S. CRAIG ZAHLER
Hibridismo genérico, ambigüedad moral y determinismo ambiental
S. Craig Zahler, con solo tres películas, se ha ganado un inapelable sello autoral entre los círculos de cine independiente norteamericano. El estadounidense es, sin lugar a dudas, un artista todoterreno, el cual, más allá del cine, es también músico y reconocido novelista. Autor total de sus tres cintas, en las que dirige, guioniza y firma la banda sonora, se hace dueño de lugares comunes, personajes inolvidables e historias de profunda violencia que permanecen en la retina del espectador tras su visionado. Ha sido comparado con Quentin Tarantino por algunos y, hasta cierto punto, esto podría entenderse debido al bamboleo genérico de sus películas, que terminan con estallidos de violencia extrema. No obstante, Zahler no parece jugar al mismo juego, ya que dota de más gravedad a sus protagonistas (aunque no exenta de ironía), además de enmarcar sus largometrajes en ambientes singularmente sórdidos e intimidantes. En sus tres obras fílmicas, resulta muy interesante observar cómo el director asimila características de distintos géneros cinematográficos para después crear híbridos que adquieren vida propia, en los que habitan personajes moralmente ambiguos e inevitablemente condicionados por unas circunstancias fuera de su control.
En Bone Tomahawk (2015), el envoltorio externo de sus particularidades puede parecer el de un western clásico, si tenemos en cuenta la figura del sheriff, su ayudante, el pistolero y el cowboy que se embarcan en un viaje con la intención de salvar a una mujer del cautiverio indio. No obstante, el viaje donde forjarán su camaradería (como ocurre en todo western clásico), es una aventura suicida y autodestructiva en la que se embarcan, además del aguerrido sheriff y el presuntuoso pistolero, el tullido marido de la cautiva, quien a cada paso se destroza más la pierna, o un pobre anciano que enmascara el ocaso de todo lo que ha conocido con palabrería insustancial. Además, lejos queda la glorificación épica del oeste reforzada por grandes y magníficos planos generales del terreno a conquistar; los personajes son arrastrados por el suelo, están inexorablemente sucios y, si bien el concepto de justicia y legalidad está consolidado en su pueblo, Bright Hope, el cortocircuito que emana de este nombre (“Esperanza Brillante”) no deja de ser irónico al comprobar el despoblamiento y la ruina que lo rodea. La cosa no se queda ahí, ya que la amenaza india no supone simplemente un retorno al maniqueísmo indio-malo/cowboy-bueno, más bien concede un estatus de abstracción a su crueldad y violencia extremas. El terror que emana de la figura de estos trogloditas no pretende ser realista en tal contexto, lo que termina por indicar una intencionalidad lúdica en relación al juego de hibridación genérica por un lado, y simbólica por otro, otorgando una representación física al peligro inefable del oeste más salvaje.
Brawl in Cell Block 99 (2017) es otro claro ejercicio de contorsionismo moldea-expectativas. Aquí, nos encontramos la historia de un criminal que adopta tal estilo de vida para conseguir los objetivos establecidos por la cultura en la que vive, pero de formas ilícitas. Se le ha negado la suerte necesaria para triunfar en la vida, pero cree tener derecho a reclamar y tomar por la fuerza un lugar más privilegiado, típico de las narrativas críticas con el idealismo del sueño americano. Como suele ocurrir en este tipo de historias de éxito delincuente con poso gangster, el protagonista termina pagando por sus pecados, para así caer en desgracia. Zahler muestra este ascenso y caída de forma rápida, posteriormente centrándose en lo que parece derivar hacia un drama carcelario. De hecho, el autor describe minuciosamente el funcionamiento de la primera cárcel en la que el personaje interpretado por Vince Vaugh tendrá que vivir. Sin embargo, el viraje es radical y lo que parecía tal cosa, vuelve a recrearse en la caída del criminal a un pozo sin fondo autodestructivo, hacia el que debe dirigirse forzosamente destrozando tanto cuerpos ajenos como el propio.
Por último, en Dragged Across Concrete (2019), quizás su película más completa pero más inconexa, asistimos al choque entre la típica buddy movie de dos deslenguados compañeros de policía (en este caso Mel Gibson y Vince Vaugh) con el más bestial ambiente neo-noir. Por supuesto, existe un giro profundamente irónico al situar a un veterano Mel Gibson, protagonista de algunas de las buddy movies más famosas como la saga de Arma letal, en una cinta de carácter crepuscular diametralmente opuesta a la mencionada. El conflicto es típico del cine negro, ya sea clásico o contemporáneo, en el que los personajes habitan una realidad que les desagrada y no cumple con sus expectativas vitales, por lo que recurren a actos criminales que solivianten tal situación, la cual suele estar enmarcada en la ciudad como ambiente sórdido y con unas estructuras de poder profundamente corruptas. La noción de jungla-selva de asfalto no falta en la cinta, referenciada ya en el título y posteriormente reforzada en las alusiones a las cacerías de leones. Claro está, aquí los que toman las decisiones cuestionables que compensan las pasadas penurias no solo son los criminales, sino también los policías, los cuales se embarcan en una investigación con fines deliberadamente delictivos.
Dice el sheriff interpretado por Kurt Russell en Bone Tomahawk que “no hay nada que cuestionar”, en relación a la dudosa moral del pistolero. Y es que, la moralidad (o la ausencia de la misma) que Zahler otorga a la mayoría de sus personajes es, en todos los casos, conflictiva y está llena de aristas. A un lado del espectro nos encontramos a puras abstracciones amorales como son los trogloditas, capos que contratan a médicos abortistas surreales (Brawl in Cell Block 99) o los psicópatas sicarios de Vogelmann (Dragged Across Concrete). Al otro lado, tenemos a protagonistas que, aunque adoptan una moralidad subversiva, mantienen cierto código de honor: el sheriff y el pistolero que quieren cumplir su palabra, el orgulloso y tozudo ex boxeador o el compañero de policía que no quiere abandonar a su colega. Si bien no hay salvación alguna para los primeros, los segundos tampoco salen bien parados. Cualquier tipo de victoria se paga cara y arrasa física y mentalmente a los personajes que dan un paso al frente. Por tanto, el pesimismo es una clara constante en su cine, con el que Zahler no tiene ningún problema a la hora de golpear y dispensar de cualquiera de sus maltratados protagonistas.
Es imposible entender las acciones de los atormentados personajes sin analizar los contextos en los que se enmarcan. El director crea universos muy reconocibles en cada de sus películas, extremadamente determinantes para la gente que los habita. Ya sea un sucio y salvaje oeste o el submundo criminal, Zahler es capaz de dar vida a sus ambientes, siempre turbios y amenazantes, con una iluminación asfixiante que no rehúye de las penumbras, o una gama cromática poblada de tonos desasosegantes y nauseabundos. Por lo general, los diálogos de todas sus películas son afilados y sorprendentemente originales, los cuales prueban su destreza como novelista. Sin embargo, en vez de indagar con profundidad en la psicología de sus protagonistas, los cuales a veces pueden ser caricaturas de sí mismos, se opta porque el contexto hable en su lugar, les moldee y les degrade a través de laberintos sin ninguna salida excepto la hiperviolencia. En realidad, lo que presenciamos son víctimas embrutecidas por su propio ambiente a medio civilizar.
Como se mencionaba, la redención es dolorosamente pesimista. Esto es aplicable para el mismo Zahler, quien tiene numerosas dificultades de financiación tras una recepción de taquilla más que decepcionante en Dragged Across Concrete. Él mismo reconoce que luchar por las producciones le resulta complicadísimo y que en los últimos años le ha envejecido. Solo queda esperar que el director encuentre la manera de seguir haciendo cine para continuar demostrando su autoría con otro gancho directo a nuestras caras.