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ENTREVISTA SERGE BOZON

«La mirada perdida es lo que lo define, lo que lo acaba sumiendo en un abismo. Es el latido de la película.»

Don Juan es una película que se sustenta mucho en los contrastes y rupturas. ¿Cómo se plantea la combinación de los géneros (entre la tragedia y el musical) y también la reimaginación de una figura clásica como la del Don Juan?

En mis películas anteriores han estado más presentes las rupturas de registro, pero sí que hay en Don Juan una idea de crear algo bastante seco y elíptico, y eso se refleja en el montaje. Buscaba un montaje no lineal, que en cada corte hubiese un vigor, algo que realzara el plano. Por lo que sí hay bastante rupturas, pero no necesariamente rupturas de tono en sentido estricto. Todo ello queda compensado con la figura del héroe, como un sonámbulo propio de una pesadilla, porque en el fondo nos adentramos en una dimensión fantástica en el hecho de ver a una mujer por todas partes. Esa obsesión funciona como diapasón y elemento de continuidad que permite los cambios y rupturas.

 

El teatro es un elemento fundamental en la película (por ejemplo, los personajes son actores) ¿Qué elementos se recogen de puesta en escena teatral en la película?

Algo concreto son los espacios. Los decorados nunca son presentados. Nunca empezamos por un plano general que nos indique donde estamos -un teatro, un parque o un ayuntamiento-, por lo que hay un pequeño retraso hasta que lo sabemos. Por eso, debemos convertir el espacio en algo más cuando se introduce. El teatro es una caja negra, lo normal en un espacio teatral es que uno no vea nada salvo que se enciendan las luces. Yo me alejo de eso, el teatro aquí se abre a la naturaleza más pura, al mar y al cielo. De hecho las representaciones teatrales tienen lugar por la noche justo antes de la caída del sol. Lo normal es que no tuviera sentido, por ejemplo, que los personajes recitaran sus textos desde el mar porque los espectadores no los verían. Pero no está hecho para los espectadores de teatro, a quienes nunca veremos, sino para los espectadores de cine.

Todo esto me recuerda a cómo Jacques Rivette representaba el teatro en sus películas, sobre todo por cómo permitía a los personajes moverse en los espacios teatrales. ¿Es Rivette una posible referencia o se busca alejar de su concepción?

Efectivamente, Rivette o Renoir han trabajado esa relación entre teatro y cine. Pero lo que solían trabajar eran los ensayos teatrales, es decir, largas escenas de ensayos en las que se ve cómo la interpretación se va modificando y desplegando en tiempo real. Pero yo no pretendía hacer eso en mi película. Primero porque ya lo han hecho mejor de lo que podría yo haberlo hecho. Y, segundo, porque para mí el trabajo del actor es menos lo que sucede en el ensayo que lo sucede cuando se está interpretando. La parte musical es lo que domina la teatralidad en mi película; incluso cuando el personaje está interpretando no se oye lo que dice porque la música cobra protagonismo. El teatro es uno de los lugares en los que suceden las transformaciones de los personajes, contrariamente a lo que hacía Rivette para quien el teatro era donde sucedía la metamorfosis. Podríamos decir que cada escena musical es una especie de espectáculo, una escena en un escenario.

Mencionaba al principio como el personaje principal masculino, ese Don Juan interpretado por Tahar Rahim, es como sacado de una pesadilla al obsesionarse con las mujeres, pero en esas miradas que les dirige también hay cierta vulnerabilidad. ¿Existe una reinterpretación del entendimiento de la mirada del hombre en la película?

Todo se sustenta en la idea de seducción: primero hay que fijarse y mirar a una mujer, hablarle y conseguir que las palabras provoquen algo en ella, que se ría o inquiete. Ya después se podría pasar a la acción: al beso, por ejemplo. Yo pensé que desde el punto de vista cinematográfico era más interesante, y económico, centrarse en la primera parte. Así que construí una película en la que sólo esté presente el primer elemento, la mirada. Al fin y al cabo, la película abre con una boda que fracasa por culpa de una mirada y acabará con la ruptura ligada a una mirada. Cuando mira desea. Y sin embargo no es solo eso, desde la primera escena, que él se mira al espejo sin dirigir la mirada a una mujer ya tiene una mirada extraña hacia sí mismo. Se le ve bizquear, no es una mirada satisfecha o alegre, hay cierta pena en su mirada. La mirada perdida es lo que lo define, lo que lo acaba sumiendo en un abismo. Tengo que agradecérselo al actor, porque es muy difícil una actuación en la que solo tiene que mirar. Podría resultar monótono verle mirar, pero yo tengo la sensación de que cuando mira estamos en el corazón de la película. Es el latido de la película. Es lo esencial de cine, ver a alguien mirando a otro. Una mirada sobre una mirada.

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