RAINER KOHLBERGER
«Mi trabajo puede entenderse como pura luz.»
— Rainer Kohlberger
Pura luz
Dentro del panorama del cine experimental digital podemos encontrar miles de autores que trabajan con luz artificial generada por ordenador para someter al espectador a un trance proveniente, no tanto de su uso novedoso, como sí de su fulguración repetida a modo de flickering o cromada. Rainer Kohlberger, artista audiovisual austriaco, es uno de los máximos referentes en cuanto a procesado de datos y creación de luz en torno al vídeo digital. Su estilo se crea mediante la utilización de la tecnología de proyección digital de forma radical. DCPs, capas y capas de datos y la mezcla algorítmica de las mismas son los elementos con los que Kohlberger trabaja para crear “ruido”, en sus propias palabras. Un ruido semejante a la imagen del fuego vista de cerca o al movimiento del mar que se acompaña con su sonido. Ese ruido visual que se traduce al formato digital en forma de abstracción radiante e intensa, capaz de mutar sin necesidad de moverse o cobrar un aspecto tridimensional mientras absorbe el espacio.
A través de impulsos y ondas de luz pura, Rainer Kohlberger genera una especie de pasmosa reacción intencionada en nuestra percepción de lo visionado. Una reacción que evoluciona a cada momento y que conduce a experienciar impresiones visuales inciertas. Capas de ruido, luces estroboscópicas y el manto de una extraña composición de colores y texturas se despliegan en torno al ojo, creando una sensación de infinito en un instante. Instante aniquilador que conlleva la nulidad de un ámbito trascendental de la imagen pero que es lo suficientemente poderoso como para dislocar la realidad por momentos. La superficie y el espacio de la imagen se funden para dar paso a una confusión entre lo imaginado y lo presente en las formas y a una obsolescencia de la palabra objetividad.
El de Rainer Kohlberger es un ejemplo de cine visionario, no muy lejano al de Stan Brakhage, que supone una ruptura con el lenguaje audiovisual típico además de con el propio sentido del arte cinematográfico. Trasladando el cine digital a una dimensión que se sitúa entre la calamidad y la explosión líquida del croma, Kohlberger da un paso más allá en el marco del cine digital y consigue adentrarse en territorio totalmente desconocido. El futuro no solo se sitúa en la trama que se narra en palabras, sino que se hace tangible, táctil, en la pantalla, y es por ello que cuando se reduce el cine a la mínima expresión que es la luz (máxima realidad de lo percibido, por otro lado) las posibilidades sensoriales aumentan en detrimento del taimado discurso o la historia mil veces repetida.
La experiencia que supone ver una obra como moon blink (2015), por ejemplo, se reduce únicamente al momento del visionado, sin perjuicio, lógicamente, de pensar después la misma. Pero es crucial comprender que, el ahora en el cine de Rainer Kohlberger, responde a la capacidad única y completa de apreciar cada cambio en su imagen, así como en su sonido. Como una avalancha de luz punzante que evita la concreción y obliga al ojo a huir, a refugiarse en un lugar tranquilo y seguro (inexistente, en la oscuridad de una sala), moon blink consigue suprimir el fenómeno lúcido de visión intercambiándolo por una especie de fenómeno entóptico que puede devenir ceguera o iluminación. Su potencia es equivalente a su belleza asesina y solo en una habitación totalmente oscura puede suceder el milagro de verse atrapado en su haz de luz imparable. En su agujero negro incandescente.
Hay películas comerciales y de autor que han tratado el tema de la luminosidad presente en los agujeros negros (teoría que se demostró en 2019 con la famosa primera fotografía de una singularidad). Interstellar de Christopher Nolan es una de esas películas que tienen un apartado visual atractivo por lo científico y realista de su estética. Para personas que buscan lo diferente sin salirse de lo convencional (es decir, del cine narrativo), que buscan la verdad científica por encima de la perceptiva o incluso espiritual, el film de Nolan será un éxito completo (y lo fue). Pero para los que busquen una intrusión en ese agujero negro, una completa dedicación e inmersión en la luz que engulle a través del espacio, será un fracaso. Not Even Nothing Can Be Free of Ghosts (2016) de Rainer Kohlberger sería la antítesis del blockbuster nolaniano. Una película que exhibiría la verdadera experiencia absorbente por medio de la forma de la singularidad y sus efectos en un ser humano1. El agujero negro, o lo que recuerda a él, en Not Even Nothing Can Be Free of Ghosts se muestra como una fina línea negra atrapada en la gravedad de un blanco espacio y viceversa. No hay arriba ni abajo, delante ni detrás… Sin cámara y sin actor, el film creado a través de algoritmos digitales posee su pulsión fuera de la pantalla y de nuestro espacio físico. La presencia de la luz se siente casi como si fuéramos absorbidos por la imagen para cegarnos o hacernos ver más allá del campo visual. A veces las formas, “líneas” y “curvas” emergerán de la nada siguiendo el flujo de la cinta a medida que dudamos de si lo que vemos es una reacción de la imagen frente al movimiento o el origen del movimiento por la ilusión óptica.
humming, fast and slow (2013) se origina a partir de la división vertical del espacio en blanco para terminar en una fusión histérica del color. El sonido induce a la fluidez y al pulso sinfónico-sintético de los arreglos que incitan, a su vez, a la observación hermética mientras los fogonazos extenuantes de luz se superponen en una corriente de colores sólido-líquida, imposible de describir. Cabe la duda de pensar si los colores son consecuencia de una gradación real o de los cambios tan rápidos en torno a la luz que los lleva a aparecer en nuestro campo de visión a pesar de que no estén físicamente ahí, a diferencia de lo que sucede en dos de sus obras más recientes: Keep That Dream Burning (2017) y There Must be Some Kind of Way Out of Here (2020; en la Sección Explora del Festival Curtocircuito 2020) en las que la abstracción deviene en forma concreta. En estos dos trabajos, Rainer Kohlberger utiliza material encontrado de diversas películas de catástrofes del Hollywood reciente para crear escenarios del caos y la incertidumbre total. En There Must be Some Kind of Way Out of Here, la dinámica entre la imagen bidimensional, que es la única existente en un plano mesurable, se convierte en imagen tridimensional al combinar los puntos de colores (únicos elementos del film) de determinada forma y en determinado orden de tamaño, movimiento y posición, para conformar la idea de una figura previa. Para más genialidad, la crítica que construye el austriaco en torno al proceso de destrucción masiva e imparable que componen muchas películas de acción estadounidenses se percibe como cuadro críptico y borroso que encierra imágenes tremendamente fuertes y explícitas.
Por último, It Has To Be Lived Once And Dreamed Twice (2019) se sitúa en un nivel diferente dentro de la obra de Rainer Kohlberger. Es su única película hasta la fecha que cuenta con texto legible y en la cual se exploran, de manera rupturista y casi sin límites, las posibilidades del cine digital de aquí a muchos años. Descrita y presentada como una obra de ciencia ficción, donde la humanidad se ha extinguido y su tecnología ha progresado hasta el nivel de cobrar vida, It Has To Be Lived Once And Dreamed Twice se sitúa en la frontera entre la luz y la oscuridad de la imagen, lo mostrado y lo insinuado o creado a partir del efecto de otra imagen. ¿Qué es la inteligencia? Es lo que parece preguntarse esta obra que se introduce en los aspectos más hipnóticos y fantásticos del vídeo digital. Este portentoso viaje espectral a través de la idea de materialidad y textura en una imagen que es solamente dato y código. Poema alienígena y humano cuya perspectiva de lo “real” escapa a la comprensión y obliga a abrir nuevas puertas para abordarlo de forma analítica.
1- Efectos completamente ficticios, pero que no recurren a la divagación intelectual sino a un completo despliegue de densidades en torno a la imagen. Un viaje como el de David Bowman en 2001: Una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968) pero sin necesidad de cambiar de plano ni mucho menos usar un contraplano que fije cada dos por tres el rostro del actor