San Sebastián 2019

SAN SEBASTIÁN 2019 – CINE CHILENO

Acento chileno: Sangre, sudor y lágrimas

En la 67 edición del Festival de cine de San Sebastián, siempre atento a la producción hispanoamericana, se proyectaron un total de seis películas chilenas que nos permiten revisar el estado de una de las cinematografías de habla hispana más relevantes de los últimos años. La más esperada de ellas Ema, de Pablo Larraín, tocará hablar más detenidamente con motivo de su estreno. De El príncipe, hablaremos en la respectiva sección de Horizontes Latinos. Las cuatro películas restantes: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva. Sección Oficial), La cordillera de los sueños (Patricio Guzman. Inauguración de Horizontes latinos), Algunas bestias (Jorge Riquelme. New Directors) y Araña (Andrés Wood. Horizontes latinos) dan una buena muestra de las diversas tendencias estéticas que conviven al otro lado de los andes: sangre, sudor y lágrimas.

 

Jorge Luis Torres Leiva (Santiago de Chile, 1975) ha hecho una película que se ha hecho ya mil veces: una mujer se muere. Es un consenso con el que él dice estar de acuerdo en una entrevista durante su visita a Donostia para presentar a competición Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. «Pero me ha permitido la exploración. La experimentación sobre las infinitas posibilidades que da el cine a través de la imagen y el sonido. Tomar un tema que se ha visto mil veces en el arte, como es hablar de la muerte, y trabajarlo desde una perspectiva muy personal.” La película se titula como un poema y el poemario que la contiene de Cesare Pavese, y tanto el desgarramiento amoroso como el lirismo del escritor italiano impregnan el proyecto del cineasta chileno.

En la película vemos escenas de la intimidad de una pareja en los últimos días de una de ellas, que ha decidido renunciar a los tratamientos, alejarse con su ser querido y morir. Estas escenas son pausadas y en ellas se capturan las emociones a través de gestos, de miradas, del lugar de los cuerpos en los espacios. Una de ellas mira al cielo ensimismada cuando la otra se sube en su hamaca y entonces ríen porque pueden volcar. Una de ellas conduce con los ojos cerrados siguiendo indicaciones de la otra que la sacan de nuevo de su letargo. Surgen dos historias internas que resuenan e hipnotizan como cuentos de miedo susurrados al oído. Se habla de la infancia en Chile, de los toques de queda, del terror que se combatía con historias para distraerse. Sonaban tiros, corría gente en la calle, una mujer ensangrentada pedía auxilio y tú me contabas historias que me daban susto, le dice la hermana a una protagonista a la que, esta vez, ella está protegiendo. Pero eran para quitarte el susto, responde.

Estamos con ellas en un lugar alejado de los hospitales y del ruido. En el argumento leemos que están en el sur de Chile, donde los bosques, los ríos, el mar y la montaña dominan los ánimos. Apenas vemos los entornos. Los sentimos, los oímos. Las secuencias se inician mostrando la escena y rápidamente los encuadres se cierran en los rostros y se mantienen, buscando y encontrando aquello que otra historia más sobre la muerte puede permitir mostrar. Acaba con un final brillante, generoso, acertado: resonante después de la proyección.

 

La pareja que se envuelve y refugia en rincones escondidos del país nos hace pensar en los documentales de Patricio Guzmán (Santiago de Chile, 1941), que insisten en esta conexión del pueblo chileno con su naturaleza. Este director habitual del festival completa con La cordillera de los sueños su trilogía sobre la historia reciente de Chile vista a través de su geografía, de su cielo, de sus ríos, de sus fronteras naturales. Se suceden en ella las imágenes alegóricas que remiten al carácter del pueblo, a los movimientos políticos, a las grandes injusticias y a los grandes logros de la sociedad.

 

Se suele decir que Chile es una isla apartada del continente americano. El océano, la cordillera, el desierto y la Patagonia encierran al país y vuelven a sus habitantes extraños y misteriosos. Jorge Riquelme (Santiago de Chile, 1982) elige a la familia burguesa como representante del carácter chileno y los encierra en una isla diminuta, los somete a una situación en la que sus miserias les impiden colaborar y convivir, e intenta trasmitirnos una visión pesimista del carácter de su país. Hace unos años se hablaba ya de un boom en la industria del cine chileno y llevamos años recogiendo los frutos de esa promoción cultural, de ese interés del país por contar su historia y descubrir su mundo tan hermético. De hecho, tenemos ya hasta a los imitadores del estilo de este cine chileno más popular. Riquelme presentaba su segunda película en la sección New Directors y nos felicitaba de antemano porque éramos los privilegiados que la veían por primera vez. Lo hizo acompañado de tres de sus actores y con una confianza de saberse enfrentado a un público interesado y cómplice. Algunas bestias, que acabó haciéndose con el premio de su sección, nos cuenta la historia de una familia encerrada en este microcosmos que pretende ser el país entero. Los planos cenitales que cubren toda la isla, la música constante, el foco en las miradas sospechosas de algunos personajes, nos marcan desde el comienzo la intención de un conflicto trágico y de experimentar la peli con cierto suspense que resulta artificial y que se alimenta de situaciones bochornosas, estallidos de llanto, ira e insinuaciones inquietantes.

Durante diez minutos se nos muestra una violación incestuosa, explícita, con el plano centrado en el rostro de la víctima. Poco después acaba satisfecha de haber revuelto estómagos con poco más que contar que situaciones escabrosas y enfermizas. Su estilo visual nos recuerda al Pablo Larraín de El Club (2015) pero apenas como una forma accesoria y torpe de conseguir la atmósfera que creaba aquél con un propósito más comprensible.

 

En Horizontes Latinos vemos Araña, la nueva película del prestigioso director Andrés Wood (Santiago de Chile, 1965), centrada en la política chilena, omnipresente en su filmografía, y en los meses antes del golpe de estado del 73. La narración salta varias veces al presente, donde los tres personajes protagonistas han evolucionado como el país: de un fascismo salvaje al elitismo capitalista, a la corrupción política y mediática, a las familias enfrentadas por la vergüenza y el rencor. María Valverde interpreta al personaje de los años 70 de una militante de Patria y Libertad, partido clandestino de extrema derecha que llevó a cabo actos terroristas para deslegitimar al gobierno y presionar el golpe. Ella y su marido, un cabecilla de la organización, utilizan a un ex soldado idealista y violento para ejecutar los atentados y para más tarde hacer que desaparezca convirtiéndolo en el mártir de la revolución «hecha con whisky y caviar, que es de mejor gusto que la de la empanada y el vino tinto«. En el presente se arresta al ex soldado, se pretende sacar a la luz la artimaña de los fascistas y el trío protagonista se enfrenta a las culpas y a la presión mediática y familiar para conservar su honor ganado como vencedores de su revolución.

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