SIBERIA
De parábolas y afinaciones
Un año después de Tommaso, seis después de Pasolini y nueve de 4:44 Last Day on Earth, Abel Ferrara graba Siberia, un film que reúne a los anteriores en una vorágine cinemática cargada de incertidumbre y explosión formal. Si el guion a medio hacer y algún esbozo de este film se avecinaba en algunas escenas de Tommaso, pues Siberia era la peli en la que el personaje interpretado por Willem Dafoe estaba trabajando, la unión que nace de estos dos films es mucho más que relacional. Ni precuela, ni secuela, Siberia es la parábola y no la historia que surge de la mente atormentada del director, el actor y el personaje. Clint, un solitario y atormentado dueño de un bar en mitad de la nada hará de viajero por los recovecos del subconsciente y los escenarios de un mundo amenazador.
En manos de Ferrara y Dafoe, lo que podría haber resultado un festival pretencioso e intelectualoide resulta un soplo de aire fresco (e intenso, como las ventiscas del film) donde Clint aparece como la perversión del superhombre nietzscheano. Como el hombre dueño de su propio caos y poseedor del único lugar resguardado en kilómetros. Pero en ese extraño y oscuro bar de la estepa siberiana, donde una serie de visitantes irán apareciendo, se iniciará un enfrentamiento entre él y sus fantasmas que lo llevarán a salir y combatir al propio paisaje. Perdido sin pasado ni futuro, en un limbo entre la culpa y el descubrimiento de las artes oscuras, en un trineo tirado por huskies siberianos que miran a cámara cuando descansan en mitad de la noche, por los desiertos y junglas que aparecen y se evaporan y reviviendo algunos de los momentos más devastadores de su vida.
Como en Pasolini, el idioma no se comprende como lenguaje —el propio Clint no comprende a los parroquianos que hablan ruso—. El cine sí. Aquí prima la forma y la presencia de la tundra, de la nieve, los fuegos, las cuevas y habitaciones en las que el actor, el director y el personaje (¿acaso no son lo mismo?) exploran nada más que su interior manifestado de forma astral y al mismo tiempo muy visceral. Entre lo obtuso de un viaje a los infiernos personales y la dicotomía entre lo real y lo imaginado que se borra del mapa cual zarpazo de oso pardo o galaxia en explosión, las versiones caóticas de un mundo irracional se suceden en un ávido ejercicio de montaje. Al parecer la razón, o mejor, lo racional, es un lastre para Ferrara porque la imagen cinematográfica se construye mediante pautas, movimientos y transiciones que poco tienen que ver con un sentido lógico. Ferrara rompe esquemas y se adentra en terrenos difíciles pero todavía increíbles, dejando a un lado la narrativa en un mundo personal y optando por la presencia de cada paisaje o cuerpo en un magma universal. No muy lejos de un cine experimental que intensifica la potencia de los cortes y suprime la historia novelesca convencional, Ferrara coloca a su actor fetiche entre varios escenarios para volver a un inicio sabiendo lo que ya sabe. Dafoe, mucho más que un simple actor, colisiona con sigo mismo para revelar los entresijos de una memoria moribunda, errática y febril en un viaje fantástico hacia el mismo punto de partida. Y así Siberia se coloca como una de las experiencias en sala más atrapantes y demenciales del cine contemporáneo. Un film sin miedo a jugar con las afinaciones estándar de lo biográfico al igual que el grupo Bloodspot —cuyo tema Volcano acompaña la película— distorsiona sus guitarras afinadas en Drop Db (Re bemol medio tono más bajo) en lugar de E (Mi, la afinación estándar).
Siberia (Italia, Alemania, México, 2020)
Dirección: Abel Ferrara / Guion: Abel Ferrara y Christ Zois / Producción: Julio Chavezmontes, Coproducción Italia-Alemania-México; Vivo Film, Match Factory Productions, RAI Cinema, Regione Lazio, Piano Producciones / Música: Joe Delia / Fotografía: Stefano Falivene / Reparto: Willem Dafoe, Dounia Sichov, Simon McBurney, Cristina Chiriac, Fabio Pagano, Ana Ferrara
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