RUIDO
La sociedad de la decepción
“Los conozco a través de sus miradas, de sus gestos, sus palabras, en resumen, a través de sus cuerpos”. En la fenomenología de Merleau-Ponty la significación se establece como un acto solidario: solidario con el color o con el sonido, así como lo es con el orden de lo sentido en los mosaicos de luz o en las escalas sonoras. Más aún, con ese mismo orden con que se distribuye la presencia de las cosas percibidas dentro de cada sociedad. En Ruido (2022), Natalia Beristáin muestra la percepción como la presencia inmediata de las paradojas materiales e ideológicas que integran un mundo corrupto del cual se cree tener experiencia y que se hacen presentes ante el corpus biográfico de quien las percibe dentro de un repertorio variado de formas de conducta vivamente inhumanas.
La realizadora mexicana ahonda en la insolidaridad de un lenguaje gestado en el tabú y en el eufemismo insultante de las mal llamadas “desapariciones” y en una supuesta “guerra contra el narcotráfico”. Y lo hace a través de una cuidada métrica en la que convergen sus largometrajes anteriores: No quiero dormir sola (2012), Los adioses (2017) y su documental Nosotras (2019). Estrenada en el pasado Festival de San Sebastián, en la sección Horizontes Latinos, el film profundiza en la mezcla entre documental y ficción, teniendo como punto de partida la búsqueda que realiza Julia (Julieta Egurrola) de su hija desaparecida hace nueve meses. Un desarrollo argumental que va desde la complicidad policial, la desidia, inoperancia e incompetencia burocrática, hasta el crimen organizado, la trata de personas, la prostitución y la cultura del feminicidio.
El núcleo de la obra se encontrará en la interpretación de una Egurrola que traza su obsesión, su frustración y su incredulidad como la constatación de la barbarie estatal y gubernamental a la que se ven sometidos cada ciudadano –explicitado en la secuencia del secuestro impune de Abril (Teresa Ruiz), periodista que acompaña y ayuda en su periplo a Julia. Una suerte de lógica secuencial en la que el asesinato y el secuestro se ven normalizados y se estandarizan; en la que la perspectiva omnisciente de un devenir decididamente oscuro sobrevuela y amenaza a su protagonista en cada momento. Por un lado, Beristáin pone de manifiesto la continua desolación y desesperación dentro de una figura materna; por otro, se potencia la importancia de la asociación colectiva en la lucha y la reivindicación. “En México desaparecen y asesinan mujeres todos los días”, sentencia Edith Pérez Rodríguez, miembro de la Asociación Voz y dignidad por los nuestros. Una declaración de rabia que expone que Ruido dedica gran parte de su trama a visibilizar una corrupción endémica a partir de una aproximación identitaria más consciente y humana con las víctimas. Y es que dentro del relato hay espacio para el registro documental de víctimas reales que cuentan su lucha, de grupos de autoayuda y de organizaciones de personas que siguen buscando.
El dolor termina por descomponer el rostro ajado y exhausto de una protagonista que se transforma a medida que la sororidad se manifiesta con más fuerza. Porque cada vez que disminuye el prestigio de la lengua y aumenta el del silencio, la predisposición y la reconstrucción de las mujeres pervive en su genuino deseo de contar y protestar. Quizás ya hartas de proezas mezquinas, hartas de imaginarse participes de una sociedad que las asesina, hartas de seguir avanzando por un camino político lúgubre e inoperante, toda la acción converge en una especie de catafalco instaurado en la aparente e ilógica destrucción de su seguridad, con la esperanza de poder intentar llegar al final de cada percepción, emoción o pensamiento, sabiendo que, por encima de todo, después del silencio lo que sobreviene es el ruido.
Ruido (México-Argentina, 2022)
Dirección: Natalia Beristáin / Guion: Natalia Beristáin / Producción: Woofilme, Chamaca filmes y Bengala / Fotografía: Dariela Ludlow / Montaje: Miguel Scheverdfinger / Intérpretes: Julieta Egurrola, Teresa Ruiz, Adrián Vázquez y Arturo Beristáin