CUTREXPLOITATION: LA APROPIACIÓN DE LO CUTRE EN SHARKNADO Y MEGALODÓN
El cine de tiburones hace mucho que «saltó el tiburón»
Durante la cuarta temporada de Días felices (Garry Marshall, 1974-1984), una sitcom familiar de risas enlatadas, el personaje favorito del público, Fonzie, un secundario interpretado por Henry Winkler, empezó a ganar protagonismo a costa de Richie Cunningham (un jovencito Ron Howard) en un intento por recuperar la audiencia perdida respecto al inicio de la serie. Los resultados no fueron los esperados. Es por eso que el equipo de guionistas decidió tirar la casa por la ventana al comienzo de la quinta temporada. El 20 de noviembre de 1977 se estrenó su tercer episodio, Hollywood: Part 3 (dirigido por Jerry Paris y escrito por Fred Fox Jr.), donde el ya protagonista absoluto Fonzie terminaba su visita a Los Angeles con una prueba de su valentía/locura. Sin desprenderse de su inseparable chupa de cuero, Fonzie se calzaba unos esquíes acuáticos y saltaba (literalmente) por encima de un tiburón, para sorpresa de todos. La jugada salió bien en datos de espectadores, y la serie continuó hasta llegar a las 11 temporadas con varios cambios de estilo cada vez más disparatados. Desde entonces, cada vez que una serie comienza a perder el rumbo de manera desesperada en su búsqueda de audiencia (a diferencia de lo que ocurrió con Días felices, normalmente los resultados son nefastos), se dice que ha “saltado el tiburón”.
Paradójicamente, durante lo que llevamos de siglo XXI hemos asistido a una alocada competición del cine de tiburones por “saltar el tiburón” cada vez más alto, más lejos y haciendo volteretas, si es posible. Tiburones zombies (Tiburón zombie, Misty Talley, 2015), fantasmas, (Tiburón fantasma, Griff Furst, 2013), atómicos (Atomic Shark, Griff Furst, 2016), eléctricos (Shock Shark, Griff Furst, 2017), de varias cabezas (El ataque del tiburón de 5 cabezas, Nico de Leon, 2017), gigantes (Megatiburón contra Crocosaurio, Christopher Ray, 2010), con tentáculos (Sharktopus, Declan O’Brien, 2010), robóticos (Roboshark, Jeffery Scott Lando, 2015) y hasta poseídos (Shark Exorcist, Donald Farmer, 2015), por poner solo unos ejemplos, han luchado por superar a los Sharknados (Anthony C. Ferrante, 2013-2018), los auténticos reyes de este subgénero. Pero esto no es una moda nueva. Es una práctica que se lleva realizando desde la aparición del primer blockbuster veraniego: Tiburón (Steven Spielberg, 1975).
El éxito de la película que cambió nuestra experiencia en la playa para siempre fue tal que modificó toda la industria de exhibición norteamericana, iniciando el método actual de estrenar simultáneamente en salas de todo el país con grandes campañas publicitarias como llamada de atención. A rebufo suyo surgieron multitud de películas de monstruos marinos, la mayoría de serie b/z, creando toda una moda sharksploitation en la que destacaron Mako: El tiburón de la muerte (William Grefe, 1976), Orca, la ballena asesina (Michael Anderson, 1977), ¡Tintorera! (René Cardona Jr., 1977), Ciclón (René Cardona Jr., 1978), Barracuda (Harry Kerwin y Wayne Crawford, 1978) y Piraña (Joe Dante, 1978), entre otras. La propia Tiburón tuvo 3 secuelas, a cada cual peor, cerrando la saga con la infame Tiburón, la venganza (Joseph Sargent, 1987), donde el escualo tiene un vínculo telepático con la familia del jefe Brody y la persigue por medio mundo buscando vengar a sus compañeros asesinados en anteriores entregas. Pero quizá los más osados fueron, como no, los maestros del exploitation: los italianos. Lamberto Bava (El devorador del océano, 1984) y Joe D’Amato (Sangre profunda, 1990) realizaron películas mediocres, pero al menos no intentaron hacerlas pasar por secuelas oficiales de Tiburón como sí hicieron Enzo G. Castellari y su L’ultimo squalo en 1981 (En España titulada Tiburón 3, recaudó más que la auténtica tercera entrega de Tiburón, que tuvo que retitularse como El gran tiburón -Joe Alves, 1983) o Bruno Mattei, que en Cruel Jaws (también conocida como Tiburón 5, 1995) directamente usaba metraje de los dos primeros filmes de la saga Tiburón (e incluso de L’ultimo squalo) y la BSO de Star Wars (¡?) sin permiso ni vergüenza.
Poco a poco, este tipo de cine se fue apagando hasta su resurgimiento antes mencionado, hace poco más de dos décadas, coincidiendo con el abaratamiento de los efectos digitales. Sin embargo, y sin entrar en debates artísticos, hay una gran diferencia entre estas dos oleadas. Ambas están plagadas de películas malas. Malísimas, la mayoría. Pero sólo la segunda tanda, la digital, parece estar orgullosa de ello e incluso trata de sacarle partido, en una suerte de cutrexploitation. Puede que Joe Dante, Lamberto Bava o Joseph Sargent no tuvieran suerte con el resultado final de sus proyectos, pero trabajan en ellos con seriedad y convencidos de que estaban haciendo un filme de terror. Que luego dieran más risa que miedo era involuntario, y precisamente ahí radica la gracia. En cambio, todo el cine loco de tiburones del siglo XXI, capitaneado por las productoras Syfy y The Asylum, no son más que parodias basadas en la hipérbole y con una puesta en escena deliberadamente mala. Lo que antes surgía de la inexperiencia o de la falta de presupuesto, ahora intenta prefabricarse. Y no es lo mismo.
Sin embargo funciona, y el éxito este verano de El último Sharknado: Ya era hora (Anthony C. Ferrante, 2018) y Megalodón (Jon Turteltaub, 2018) lo confirma. De la saga Sharknado ya hemos hablado en esta misma web, haciendo el siguiente resumen:
«…la primera película de la saga Sharknado (Anthony C. Ferrante, 2013) no fue la primera de su loco subgénero, pero sí la más mediática. La expectación fue creciendo desde que apareció el primer póster en el mercado del festival de Cannes hasta su estreno veraniego, que reventó los trending topics de Twitter. La fiebre Sharknado ha seguido expandiéndose año tras año con las consabidas secuelas (Sharknado 2: El segundo -2014-, Sharknado 3 –2015- y Sharknado 4: Que la 4ª te acompañe -2016-) sumando cada vez un éxito mayor que el anterior, para alegría de la cadena Syfy y de los bolsillos de Anthony C. Ferrante (director) e Ian Ziering / Tara Reid (protagonistas). Para superar a la sorpresa inicial de la primera entrega, en los filmes posteriores tuvieron que ir aumentando los ‘sharknados’ en tipo y en número, los elementos extravagantes (cíborgs, naves espaciales, motosierras láser…), los lugares emblemáticos (Las Vegas, la Casa Blanca, el Golden Gate, la Estatua de la Libertad…), los guiños a otras películas/series (por ejemplo, los que se hacían a Star Wars: El despertar de la fuerza, Los vigilantes de la playa y La matanza de Texas en la cuarta entrega) y los cameos de famosos/as en horas bajas (como John Heard, Vivica A. Fox, Frankie Muniz, Bo Derek, David Hasselhoff y Gary Busey).
Sharknado 5: Aletamiento global cumple rigurosamente con estas cinco claves: múltiples “sharknados” pasando, gracias a inexplicados vórtices interdimensionales, por lugares de todo el mundo como las pirámides de Egipto, el Big Ben londinense, la Ópera de Sídney o el Cristo Redentor de Rio de Janeiro. Guiños a Indiana Jones, James Bond, Mad Max y Regreso al Futuro. Cameos de Olivia Newton-John, Chris Kattan y Tony Hawk. Amuletos milenarios, dirigibles steampunk y armas de origen ‘divino’. Frases como ‘Soy muchas cosas, pero no un helicóptero humano’, y que luego resulte que, literalmente, SÍ QUE LO ERA.»
La sexta y última entrega, El último Sharknado: Ya era hora, no se desvía ni un ápice de las 5 reglas de oro de la franquicia: Sharknados más inverosímiles (con portales temporales y tiburones en llamas), elementos más enrevesados (dinosaurios, magia, personajes históricos…), más escenarios emblemáticos (la Prehistoria, la Edad Media, la Guerra de Independencia de los EEUU…), más guiños cinéfilos (a películas como La princesa prometida, Harry el sucio y El planeta de los simios) y, por supuesto, más cameos (por ejemplo, los de Neil deGrasse Tyson, LaToya Jackson, Tori Spelling o los cantantes de Twisted Sister, Sugar Ray y The Offspring). Es decir, otro producto prefabricado a sumar en la reciente filmografía de las películas televisivas de tiburones. La sobreestimulación de referencias de cultura popular, soltadas cada dos por tres sin sentido como quien está leyendo en voz alta la lista de la compra, es tal, que cualquier espectador va a a pillar unas cuantas por muy desconectado que esté, y se va a sentir de alguna manera partícipe en el fenómeno del que todo el mundo habla. Al mismo tiempo, el presupuesto (que en todas las entregas ronda entre los 2 y los 4 millones de dólares) es deliberadamente bajo porque los efectos tienen que ser deliberadamente malos. Nadie espera ver batallas espectaculares ni cgi realista de última generación, sino comentar al día siguiente con amigos lo cutre que ha sido tal o cual escena. Sharknado ha intentado (y conseguido en gran parte) capitalizar esa complicidad con el espectador que establecen películas como The Room (Tommy Wiseau, 2003) o Troll 2 (Claudio Fragasso, 1990) o, dicho de otra manera, manufacturar un producto de culto instantáneo y mainstream que guste a todo el mundo desde su estreno, cuando el culto ha sido siempre todo lo contrario.
El caso de Megalodón es distinto, ya que el público que acude a una sala de cine sí que quiere ver mucho dinero gastado en la pantalla. Aquí el reclamo es un tiburón prehistórico, tan grande como caros han sido los efectos digitales para recrearle, y una estrella mediática del cine de acción (Jason Statham). Ni estas estrategias publicitarias son nuevas ni vienen únicamente de la sharksploitation, sin embargo sí que hay un vínculo muy fuerte entre esta superproducción de 150 millones y una de las más desvergonzadas películas de tiburones de principios de los 2000: su guion.
Aunque Megalodón se venda como la adaptación de la novela de Steve Alten de 1997 MEG (Meg: A Novel of Deep Terror), lo cierto es que es una reinterpretación bastante libre del texto original. Tan libre que tiene bastante más en común con la tercera entrega de la infame saga Shark Attack (1999-2003), una de las primeras producciones de la, ahora popular, Nu Image (Los Mercenarios, Objetivo: La Casa Blanca, El otro guardaespaldas…). Shark Attack 3: Megalodon (David Worth, 2002), que no tiene nada que ver con las dos anteriores, comienza su metraje con unos trabajadores instalando un cable transoceánico en lo más hondo de la Fosa de las Marianas, el punto más profundo del planeta. Un error provocará la presencia de un gigantesco tiburón que, tras atacar a los allí presentes, se dirigirá a la costa. Obviamente, el argumento de este producto directo a vídeo está también tremendamente influenciado por la novela de Alten, publicada unos años antes, pero las similitudes van mucho más allá ya que, como decíamos antes, Megalodón se desvía bastante de las tramas de la novela. Prácticamente todos y cada uno de los encuentros con el tiburón son idénticos en ambos filmes, así como algunas líneas de diálogo y varios giros de guion. Es decir, el mayor éxito comercial de este verano y la segunda película de tiburones más taquillera de la historia (por detrás, al menos por el momento, de Tiburón), básicamente consiste en coger una peli de videoclub de hace 15 años con frases como ésta y meterle 150 millones de efectos especiales y a Jason Statham.
Sin embargo, y a pesar de todos los beneficios obtenidos, Shark Attack 3: Megalodón tiene algo que hace que un clip suyo de 1 minuto tenga casi 52 millones de visitas en Youtube, mientras que el vídeo más visto de Megalodón, su tráiler, «apenas» llegue a los 34. Shark Attack 3: Megalodón tiene ESTO:
Y esto ni se compra con dinero, ni se planea. Lo cutre nace, no se hace. ¿No ha llegado el momento de decir que el cine comercial de tiburones lleva años haciendo una cutrexploitation?