REVOLUTION LAUNDERETTE
La libertad de la revolución
En 1956, el filósofo francés Guy Debord comenzó a usar el término “deriva”, que definió como “una forma de actuación experimental ligada a las condiciones de la sociedad urbana, una técnica de paso rápido por ambientes diversos”. Hiroko y Tomo, protagonistas de Revolution Launderette (Mark Chua, Lam Li Shuen, 2019), encarnan a la perfección esta teoría: parecen estar absorbidos por la noche de Tokio, escenario de piedra, acero y neones por donde se arrastran sin rumbo fijo. Es más, la propia Revolution Launderette lo asume, incluso, en su propuesta formal. Ya, a simple vista, representa este devenir urbano como una suma de fragmentos inconexos, que forman un catálogo de diferentes maneras de acercarse al hecho cinematográfico. Desde la animación onírica con la que abre hasta collages con fotografías del protagonista, pasando por un overlapping sonoro que recuerda al Godard de Histoire(s) du Cinema (1988). Todos estos recursos no son usados en balde pues les sirven a los directores para ilustrar el mundo de los sueños en torno al cual gira la película.
Heredera del mejor cine surrealista, Revolution Launderette se deja arrastrar por el lado inexplicable y estético de lo cotidiano: escopetas que se convierten en bolígrafos, estatuas que dialogan mediantes los propios subtítulos de la cinta o una lavadora que recolecta almas. A esto se suma, como contraparte, múltiples insertos de actuaciones musicales en directo (la música es capital para los cineastas, que además de dirigir componen la banda sonora) de todo tipo de agrupaciones: desde músicos callejeros hasta la conocida banda de math rock A picture of her. Lo onírico convive, pues, con la huella más tácita de lo real. Y esta mezcla, ¿en qué disciplinas se da de una forma más pura? De nuevo, en la filosofía y en el arte. No solo por el fantasma de Debord y por lo musical, sino por los diálogos, ya que los personajes siempre sustituyen el lenguaje cotidiano por preguntas sobre el ser y sobre lo real, o por reflexiones sobre el arte. Ellos mismos, sin ir más lejos, son artistas y Revolution Launderette muestra sus performances como parte necesaria de la narración. La huella de lo real y lo filosófico tiene otro interesante componente en la presencia de personajes que se interpretan a sí mismos: el director de cine Lim Kah Wai, con el que mantienen una conversación sobre el cine a las puertas del cine (con ecos a Annie Hall (1977) de Woody Allen), y el filósofo italiano Giovanni Tusa quien, no casualmente, aparece por primera vez en una pantalla y que luego despliega su discurso acerca del concepto de la Śūnyatā reelaborado por el pensador japonés Keiji Nishitani.
Podría parecer que todos estos temas dan a la película una gravedad pedante, pero nada más lejos de la realidad. El humor propio de la juventud pseudonihilista contemporánea rebaja muchísimo la importancia intrínseca de estos temas, acercándolos a lo mundano. Se acerca a temas que ya le entusiasmaban al joven Godard (de nuevo) como el cine de mafias o el cine negro americano. Por eso Revolution Launderette es un canto a la libertad propia de la juventud, especialmente a aquella que viene dada por abrazar los postulados del arte. Pero no es una bomba que caiga en el edificio de lo cotidiano: se cuela en sus grietas para que se hinche por dentro y respire. Sustituye el vacío del absurdo por otro más amable.
Revolution Launderette (Singapur, 2019)
Dirección: Mark Chua, Lam Li Shuen/ Guion: Mark Chua, Lam Li Shuen/ Fotografía: Ok Sakaguchi / Reparto: Keisuke Baba, Kiko Yorozu, Kazuya Murakami, Satoshi Ikeda, Wutami Matsuoka