SILVIO (Y LOS OTROS)
Hablar y escuchar
Durante un breve encuentro, Ennio Doris, exsocio y amigo de Silvio, intenta animarlo. Según Doris, el Loro debe convencer a los seis parlamentarios necesarios para erigirse presidente por cuarta vez sin prestar demasiada atención a lo que la prensa diga, porque él ha nacido para vender y “un vendedor solo habla y no escucha”. Este lema sintetiza a la perfección el espíritu de una cinta que funciona como revisión, que no comentario, de los temas favoritos de Paolo Sorrentino, tras el relativo éxito que tuvo la serie The Young Pope (HBO, 2016). Con Silvio (y los otros), el director italiano vuelve para demostrarnos que el kitsch sigue siendo su principal apuesta, a pesar de la vacuidad que sus lugares comunes empiezan a destilar.
En esta ocasión, el habitual Toni Servillo se pone en la piel del ahora expresidente Berlusconi para retratar a un individuo tan arrogante como lúcido, otro de esos flamantes genios a los que Sorrentino suele brindar su admiración. La suya, y la del otro protagonista de la cinta, Sergio Morra (Riccardo Scamarcio), un corrupto político de provincias que mueve tierra y aire para escalar en los engranajes ejecutivos del Estado. Sergio perseguirá la atención del político a base de fiestas de un hedonismo extremo, lo que atraerá a todo tipo de personajes esperpénticos a su decrépito entorno familiar. Aunque de eso la película se olvida al cabo de una hora, pues a Sorrentino le interesa más explorar el trasfondo humano detrás de Berlusconi en su estatuto mítico: se trata, ni más ni menos, de un tipo que no puede resistir el encanto de una falda corta pero que no se droga; alguien que vive dentro de un sistema que se desmorona y que a la vez se sabe fuera de él.
Al igual que en La gran belleza (2013) o La juventud (2015), este retrato funciona de forma centrífuga, delegando su propio centro en breves tramas periféricas que, como es frecuente en el cine de Sorrentino, quedan relegadas al olvido al poco de ser introducidas. Líneas argumentales desaparecidas y pistolas de Chéjov que nunca se disparan en un guion deshilvanado y con evidentes problemas de ritmo que bien podrían ser consecuencia de la hora de metraje recortada para la versión distribuida internacionalmente: al fin y al cabo, la versión proyectada en cines italianos era completamente diferente de la que se estrenó en nuestras salas (aquella fue ideada como un díptico de tres horas y media). También la película puede verse como fresco de una Italia decadente, un retrato colectivo que se basa enteramente en lo que representa el acto político contemporáneo: la pura palabrería. Así es que el mejor momento del film sea la secuencia en que el Presidente consigue vender un piso que ni siquiera existe, por teléfono, a una desconocida.
En cierto modo, esta película representa un eslabón lógico en la carrera del mayor amante del kitsch. Pero Sorrentino, también guionista junto a Umberto Contarello, construye este largo discurso alrededor del triunfo de la forma sobre el fondo (la muy venerada estética de la posverdad), sin ser consciente de que justamente detrás de sus secuencias más virtuosas se esconde la misma frivolidad que pretende denunciar. Esto es un problema de tono, claro, que podría resolverse con una pequeña dosis de autoconsciencia respecto a su propia puesta en escena. También porque, hoy en día, señalar que Silvio Berlusconi es, en el fondo, solo un abuelo patético, no es algo original ni, mucho menos, provocador. Y es una lástima, pues Sorrentino es un magnífico creador de imágenes pop, de universos pop. Pero este género es, por encima de todo, ecléctico, y parece que al italiano le falta justamente eso: aprender a leerse, hacer un ejercicio de autocrítica. A contrario que Silvio, en el cine hay que escuchar, y no solo hablar.
Silvio (y los otros) (Loro: International Cut, Italia, Francia, 2018)
Dirección: Paolo Sorrentino / Guión: Paolo Sorrentino y Umberto Contarello / Producción: Carlotta Calori, Nicola Giuliano y Viola Prestieri (para Indigo Film) / Música: Lele Marchitelli / Fotografía: Luca Bigazzi / Montaje: Annamaria Sambucco / Diseño de producción: Stefania Cella / Dirección de arte: Cristina Vittoria Marazzi /Reparto: Toni Servillo, Elena Sofia Ricci, Riccardo Scamarcio, Kasia Smutniak, Euridice Axén, Fabrizio Bentivoglio, Roberto De Francesco, Dario Cantarelli…