EL DOCUMENTAL DE SERGEI LOZNITSA: THE TRIAL Y VICTORY DAY
Aprender a ver lo que no se ve
Sergei Loznitsa es un cineasta ucraniano que tiene una trayectoria tan peculiar como asombrosa. Comenzó su carrera a finales de los noventa con la singular y apasionante La vida, el otoño (Zhizn, osin, 1998), un film documental que se basaba en los planos-retrato de habitantes de la rusia tradicional, entre los que se tejía la belleza de lo cotidiano sobre una tonalidad orgánica en blanco y negro. La vida, el otoño resultaba muy extraña para una época en la que el cine digital se estaba imponiendo y algo tan “anticuado” como la vida en el campo retratada “a la antigua” parecía desfasada e incluso aburrida. Loznitsa se dedicó a hablar mediante imágenes de la vida en Rusia antes de que la política se impusiese como tema principal de su cine, marcando su trabajo posterior, cambiando la temática pero no el estilo. En Bloqueo (Blokada, 2006) el material de archivo del sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial se muestra con una estructura narrativo-poética, adecuando la realidad a la pantalla de una manera, cuanto menos, asombrosa. Es entonces cuando Loznitsa comienza a hablar de lo que serán sus tres temas principales: la guerra, los regímenes dictatoriales y la memoria histórica. En 2010 realiza su primera ficción, My Joy (Schastye Moe), que dista mucho de parecerse a cualquier película anterior, pero que conlleva una nueva visión formal de su posicionamiento abiertamente anticomunista. A partir de esta década (la de 2010), Loznitsa empieza a filmar con mucha continuidad —catorce títulos hasta este año— y a generar controversia con películas como La sumisa (Krotkaya, 2017), En la niebla (V tumane, 2012) o Maidan (2014) que por unas razones u otras levantaron ampollas entre espectadores y críticos de todo el mundo. En 2018 realiza tres películas, Donbass, Victory Day y The Trial (las dos últimas son las que nos ocupan), que suponen el epicentro de uno de los terrenos más explorados por el director: la huella imborrable del régimen estalinista y su más que criticable ovación actual en la Rusia de Putin.
Con The Trial, Loznitsa regresa al material de archivo y, en un brillante ejercicio de montaje, recrea el juicio de los miembros del “Partido Industrial”, acusados de intentar perpetrar un golpe de estado contra la URSS y de tener conciencia antirrevolucionaria. En los regímenes dictatoriales (y más todavía en la Unión Soviética) la propaganda jugaba un papel esencial y lo que hoy podemos entender como fake news empezaron a darse y a proliferar en ellos.
El mayor acierto de Loznitsa es tratar el material filmado por las autoridades de entonces para dar fe de la utilidad político-social que generaba la maquinaria judicial soviética de un modo inverso al original, es decir, montando de tal manera las imágenes para que dudemos de lo que vemos, para que nos paremos a pensar si lo que está sucediendo ante nuestros ojos y que sucedió esos días de 1930 es y fue real. “¿Te fías de lo que ves?” Si se lanzase esta pregunta al aire antes, durante y después de ver este film cada respuesta sería distinta pues The Trial constituye el paradigma de la información en tiempos en que la ideología política lo es todo; tiempos en que la ceguera causada por una idea llevada a la práctica en forma de utopía rigió un sistema que se retroalimentó de la misma. El comunismo soviético puso en práctica la ideología marxista por primera vez en la Historia y, tras la revolución guiada por Lenin, la URSS se adentró en una nueva etapa, una utopía dentro de la utopía donde lo irreal se hizo real, lo real hiper-real, mientras la sociedad se sumergió en una esquizofrenia fantástica bajo el yugo de Stalin. Se lanzó el Primer Plan Quinquenal y la industrialización forzada del país que permitió al Estado cebarse contra el campesinado y que se desatase una hambruna catastrófica que costó millones de vidas. Se disparó el terror masivo que puso en cuestión el derecho a la vida y generalizó la tortura y desaparición de ciudadanos —especialmente comunistas— acusados de ser “enemigos del pueblo”. Lo que realmente sucedía y era, para el discurso social soviético no sucedía y no era, porque no debía ser, porque así lo decretaba el Partido y el Caudillo y así lo aceptaba toda la sociedad. Si el sistema fallaba, todo fracasaba y por tanto había que conseguir que “no fallase”, costara lo que costara.
Loznitsa conoce bien la oscuridad que envolvió al comunismo soviético y utiliza el material ajeno de una manera tan sutil como precisa para intentar mostrar aquello que oculta. La lectura de unos cargos falsos, los testimonios y declaraciones de unos acusados obligados a representar un papel para intentar librarse del fusilamiento, y la masa, la espeluznante aglomeración de personas pidiendo la ejecución, manifestándose en nombre de la muerte, son los engranajes que consiguen mantener en funcionamiento una máquina política perfectamente engrasada para dominar y perpetuarse en el tiempo. Se trata del famoso “con nosotros o contra nosotros” que se ve representado en dos horas de manipulación de la información por medio de un found footage que pone contra las cuerdas esta misma premisa, pues en el testimonio de Ramzin —uno de los varios acusados— se encuentra la clave para sospechar de todo el pleito. Sus palabras y el modo en que Loznitsa recrea la escena de su alegato son el ejemplo último que da pie a pensar de manera diferente respecto a la realidad. Donde se intuye que empieza a desvelarse el gran engaño de todo el proceso. Ahondando en la materialidad documental de la imagen, no desde un punto de vista formal, sino atendiendo al juego establecido entre la imagen histórica y la imagen física visible, podemos llegar a ver que la farsa lo es, sin necesidad de que nos lo aclaren al finalizar la película (aunque el hecho de hacerlo confirme nuestras divagaciones).
“Es complicado pensar hasta qué punto lo que se muestra en un documental es, efectivamente, documental. Por un lado, cada plano por separado refleja lo que contiene, lo que existe. Pero cuando empezamos a montar, empezamos a cambiar el sentido de ese plano.”
—Sergei Loznitsa
Sergei Loznitsa ha sido tildado de conservador, de reaccionario e incluso de neonazi, pero lo cierto es que sus críticas hacia la Rusia de Stalin y la Rusia actual generan más preguntas que respuestas, más debate que juicios. Al ver una película como Victory Day es imposible no preguntarse dónde empieza la observación inocente y dónde la aguda manifestación de un punto de vista. La película documenta la celebración del “Día de la Victoria” en el Treptower Park de Berlín, donde cada año cientos de personas se reúnen para recordar la victoria del Ejército Rojo y la rendición de los nazis en 1945. Loznitsa se “limita” a filmar los diferentes memorándums y el deambular de las personas que, entre veteranos y turistas, conforman una colorida aglomeración. Sus rostros divagan entre la felicidad y el recuerdo amargo de los años de posguerra, el Muro y expresan las diferencias que todavía se dan entre algunos de los asistentes. Pero, una vez más, hay que intentar ver aquello que no se ve y escrutar más allá de las aparentes imágenes casuales e inocentes. Si lo logramos vamos a descubrir que los encuadres son extraños y que la composición formal dista mucho de ser convencional, nos daremos cuenta de que Loznitsa habla a través de la forma cuando creíamos que no había discurso por su parte. “Es imposible hacer películas apolíticas” sentenció el ucraniano en una ocasión y, por lo menos él, no puede permitirse no hacerlas. Las escenas “mundanas” no lo son tanto cuando nos fijamos en que no vemos las estatuas ni los monumentos, sino las flores que a sus pies se depositan en memoria de unos muertos que permanecen en su silencio pétreo, atrapados en sus imágenes-recuerdo talladas en el mármol. No vemos lo que la gente ve, dónde miran, sino que observamos sus miradas e intentamos deducir lo que sienten al contemplar lo que sea que contemplen.
Entre la incertidumbre del recuerdo de la Historia y la definición de la película como monumento de un monumento conflictivo que todavía tiene signos de pulular en las esquinas puede leerse algo oscuro y terrible entre líneas, como si los cánticos populares y los himnos se disipasen y dieran paso a un vacío tan terrorífico como cierto. El lugar donde sucede la acción es la tumba de unos 7000 soldados enterrados bajo secciones de la superficie del césped, un (infra)mundo que abarca el nuestro y funciona como perfecta alegoría del precio de la guerra y la hipocresía de cualquiera que se enorgullezca de haber “ganado”. Una guerra nunca se gana, siempre se pierde y la forma en que Loznitsa lo insinúa conecta directamente con la comuna-mundo que nos presentaba en Asentamiento (Poselenie, 2002) en cuanto a que nada es lo que parece. En esa película la colonia que se presentaba como un asentamiento reducido de gente feliz se acababa desvelando como un establecimiento para enfermos mentales. Al margen de que la comparación pueda ser algo drástica por la amplia diferencia entre los dos films, siempre se puede acudir a esta premisa que revela la verdad ¿ideada? Por el que la está presenciando y da una vuelta de tuerca a casi la totalidad de la obra —más aun teniendo en cuenta el final de Victory Day— y no es raro pensar que, en su depuración formal, Loznitsa quiere, en cierto modo, mostrar la cara B de cualquier escenario. Sería demasiado irresponsable acusarlo de demagogo pues si algo caracteriza el cine de Sergei Loznitsa es la pureza tanto formal como ética. Destilando sus imágenes y despojándolas de toda contaminación residual, con la esencialidad transparente, casi invisible, de un artesano que domina a la perfección la sustancia con la que trabaja y acompañando a la imagen con una propuesta política (y quizá también ontológica) honrada, intransigente e impecable, consigue dejar total libertad al que observa para así poder generar después un proceso “pensador” de lo acaecido, muy a la contra de cierto cine manipulador actual que no solo se contenta con inducir ideas desnudas a ritmo de montaje frenético sino que también reduce al mínimo la posibilidad de fijar la mirada en las imágenes, convirtiendo al espectador en un mero registrador de movimientos tan intrascendentes como abusivos.
Estas dos películas, junto a Donbass, son ejemplos de perseverancia, lenguaje y amor por el trabajo que, dada su increíble profundidad teniendo en cuenta lo aparentemente sencillo de su naturaleza, suponen uno de los acercamientos más impresionantes a la Historia reciente de Europa.
The Trial (Process, Países Bajos, 2018)
Dirección: Sergei Loznitsa / Guion: Sergei Loznitsa / Producción: Atoms & Void / Música: Vladimir Golovnitski / Montaje: Sergei Loznitsa
Victory Day (Den’ Pobedy, Alemania, 2018)
Dirección: Sergei Loznitsa / Guion: Sergei Loznitsa / Producción: Imperativ Film / Fotografía: Diego Garcia, Sergei Loznitsa, Jesse Mazuch / Montaje: Sergei Loznitsa
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