitomanía americana y se sienten atraídos hacia historias extravagantes que tocan extremos. La mejor adaptación de Gaiman sigue siendo Coraline, en la que Henry Selick respetó esos extremos conjugando una fantástica armonía entre lo dulce y lo macabro. Esta lista se amplía con How to Talk to Girls at Parties, que colinda con Sandman en la mezcla de lo efímero y lo trascendental, lo galáctico y lo terrenal, lo poético y lo rutinario.
Aparentemente la historia usa el relato de Gaiman casi como pretexto para arrancar: chico conoce chica en una fiesta y ella resulta ser extraterrestre. Así de simple y extraño. El desarrollo no tarda en girar a los intereses de Cameron Mitchell, centrados en la juventud desatada, el hedonismo y la transgresión setentera. No obstante, aun sacrificando parte de la rotundidad del relato, la película mantiene su atmósfera y sensibilidad, consiguiendo una adaptación alejada en lo argumental pero respetuosa en tono. La evolución exige que todo cambie para progresar, en un mensaje implícito en el argumento y en la propia forma de la película.
Por lo tanto, a partir de los veinte minutos la historia se abandona a su locura. A menudo, acaba divagando, dando la sensación de no saber dónde va, dando bandazos entre su guerra de andar por casa entre punks y aliens y su historia de amor adolescente. Sin embargo, es en su salto al vacío anárquico y excesivo donde la película encuentra su gran virtud: un auténtico espíritu contracultural. Por definición, lo punk no está afilado, es tosco, inconformista y provocador. Visceral y directo. La película tiene una personalidad individualista, de esquinas curvas y una notable ausencia de miedo al ridículo. Comienza siendo dulce para un minuto después volverse agresiva, mutando después al producto vanguardista y volviendo a ser dulce de nuevo. No tiene miedo a considerarse una teen-movie marciana, sexual, musical y bizarra. Tampoco de combinar lo trascendental con fantasía juvenil, ni de ser ligera y autoral a la vez. En resumen, lo último de Cameron Mitchell no tiene miedo de ser un potaje de muchas cosas y de encontrar su propio espacio en ellas. Y mucho de ese descaro acaba cristalizando en un espíritu verdaderamente punk.
Por supuesto, la valentía siempre es reivindicable, pero no válida por sí misma. Muchas malas películas han sido valientes. La cuestión es si este caso particular aterriza de pie o se estrella. Dependerá de cada uno elegir. How to Talk to Girls at Parties no susurra a todos los oídos, está destinada al nicho, a los nostálgicos de las sesiones de madrugada y a los buscadores de lo descerebrado y lisérgico. Su estilo es psicotrónico, kitsch y libertino en su celebración de la sexualidad fluida, con ecos a The Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975). No solo es una película descocada y lírica, es una obra viva, genuina e imperfecta que redescubrir en el futuro. Exactamente como le pasó a Hedwig and the Angry Inch, cuyo espíritu recupera en parte, y arrancaba con una declaración de intenciones que encaja como un guante en esta película:
“Ladies and gentlemen, whether you like or not… HEDWIG!”
Antonio Serón
LOS HAMBRIENTOS (LES AFFAMÉS), de Robin Aubert
No deja de resultar sorprendente que un subgénero tan limitado (en apariencia) y tan sobreexplotado recientemente como el de los zombis siga siendo capaz de generar películas interesantes. Si el año pasado fue Train to Busan (Yeon Sang-ho, 2016) la que dio la sorpresa gracias a su exhibición de músculo visual y ritmo, este año ha sido Les affamés, de Robin Aubert, la que se ha llevado el gato al agua. Lo ha hecho, eso sí, trabajando en dirección opuesta al blockbuster coreano.
Esta película canadiense cuenta, sencillamente, la historia de un grupo de supervivientes del apocalipsis zombi. Sin otro objetivo que seguir viviendo un día más, el grupo protagonista crece y decrece según se van encontrando con hordas de muertos vivientes u otros supervivientes. En el centro del relato, un joven (excelente Marc-André Grondin) de mirada confusa, para el que parece que la vida es igual de incomprensible ahora que cuando reinaba “la normalidad”. Esta falta de un “plan maestro” favorece la sensación de desesperanza al tiempo que otorga a la película un aura de cotidaneidad que en ocasiones roza lo banal, lo que no hace más que potenciar la idea de que, pese a todo, el mundo no ha cambiado tanto. De hecho, la película juega con el concepto del zombi, mezclando el tradicional cadáver andante ansioso por devorar a todo lo que respira con otro de naturaleza más fantasmal: figuras al fondo del encuadre que observan, como si fueran conscientes de la perdida y estuvieran esperando a que alguien, simplemente, se acerque a ellos para sacarles de su desolación.
Pero Aubert no se queda ahí, demostrando una notable capacidad para jugar con los tonos. Aunque el relato es profundamente melancólico, el director y su equipo se las apañan para introducir abundantes pinceladas de humor que van de lo cruel a lo tierno y también una serie de escenas de terror puro notablemente bien diseñadas y resueltas. Así, al tiempo que esos cambios suman a la sensación de cotidianeidad antes mencionada, son también el germen de un conjunto que no para de sorprender al espectador, que se encuentra con una montaña rusa emocional que sabe provocar tanto gritos como carcajadas e, incluso, algún nudo en la garganta. Al final, la única decepción que nos llevamos con Les affamés fue comprobar que un filme tan notable se fuera de vacío en el palmarés de Sitges 2017. Todo lo demás, pura sorpresa.
Pablo López
BUSHWICK, de Cary Murnion y Jonathan Millot
Directa al grano, Bushwick comienza con una panorámica del barrio de Bushwick. En ella vemos cómo varias tropas de asalto de origen desconocido se disponen, desde los helicópteros, a invadir el que será escenario y protagonista absoluto de la película: Bushwick, un barrio pobre en las afueras. Allí conviven enfrentadas distintas minorías raciales, lo que según creen los invasores debería evitar la organización de una resistencia armada. Pero no cuentan con la cantidad de armas ilegales de las calles.
La película está llena de pequeños detalles sarcásticos como este, y cuando a la mitad se desvele de dónde provienen los misteriosos invasores todo tomará un tinte social con mucha mala leche y sentido de la oportunidad. Terrorismo, disturbios raciales, lucha de clases, el pasado secesionista, los movimientos reaccionarios que llevaron a Trump a la Casa Blanca y la psicosis americana post 11 de septiembre, todo ello tiene cabida en Bushwick. Pero la frontalidad, franqueza y ausencia de ínfulas con que juega sus cartas no engañan a nadie. Al margen de su presupuesto, se trata de mantener vivo aquello que debería ser la serie B: un producto entretenido, oportuno y directo disfrutable de principio a fin; y de paso, termómetro y síntoma de la sociedad contemporánea.
Si algo se ha llevado la mayor parte del presupuesto y las ambiciones de Bushwick ha sido su puesta en escena a través de unos pocos planos secuencias trucados y repletos de acción. Un tipo de dispositivo del que tal vez se está abusando cada vez más, pero que en este caso es de todo menos un capricho. En ellos acompañamos a Lucy, que ha vuelto de la universidad al barrio en que creció para presentar formalmente a su novio y nada más salir del metro se encuentra en zona de guerra, a un hombre en llamas y soltera. Obligada a actuar para sobrevivir, Lucy aprenderá a moverse en el caos y a colaborar con sus vecinos para resistir. Es imposible imaginar Bushwick de otra forma. Su plano secuencia resulta la mejor manera de articular, sin ínfulas ni subrayados, una acción en un espacio. Y eso es todo lo que importa en la película: el espacio (Bushwick) y la acción (la invasión y la resistencia).
Alberto Hernando
MARLINA THE MURDERER IN FOUR ACTS, de Mouly Surya (Premio a la mejor interpretación femenina)
Seamos sinceros. Cuando estás preparando el horario de Sitges con las más de 40 películas que vas a ver en 10 días, una coproducción entre Indonesia, Malasia, Francia y Tailandia de la que no sabes nada y que viene de pasar por la Quincena de los Realizadores de Cannes no es muy apetecible. Los prejuicios hacen pensar en ese cine de autor lento, aburrido, contemplativo, incomprensible… cuando el aficionado del festival lo que suele esperar con más ganas es la enésima secuela del simpático muñeco asesino Chucky o la locura sangrienta de turno del japonés Takashi Miike. Pero Sitges siempre te sorprende. Y, a veces, para bien.
Sin entrar en muchos detalles, podríamos resumir la trama en que Marlina (Marsha Timothy, premio a la mejor actriz), una mujer que acaba de quedarse viuda, viaja con la cabeza cercenada de su violador hacia la comisaría más cercana mientras es acechada por el fantasma de este (que toca la guitarra). De entrada ya suena interesante, pero lo que no esperábamos es que su directora, Mouly Surya, hubiese convertido esta historia de venganza y feminismo en un neo western colorista. Tenemos todos los elementos necesarios: forajidos, diligencias, banda sonora con ecos a Morricone, fotografía polvorienta de colores cálidos, un sheriff incompetente y, cómo no, un jinete solitario (en este caso, una amazona) en busca de justicia.
Pero además toda la película está envuelta en un aura de comedia independiente que, contra todo pronóstico, pega bastante bien con el argumento. Una retahíla de pintorescos personajes acompañan a Marlina en un ambiente de simpatía latente, en un musical sin canciones. La estructura circular en cuatro capítulos (como bien indica el título), que hace que volvamos al punto de partida al final del viaje, no es otra cosa que una deconstrucción de los cánones del western que al mismo tiempo funciona como denuncia social del patriarcado actual y una reivindicación del empoderamiento femenino. Toda una sorpresa positiva que, en el improbable caso de que llegue a España entre el barullo de super héroes, remakes y secuelas, no deberíais dejar pasar.
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