SAINT OMER
Legitimando a Duras
En 2006 el cineasta maliense Abderrahmane Sissako juzgaba metafóricamente los problemas económicos del continente africano a través de un pleito contra el FMI y los bancos internacionales en su película Bamako. Al mismo tiempo, la película acompaña en el día a día a una joven que asiste al juicio. El contacto de ambos procesos, el público, externo y decodificado con el privado, interno y encriptado, redimensiona el conflicto simbólico y aterriza sobre un personaje concreto, el individuo, la tesis del conjunto. En palabras cristalinas, rompe la abstracción de su planteamiento al focalizar y señalar indudablemente que los problemas son reales y sí, suceden.
Salvando las distancias, este preciso dispositivo de identificación es el que la documentalista Alice Diop replica en su primera película de ficción Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly. Junto a la novelista Rama, presenciamos un juicio por infanticidio a una madre que, con confusas contradicciones, asegura estar bajo la influencia de un maleficio. Poco a poco, pasan por las vistas testigos como el padre de la niña muerta, una antigua profesora de filosofía o la madre de la acusada, componiendo un poliédrica geografía de la Francia contemporánea: su legado postcolonial, su racismo persistente, las imposibilidades de ascenso social o la confluencia del esoterismo con la ilustración gala. Y con todo, hay un tema que enhebra todos los anteriores y se perfila bajo el personaje protagonista, la maternidad.
El alumbramiento de la vida y todas sus consecuencias son el epicentro desolador de la acusada, Coly, quien afirma haber asesinado por piedad, y Rama, quien asimila los miedos narrados en el juicio como si fueran propios. Y sí, es que lo son. En la Galia moderna, la mujer se siente asfixiada al practicar los valores feministas laborales en contradicción con la herencia de las tradiciones patriarcales sobre el cuidado, la reproducción y el hogar. La maternidad se deconstruye a costa de quebrar el legado materno, y esa ruptura genera dolor en ambos sentidos. Para Rama significa perdonar a su madre y para la madre de Coly significa perdonar a su hija.
Sin embargo, aunque la perspectiva de Saint Omer sobre la maternidad es ampliamente valorable, su aparataje formal es mucho más interesante que su discurso. Diop cita significativamente al inicio de la película la obra de Marguerite Duras, quien supone un referente para sublimar, a través de la palabra, la realidad y toda su dimensión de crueldad. Esta idea, atisbada como una premonición de estilo, marcará el rasgo formal más candente y reflexivo de la obra: la oralidad como herramienta que altera el hecho real. Cuando Coly narra sus victorias e infortunios desde el estrado, en el fondo está trayendo al presente un pasado modificado por su experiencia y sensibilidad. Ella cree con toda seguridad que ha sido maldecida y Diop, que bien podría haber recreado los acontecimientos en una suerte de representación a través de imágenes, decide valientemente apostar por la palabra, por el poder de evocar mentalmente los hechos. Así, las atrocidades suceden en el espectador y no para el espectador, así se aúnan el pretérito de los personajes con el presente del oyente.
No obstante, el coraje se dispersa según avanzan los minutos y Diop traiciona los principios expuestos en Saint Omer. Si antes hablábamos de la capacidad lírica de la palabra hablada, hacia la mitad de la película el peso simbólico-narrativo se traslada a la imagen con un sentido onírico. Rama comienza a tener pesadillas, sueños indeseables y paranoias adscritas al trauma descrito por Coly. Y aquí, lo que parece una decisión coherente y legítima –pues la materialidad no se expresa como la virtualidad– descarrila todo el interés que podría haber generado la propuesta al contradecir los argumentos anteriormente expuestos. Por un lado, descentrar la oralidad y su autoridad como fuente de emanación de la película-testimonio. Por otro, separar el plano materialista del relato y exponer una capa de sinestesia y misticismo subjetivo, que sobrepasa la concreción del conflicto y raya el reduccionismo personal intransferible. Porque los sueños por definición son eso, intransferibles.
Saint Omer se atemoriza de su propio recorrido y al final cae en lo explícito. El monólogo ilustrativo de la abogada o la referencia plástica a Medea (Pier Paolo Pasolini, 1969) son signos evidentes del miedo de Diop y lo que es casi peor, son signos obvios de su incursión en la ficción. Saint Omer es una obra atractiva y desafiante por secuencias, con una propuesta intelectual que puede llegar a conmover en su austeridad, pero que no alcanza el grado que ella misma propone, que no llega a confiar en la fuerza de las enseñanzas de Duras.
Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly (Saint Omer, Francia, 2022)
Dirección: Alice Diop / Guion: Alice Diop, Marie NDiaye, Amrita David / Productoras: Srab Films / Fotografía: Claire Mathon / Intérpretes: Kayije Kagame, Guslagie Malanda, Valérie Dréville, Aurélia Petit, Xavier Maly, Robert Cantarella, Salimata Kamate, Thomas De Pourquery, Ege Güner, Atillahan Karagedik, Fatih Sahin, Salih Sigirci, Lionel Top.