PROJECT WOLF HUNTING
Excesos y defectos
Durante su primera hora, Project Wolf Hunting (Kim Hong-sun, 2022) consiste esencialmente en una repetición constante de arranques de violencia de variabilidad casi nula. El resultado es una colección de golpes sangrientos apilados en escenarios indistinguibles, sin mayor sentido narrativo o expresivo del espacio que su concepción de pasillos angostos y metálicos. Es, además, una idea del espacio privada de cualquier tipo de profundidad de campo y rodada en centenares de planos medios o cortos, decenas de impactos de martillos, hachas, palancas o armas de fuego; de desgarros, desmembramientos y perforaciones. Es una estructura visual condenada desde el inicio, porque no parece haber allí voluntad expresiva alguna, sino una manera de asegurar que cada una de las inmensas muestras de habilidad de los equipos de maquillaje y efectos prácticos quede debidamente documentada. Sin embargo, la película muestra consciencia del agotamiento en que derivaría inevitablemente esa fórmula a través de efectuar ciertas promesas acerca del objetivo último de su prolongada introducción. De hecho, el factor sorpresa del segundo acto que vendrá a revitalizar la película aparece diligentemente anticipado, puesto que apenas han transcurrido veinte minutos cuando se planta la semilla de lo que será la vuelta de tuerca que rige la segunda mitad de Project Wolf Hunting.
Esta anticipación parece sustentar el sinfín de idas y venidas de los primeros compases, como si el equipo de guionistas confiara suficientemente en la fuerza de lo que está por venir y el hecho de que la audiencia lo sepa de antemano. El adelanto se estira como herramienta para el disfrute de quien haya intuido —las apariencias podrían engañar— cómo terminará el asunto; o quizás sea que, igualmente entusiasmados por la premisa que tienen entre manos para más adelante, deciden guardarla para tan tarde como sea posible. Al margen de elucubraciones sobre la razón que puede haber ocasionado esta accidentada estructura, lo cierto es que no hay ningún atisbo de interés real en hacer del motín y revancha iniciales episodios realmente integrales al conjunto. Estos se convierten así en un trámite animado (para quien de ello disfrute) por las toneladas de sangre artificial que brotan gráficamente de cuellos, troncos y cabezas, a expensas todo ello de cualquier tensión viable.
Cabe preguntarse cómo es posible que, habiendo transcurrido ya la mitad de la película, uno sea aún incapaz de encontrar algún rasgo de la personalidad de los personajes —protagonistas o no, indistintamente— más allá de su trabajo o el rol desempeñado dentro del grupo de criminales. Es solamente cuando se produce la (ahora sí) verdadera vuelta de tuerca cuando uno comprende que la razón de ser de la falta de personalidad —siquiera caricaturesca— de los personajes iniciales venía en gran medida condicionada por su dispensabilidad de cara al interés de los arcos que siguen. Este segmento se desarrolla a modo de puente, en un espacio de unos diez minutos que se deshace de personajes y temas que apuntaban a ser clave posteriormente. A partir de este giro, Project Wolf Hunting retoma la reiteración de las mismas secuencias/estallidos de violencia, ahora cambiándolos de manos y barnizados por el elemento sobrenatural, pero intercambiables en líneas generales. La inventiva llega por fin en el tramo final, con un desborde de ideas lanzadas brevemente allí donde antes había reiteración para sacar de la rutina a la cinta en su atropellada resolución, entre la reestructuración de su dinámica de protagonistas-antagonistas y el cambio de espacios cerrados por espacios algo más abiertos. Es más: se abren tanto en sentido estricto (p. ej., el final de esa secuencia de acción que sirve de clímax) como en uno más laxo, dado que por fin se confiere a la acción la capacidad de atravesar los decorados de forma más compleja y se la libera de estar encapsulada en pequeños segmentos que se suceden de forma lineal, pero sin solución de continuidad.
La planificación se vuelve manifiestamente desangelada cuando se acumulan los personajes en pantalla o la complejidad coreográfica de sus movimientos. En estas situaciones, hay una tendencia a fragmentar el montaje, a agitar sus encuadres y a reproducir tics del cine de acción post-Bourne (o de la era Bay, según se prefiera), con la diferencia de que en la cinta de Kim Hong-sun se presenta una continuidad más comprensible. Comprensible quizás como derivación de lo expositivo, de la reiteración de informaciones visuales anteriormente establecidas: plano tras plano nos son presentadas las mismas ideas (por ejemplo, ciertas marcas en la piel de algunos personajes). Esta exposición viene acompañada del ascendente enrevesamiento de la trama y una excusa para dar rienda suelta a la verbalización de la misma, mediante una serie de diálogos distribuidos a modo de bloques informativos entre matanza y matanza del recién descubierto antagonista. Todo esto deviene parte de otro pastiche con vocación de ser lo que ha venido en denominarse “festivalero” (a falta de un mejor término), donde se puedan anular las ínfulas de seriedad en pro de nuevas excusas para proseguir con el despliegue gore. Sin embargo, resulta difícil justificar el caótico desarrollo de todas estas excusas temáticas, especialmente cuando la indefinición persistente de los personajes acaba por lastrar cualquier posibilidad de impacto en su final, por ominosa que se vuelva la música para intentar convencernos de lo contrario. El exceso constante con que Kim Hong-sun aspira a romper la monotonía acaba siendo la principal causa de la misma.
Project Wolf Hunting (Neugdaesanyang, Corea del Sud, 2022)
Dirección: Kim Hong-sun / Guion: Kim Hong-sun / Producción: Cheum Film, Contents G / Fotografía: Ju-Hwan Yun / Montaje: Min-kyeong Shin / Interpretación: Seo In-guk, Sung Dong-il, Choi Gwi-hwa, Jung So-min, Jang Dong-yoon, Park Jeong-hwan, Moon-Sung Jung, Jang Young-Nam.