QUÉ DIFÍCIL ES SER UN DIOS
La forma de la crítica
Desde sus inicios, Aleksei German (no confundir con su hijo, Aleksei German Jr.) se ha preocupado por la forma cinematográfica y su capacidad para transmitir sensaciones más allá de una historia, suceso o evento. Podría asegurarse que la forma es el pilar central de su cine en cuanto que predomina sobre el fondo, que siempre trata de temas semejantes y necesariamente políticos. Antes de Qué difícil es ser un dios, en su primera etapa, en la que ponía contra las cuerdas el hito que había sido abrazado y reivindicado por los padres del cine soviético (la Revolución de Octubre), German relacionaba la forma de sus primeras películas con el devenir del cambio abismal que se dio en la URSS allá por el año 1917. La Revolución bolchevique quedó retratada en El séptimo satélite (Sedmoy sputnik, 1968) como un movimiento que acarreó injusticias y mezquindades, así como la Segunda Guerra Mundial pasó a convertirse en un frío témpano suspendido en la cotidianeidad de la supervivencia en Control en los caminos (Proverka na dorogakh, 1971). German exploraba el pasado reciente de su país haciendo crítica mediante la estética y la puesta en escena, pero todavía sin contar con la maestría de la que haría gala en su película más compleja y verdaderamente rompedora. Mi amigo Ivan Lapshin (Moy drug Ivan Lapshin, 1984) el punto de inflexión en la filmografía del director supuso una auténtica novedad debido a su forma de mostrar la vida cotidiana en los años treinta en la URSS. Una serie de planos secuencia servían de entrada a los escenarios donde multitud de personas se mueven sin parar y tan solo se detienen a contemplar un paisaje hermosamente sórdido. Los cuerpos de esta multitud apuntan hacia un cambio radical en la puesta en escena de German y crearán una sensación tan hermética como fluida en el tiempo.
Con todo lo que conlleva, la nueva forma de Aleksei German pone de manifiesto una clara reivindicación del cuerpo humano que invade, oprime y domina el espacio. Tras la creación de este film ya nada volvió a ser igual en las obras de German, más bien al contrario. Su descubrimiento lo llevó a otros senderos, más insospechados y llenos de fuerza visual. Qué difícil es ser un dios (Hard to be a god (Trudno byt’ bogom), 2013), película aclamada por la crítica internacional y última creación de German, quién falleció antes de verla terminada, supone la culminación de su nueva forma y la consagración de su radical propuesta. Propuesta que, a su vez, se sustenta en la forma, aclamada y criticada a partes iguales, y que poco tiene que ver con el mundo medieval (como muchos quieren hacer ver) o con la obra de los hermanos Strugatski en la que se basa. La verdadera razón de ser del intrincado laberinto de objetos, cuerpos y elementos de Qué difícil es ser un dios es la potencia ejercida por el espacio para dominar al tiempo físico y metafísico. En la labor registradora tanto de la cámara como del ojo existe un ánimo curioso a la vez que voraz, pero existe una brutal diferencia entre la dimensión de ambos medios visualizadores que se sustrae de acto de observar y los hace combatir. El ojo solamente puede percatarse de una acción al mismo tiempo, solo puede focalizarse en un punto. La cámara no. Como máquina ajena al comportamiento orgánico registra todo con igual nitidez y sin discriminación sobre la perspectiva. Así pues, juega en contra del ojo y lo “supera” para cansarlo, perderlo e incluso aniquilarlo.
La tendencia abrasiva y tremendamente feroz de la cámara de German es la mayor y más interesante de sus virtudes, pero no es en Qué difícil es ser un dios que aparece esta tendencia por primera vez, sino antes del nuevo siglo. Es en el año 1998 cuando German cambia radicalmente de visión, de camino formal y de manera de mostrar la realidad dando a luz a ¡Khrustalyov, mi coche! (Khrustalyov,mashinu!), su primera creación “monstruosa”, su primer y verdadero ejercicio vanguardista, visionario y refrescante. La película puede entenderse como la crisálida de Qué difícil es ser un dios y la vuelta de tuerca visual a los temas ya tratados anteriormente. ¡Khrustalyov, mi coche!, que fue seleccionada en Cannes y que, extrañamente, no ha dejado una huella muy visible, supuso la reinvención de la forma cinematográfica a partir del perpetuo cambio y de la fisicidad que se impone a la trama. Hablar de la película como de la “historia” de un burócrata en los últimos días del estalinismo deviene inútil, reduccionista e insulso. Aquí no hay manera de describir nada, sino que hay que ver; ver y oír. El nuevo hito maldito de German quedaba muy al margen de los comprendido como cine histórico o biográfico, haciendo casi imposible concebir que lo verdaderamente importante no sucedía en la historia, ni tan siquiera era la historia, sino que, se establecía un impresionante diálogo entre el silencio y la verborrea para acabar hipnotizados o expulsados por la dinámica de la forma. Los planos de larga duración de ¡Khrustalyov,mi coche!, que podrían recordar en apariencia a los de Andrei Tarkovski y en esencia a los de Andrzej Zulawski, se reinventaban para acabar convirtiéndose en prolongaciones de la agonía, el sufrimiento y la paranoia de un personaje, un periodo histórico y un cambio paradigmático en el modo de mirar. En lugar de esculpir el tiempo o filmar el caos de forma histérica, German recurría al travelling para hacer del agobio y la opresión por parte de los incontables elementos que llenaban su cuadro, algo fluido que consiguiese dotar al espacio de una cualidad abrumadora.
Con Que difícil es ser un dios, German continúa de alguna manera esa búsqueda de un estilo diferente y potente para hablar de lo peor de la URSS. El horror vacui, el barroquismo, la voluptuosidad y la escatología regresan con una fuerza multiplicada tras la película del 98. La flatulencia post mortem de Stalin, casi al final de Khrustalyov, ¡mi coche! funciona como origen del mundo corrupto, asqueroso y condenado de Qué difícil es ser un dios, película que nos sitúa en una época similar al medioevo que se da en un planeta distinto al nuestro. Al margen de la vaga relación del film de German con la “leyenda negra” de la Edad Media, que huye de la verdad histórica y que dicta que, en tiempos de Dante, Perotín, la polifonía, los iconos y la arquitectura románica se vivía igual que en una zolle, debemos centrarnos en el pasado cinematográfico del director y darnos cuenta de su evolución. German no ha cambiado de objetivos conceptuales ni políticos y podemos fijarnos en la relación intrínseca entre éste y su anterior film. El plano final de Qué difícil es ser un dios es casi un calco al final de Khrustalyov, ¡mi coche! y esto, sumado al tema de los hombres-que-se-creen-dioses, nos lleva a repensar todo lo acontecido. Una teorización que conlleva una reconstrucción del periodo estalinista en el que había un hombre que se veía como un dios, no sería nada descabellada.
¿Deja Aleksei German de hablar de la Rusia estalinista en Qué difícil es ser un dios? Sorteando los recovecos en los que la mierda asoma y entre los que se cuelan múltiples gargajos y flatulencias, puede ser interesante pensar en cómo la novela de los Strugaksti le sirve a German para crear una obra alejada en esencia de su cine pasado a la vez que cercana en forma y también en trasfondo. Y no solo en el trasfondo mordazmente crítico con el absurdo del totalitarismo soviético o el de la guerra, sino para con la propia obra en la que se basa. La novela de los Strugatski se basaba en la narración por parte de un “observador” en un planeta ajeno que, como historiador, tenía la obligación de no intervenir en lo que acaecía. Como una muñeca rusa iba descubriendo numerosas capas a la vez que “perdía” al lector en un océano de sucesos y vivencias que reflejaban la realidad de un tiempo pretérito. Y German hace exactamente lo mismo, pero priorizando la imagen ante la palabra, que ahora es mero balbuceo ininteligible. ¿Un planeta lejano que es igual que el nuestro? ¿Unos “dones” tenidos en cuenta como seres superiores? ¿Hombres venidos del espacio que guían al pueblo, pero que están tan embriagados de poder como el más pusilánime de los humanos? Digamos mejor una Tierra y un Estado gobernado por tiránicos personajes que se mueven entre las heces como el pueblo llano con la única diferencia de “conocer” las “maravillas” del progreso… Así es como German homenajea y reinventa la novela, devolviendo el tiempo de su país a uno en el que la censura obligaba a crear mundos ficticios para decir verdades al tiempo que devuelve al pasado el escenario de un film cuya forma es tremendamente vanguardista. Ya sea en Arkanar, en la Unión Soviética o en la Rusia de Putin, el poder sigue siendo un tema crucial para Aleksei German. Su estudio coprológico escapa a tendencia y convenciones y reniega de la experimentación insustancial. Qué difícil es ser un dios es una película clave en el siglo XXI, principalmente por su forma, pero también por su trascendencia histórico-política.
Qué difícil es ser un dios (Trydno byt bogom (Hard to be a god), Rusia, 2013)
Dirección: Aleksei German / Guion: Aleksei German, Svetlana Karmalita (Novela de Arkadiy y Boris Strugatski) / Producción: Sever Studio, Lenfilm, Telekanal Rossiya / Fotografía: Vladimir Ilyn, Yuri Klimenko / Reparto: Leonid Yarmolnik, Yuriy Tsurilo, Yevgeniy Gerchakov, Oleg Botin, Aleksandr Chutko