FESTIVAL DE ROTTERDAM (I) – LABORATORY OF UNSEEN BEAUTY
El jardín de los senderos que se bifurcan
Asistir a un festival como el IFFR supone tanto un placer para cualquier cinéfilo inquieto como, precisamente, un asomo de inquietud por lo inabarcable de su oferta. No se trata tan solo de la variedad de secciones que componen la parrilla del certamen (algo habitual en cualquier gran cita cinematográfica, como Berlín, Cannes o Busan), sino de la multiplicidad de líneas formales y temáticas que apuntan en direcciones muy diversas: del trabajo experimental con los nuevos-viejos formatos (8 y 16 mm), hasta las más extravagantes propuestas que hibridan las nuevas gramáticas de internet con la observación antropológica y la sátira política; de la reivindicación de veteranos maestros (quizá no siempre recordados) al descubrimiento de los nuevos talentos más escorados a la ruptura estética; de la apuesta por el cine narrativo más heterodoxo al ensalzamiento de las formas más sesudas e inexpugnables del ensayo fílmico.
Cada una de las cuatro principales secciones en que se divide Rotterdam (Bright Future, Voices, Deep Focus y Perspectives) rompen con la noción de simple espacio contenedor en el que acotar un todo de fácil digestión conceptual. Cada sección y cada programa que lo integran buscan, de un modo tan intenso como pocas veces ha podido observar este cinéfago servidor, la apertura de nuevas puertas, nuevos modos de mirar y pensar las imágenes. No se pretende tanto encajar películas dentro de un esquema previo, sino de plantear, a partir de la agrupación o del choque entre dichas películas (o lo que quieran ser), posibles líneas de fuga que desafíen nuestras concepciones sobre el propio medio del cine. Un paseo por el IFFR se parece al recorrido de un laberinto como aquel que imaginó Borges en su famoso cuento, en el que la posibilidad de un desvío siempre generaba nuevas bifurcaciones y disyuntivas que se repetían hasta la eternidad. Esa idea de laberinto preside, si no toda la programación del IFFR (comisariada por más de veinte personas al cargo de diferentes ramas, geografías, secciones y retrospectivas particulares), sí la mejor parte de un festival que demuestra que las miradas más arriesgadas del cine (o el audiovisual) como arte aún tienen mucho que batallar.
Quizá la sesión que mejor represente la potencia inabarcable, y a la vez profundamente lúdica, a la que nos referíamos más arriba es el Laboratory of Unseen Beauty, preparada por otro ente inabarcable, el crítico, profesor y programador Olaf Möller. El bello y sugestivo título de esta retrospectiva, una de las joyas de la sección Perspectives, encierra un planteamiento donde lo importante es la heterogeneidad más radical. Partiendo de la premisa de mostrar ruin films, películas inacabadas que, con mayor o menor distancia en el tiempo se retomaron para darles un final (sea este el que sea), el Laboratory realiza un recorrido por la historia del cine (¿o de algo mas que lo que usualmente entendemos como cine?) para asediar a la audiencia con preguntas que, por muy peregrinas que parezcan, son capaces de posicionar lo que vemos en la pantalla bajo una nueva luz: ¿qué consideramos una película acabada?, ¿solo lo “finito” debe ser considerado arte? ¿hasta qué punto podemos admitir que hay belleza en lo inacabado, en el error, en las soluciones prosaicas, erróneas desde puntos de vista narrativos o históricos?

El ciclo se abrió con un tesoro de la época muda: Thirty Years of Motion Pictures (The March of the Movies) (Otto Nelson, Terry Ramsaye, 1927) película encargada por el National Board of Review de EE.UU. para ilustrar las conferencias de Otto Nelson sobre los avances del cinematógrafo. La alabanza al progreso tecnológico y el temprano interés de la propia industria en crear una Historia del medio fílmico hacen a esta joya incompleta (su duración original era de tres horas, de las que se conservan poco menos de la mitad) un pequeño tesoro mediante el que nos es posible adivinar la fascinación que ya el cine comenzaba a despertar, aunque conceptos como “cinefilia” resultasen aún muy lejanos. El acompañamiento musical en directo de la artista Nika Son contribuía, con sus sonoridades electrónicas, a profundizar en esa mirada entre encantada y distanciada al pasado del cine que la proyección planteaba.

Otra gema de la retrospectiva, y una inagotable fuente del más desprejuiciado placer, fue la obra seminal de Joe Dante, The Movie Orgy (1968). Dante, otro desprejuiciado capaz de crear algunas de las mejores muestras del cine de género estadounidense hasta la actualidad, comenzó su gamberra relación con el cine con este “Frankenstein” que, en principio, era solo la espita para que corriera la cerveza y el jolgorio en las noches al aire libre de algunos campus universitarios. La excusa era mostrar, en desordenada sucesión, fragmentos de telefilmes, anuncios, propaganda higiénica o militar, serie B o Z… El compendio más completo y desternillaste que se ha hecho sobre la cultura popular USA de los años cincuenta y sesenta está contenido en este objeto (a falta de mejor definición) de mastodóntica duración, donde se dan cita el homenaje y la parodia más desenfrenada.

Pero este Laboratorio no se contenta solo con la “rareza” de estas propuestas: por las pantallas han desfilado películas ya encumbradas como La pasajera (Andrzej Munk, Witold Lesiewicz, 1961), quizá el título que con más agudeza, y sin siquiera pretenderlo, abrió los caminos a las poéticas de la modernidad en el cine; otras de grandes consagrados, como Sergey Paradjanov, del que se pudo ver los descartes para su Sayat Nova / El color de las granadas (1968), o el experimento de Roberto Rossellini Le psychodrame (1966) realizado para la televisión pública francesa. El mediometraje maldito Sea of Lost Time (2019) adaptación por parte del cineasta hindú Gurvinder Singh de un relato de Gabriel García Márquez, bloqueado por los productores del Film and Television Institute of India, y German Concentration Camp Factual Survey (Sidney Bernstein, 2014), una reconstrucción de la película de propaganda que las Fuerzas Aliadas intentaron producir para mostrar a los alemanes el horror de los campos de concentración nazis, supusieron nuevas y contundentes muestras de la belleza que se puede extraer de cualquier imagen, sea esta concebida como puro goce estético o como fuente historiográfica.
Retrospectivas como este Laboratory demuestran que aún queda mucho por conocer, investigar, extraer y, sobre todo, admirar y disfrutar de la imagen en movimiento. Los senderos que se bifurcan, las líneas de fuga que suponen nuevos puntos de partida para redescubrir la Historia del Cine (sea este lo que sea), en un festival como Rotterdam no se proyectan solo hacia el futuro, sino también hacia el pasado.

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