LA PRINCESA MONONOKE
Un puente entre mundos
Reconocido por presentar a menudo reflexiones complejas sobre las primeras etapas de la vida (Mi vecino Totoro, 1988) u ofrecer una representación alternativa de los personajes femeninos (Näusicaa en el valle del viento, 1984), Hayao Miyazaki señalaba durante la promoción de La princesa Mononoke (1997) que la principal característica de Studio Ghibli no consiste únicamente en plasmar las relaciones humanas, sino también en retratar una naturaleza que no se inclina ante las personas ni los personajes. Al animar los paisajes (la luz, el agua o el viento) se da lugar a escenarios y entornos que palpitan con vida propia dentro de su universo. Y es que tras algo más de dos décadas de su estreno, la sexta película de Miyazaki continúa erigiéndose como uno de los principales estandartes del estudio, siendo ampliamente interpretada como un filme sobre el medio ambiente, narrado bajo el marco de la mitología japonesa.
La historia es presentada a través de los ojos de Ashitaka, un joven príncipe que tras caer víctima de una maldición, abandona su hogar a fin de hallar respuestas para el mal que padece. Una vez emprende su viaje, deberá aprender a observar el mundo de forma clara y sin la venda del odio en sus ojos, siendo este último uno de los elementos que sostiene la narrativa de Mononoke. La idea del odio como maldición y su dualidad para hacer el bien en un mundo que se encuentra maldito, acaba por dar forma -además de al propio Ashitaka- a temas como el afán expansionista y destructor del ser humano. Si bien es cierto que durante la producción se barajaron títulos como ‘El cuento de Ashitaka’ dada su importancia para la historia, el personaje acaba por ejercer un rol de testigo en un conflicto donde emergen los verdaderos protagonistas: el mundo de los humanos y el reino del bosque, encabezados por Lady Eboshi y San respectivamente.
Aunque este enfrentamiento supone el gran punto de inflexión de la película, a medida que se desarrollan los acontecimientos queda patente que -pese a presentar muchos de sus elementos- Mononoke se aleja de los cuentos convencionales, cuestionando aspectos tan estigmatizados como los roles de género o rechazando las clásicas distinciones entre el bien y el mal. Personajes ya mencionados como Lady Eboshi, que inicialmente se deja ver como una sombría antagónica, destina en realidad sus acciones a la prosperidad de su gente, dando cobijo a enfermos de lepra y mujeres víctimas de la trata. Lo mismo ocurre con San, que bajo el rol de princesa Mononoke se sirve de su actitud agresiva y salvaje para proteger a los bosques de la devastación. Tanto San como en Eboshi refuerzan la idea de que lo femenino no excluye lo heroico, dando lugar a una exploración del heroísmo que todavía deja notar su influencia en películas actuales. El resultado es una analogía de la convivencia entre hombre y naturaleza. Un puente entre mundos que desde la aparición del propio Ashitaka, eleva poco a poco sus pilares a través de su entorno y personajes para dar vida a una fábula. Una fábula que respira gracias a un estilo de animación detallista, alejado de la artificialidad y falsedad presentes en muchas animaciones contemporáneas.
La princesa Mononoke (Mononoke Hime. Japón, 1997)
Dirección: Hayao Miyazaki / Guion: Hayao Miyazaki / Producción: Studio Ghibli / Dentsu Music And Entertainment / Nibariki / Nippon Television Network Corporation (NTV) / TNDG / Tokuma Shoten / Montaje: Hayao Miyazaki, Takeshi Seyama / Fotografía: Atsushi Okui / Dirección de arte: Satoshi Kuroda, Kazuo Oga, Yôji Takeshige, Naoya Tanaka, Nizô Yamamoto / Música: Joe Hisaishi / Reparto: Y?ji Matsuda, Yuriko Ishida, Y?ko Tanaka, Kaoru Kobayashi, Akihiro Miwa, Hisaya Morishige