San Sebastián 2018

SAN SEBASTIÁN 2018: LO MEJOR


Festival de San Sebastián 2018

La pasada sexagésimo sexta edición del Festival de San Sebastián ha sido, tal vez, una de las más estimulantes en los últimos años. Todo festival tiene sorpresas, no siempre positivas, y toda película sus desacuerdos pero este es el espacio de celebrar los aciertos. Aquellas películas que no necesariamente esperábamos, que no necesariamente se encuentran en el top, pero que segun nuestros redactores pueden considerarse entre lo mejor del festival de San Sebastián 2018.


Largo viaje hacia la noche (Long Day’s Journey Into Night), de Bi Gan

Decía Calderón de la Barca que toda la vida es sueño tras aseverar que esta era una sombra y una ficción. No andaba mal encaminado, tampoco, Luis Eduardo Aute al comparar la vida con el cine aludiendo metafóricamente a los sueños como sinónimo del séptimo arte, y cuando vemos una película como Largo viaje hacia la noche entendemos que el símil no podría ser más acertado. Pocas veces antes se había recreado la experiencia onírica de una forma tan real… ¿o es “irreal” la palabra correcta? Al fin y al cabo, los sueños son mentiras que se cuenta el cerebro a sí mismo. Haciendo justicia a la naturaleza del film, este texto podría estar contenido todo él entre signos de interrogación, y es que la cinta está tan bien (de)construida que difumina la línea entre realidad y ficción hasta el punto justo de hacer creer a nuestro cerebro que entiende lo que le están contando mientras el subconsciente activa la alerta ante posibles incongruencias, sospechas de trampa, embriaguez sensorial e ineficacia lógica. Hasta ese punto exacto, ni más ni menos.


Largo viaje hacia la noche, de Bi Gan

Un film dividido en dos actos claramente marcados tanto en lo formal como en lo argumental, técnico y visual: una cortinilla en la que parece avisársenos del comienzo de la película (aparece el título de la misma en letras grandes), a 55 minutos del final de la misma, nos indica que nos pongamos unas gafas 3D para continuar con el visionado. Es entonces cuando empieza un plano-secuencia que durará hasta el final, en el que se nos presentará una serie de situaciones que bien podrían ser las narraciones que un paciente hace de sus sueños tendido sobre el diván. Los escenarios se presentan angostos y abruptos aun siendo abiertos; los planos, lo suficientemente cerrados y oscuros como para no captar del todo la naturaleza del espacio; los diálogos, legibles, pero a los temas tratados y a las personas nombradas solo los conocemos “de oídas” aunque en ocasiones podamos llegar a creer que hemos entendido su historia. Esto último, que, sin duda, suena confuso, no es sino uno de los mayores logros de Bi Gan al construir la película, y es que nos plantea una segunda parte evidentemente onírica para hacernos creer que lo previo pertenecía a la vigilia. Sin embargo, y si bien es cierto que la parte en 2D es formalmente más clásica, ésta presenta una urdimbre argumental y conceptual llena de vacíos, datos inconexos y misterio que, con todo, consiguen crear una sensación de entendimiento parcial, que es el que jugará con nuestra mente cual trilero que guarda bajo sus vasos las sensaciones de reminiscencia, sueño y vigilia… en definitiva: el cine.

Martín Escolar

Dantza, de Telmo Esnal

Incluyendo incluso películas procedentes del Festival de Toronto, de las plataformas Netflix y de Amazon, la edición 66 del Festival Internacional de Cine de San Sebastián-Donostia Zinemaldia, en su nueva apuesta por crear un certamen joven y renovado, decidió dejar fuera de concurso a la que probablemente ha sido la propuesta más audaz y expresiva, arriesgada y poética de la Sección Oficial: Dantza, de Telmo Esnal, película que se ha presentado bajo una interminable lluvia de aplausos e irrintzis.

Dantza, de Telmo Esnal

El director de Aupa Etxebeste!, impulsor de esta tercera generación de esplendor que vive el cine vasco desde que la cinta se estrenara en 2005, ha conseguido en su último trabajo traspasar las fronteras del cine rindiendo el lenguaje audiovisual a los pies de la máxima experiencia sensorial del baile. A través de su autosuficiencia lingüística (como ya lo hizo Carlos Saura en 1989 con Bodas de sangre o en 1995 con Flamenco o incluso Win Wenders en 2011 con Pina), el también dantzari Esnal narra, de manera coral y onírica, una historia sobre el ciclo de la vida. La fusión de la tierra, el agua, el fuego y el aire con el cuerpo y sus movimientos realzan la más antigua relación, respetuosa y armoniosa, que ha llenado miles de páginas, partituras y lienzos a lo largo de la historia: la de la humanidad y su entorno, la de la naturaleza y su llamamiento a la paz.

Y es que en Dantza sobran las palabras. Son las propias imágenes las que hablan, imágenes donde la música, adaptada por el maestro francés Pascal Gaigne acompaña a los bailes tradicionales vascos; olvidando los trajes regionales, el director opta por cargarlos de simbología y presentar a los dantzaris como ciudadanos del mundo. En la misma dirección fluye el montaje a cargo de Laurent Dufreche, que sigue a contrapunto cada paso milimétricamente medido, relacionando cada baile con pequeñas historias, y componiendo, en su totalidad, un relato universal sobre un pueblo trabajador que lucha por su supervivencia.

Ander Macazaga

Tiempo después, de José Luis Cuerda

Repasando la filmografía de José Luis Cuerda desde su primer filme Pares y nones (1982) y pasando por Amanece, que no es poco (1988) se evidencia que el humor de este cineasta español es bastante peculiar y que no a todo el mundo le puede parecer gracioso. Partiendo de esta base, ha ocurrido lo mismo con su última película, Tiempo después (2018) que se ha presentado en el Festival de San Sebastián dentro de la Sección Oficial aunque fuera de competición. Y es que el humor de Cuerda es inteligente y absurdo hasta límites insospechados, y ahí está el inconveniente: a Cuerda o se le ama o se le odia como se pudo ver durante la proyección, carcajadas en algún sector y caras de incertidumbre por otro. Y es que la sinopsis de la película ya es extraña de por sí: es el año 9177 y el mundo entero se ha visto reducido a un Edificio Representativo y a unas afueras donde viven los parados, de los cuales uno de ellos intentará vender limonada en el Edificio Representativo. Con una sinopsis así es difícil sumergirse en el universo que Cuerda presenta si el espectador visiona el filme sin conocer las características de su etapa anterior de cine cómico. ¿Qué tiene de positivo esta película? Que los aficionados de este director van a pasar un rato lleno de risas y que es un placer ver el casting: desde figuras comunes en su cine como Miguel Rellán o Gabino Diego hasta las de quienes están triunfando últimamente como Blanca Suárez, Antonio de la Torre o Roberto Álamo, es decir, Cuerda une a la perfección a viejas glorias del cine con gente joven porque su humor no pasa de moda; se puede llegar a comprender o no, pero no envejece.

Tiempo después, de José Luis Cuerda

Javier Valera

Un asunto de familia (Shoplifters), de Hirokazu Koreeda

Ya había hecho mucho, muchísimo. Cada una de sus películas contiene más cine que muchas filmografías completas de otros directores, pero si algo le quedaba por demostrar al maestro nipón Hirokazu Koreeda está claro que, con su último trabajo, Un asunto de familia, lo ha conseguido, y así quiso reconocérselo el jurado del festival de Cannes al premiar dicho film con la Palma de Oro el pasado mes de mayo. Si bien es cierto que la cinta sacrifica parte de la sutileza que empapaba su “pentalogía de la familia”, la entrega de este premio es aplastantemente lógica: el realizador japonés consigue esbozar una dramática estampa de la sociedad japonesa desde el retrato intimista de una “familia” a la que se le podría quitar las comillas sin que ello alterara absolutamente nada. Cambia, pues, su clásica mirada “de puertas a dentro” por una en la que sigue sin olvidarse de los pequeños detalles de la vida hogareña –tales como sentir los pies fríos de un compañero de cama (sacando así a relucir las penurias que han de pasar los personajes sin dejar de lado el amor y la ternura)- pero ubicándolos magistralmente en un contexto social y cultural que supone una inapelable amplitud de miras para su cine y un desenmascaramiento del sistema nipón a nivel legislativo, social y económico. Con todo, no estaríamos hablando del arte de este cineasta si faltara ese sello personal en forma de optimismo y felicidad que siempre es capaz de estampar en sus obras por muy dramáticas que estas sean; en este caso, gracias a la cuidadosa construcción de un hogar que realmente se ve como una burbuja de amor en un mundo de odio.

Independientemente del tiempo que llevara esta película en la mente de su creador antes de ser realizada, es un film que parece haber estado cociéndose desde hace años, ya sea voluntaria o involuntariamente, pues encaja perfectamente en la filmografía de Koreeda que, tras explotar el lenguaje del documental en trabajos como However… (1991), Lessons from a Calf (1991) o August without him (1994), se lanzó al mundo de la ficción con Maborosi (1995) y empezó un proceso de depuración sentimental e intimista que no entiende de mundos (After Life, 1998), épocas (Hana, 2006) o seres (Air Doll, 2009), y que culminó con la “pentalogía de la familia” (Still walking, 2008; Kiseki, 2011; De tal padre, tal hijo, 2013; Nuestra hermana pequeña, 2015; y Después de la tormenta, 2016) para ofrecer tras ella un thriller policíaco de fuerte trasfondo filosófico como fue El tercer asesinato (2017). ¿Documental, familia, amor real pero no almibarado y thriller reflexivo? Un asunto de familia, película redonda que compendia todo el cine de uno de los mayores genios de la actualidad.

Martín Escolar

Un asunto de familia, de Hirokazu Koreeda

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