Estrenos

POROROCA

Estruendo silencioso

(Crítica rescatada y ampliada del artículo sobre la maternidad en el Festival de cine de San Sebastián 2017)

“Gran estruendo”, eso significa la voz pororoca en lengua tupí-guaraní. De origen onomatopéyico, se refiere a un fenómeno fluvial que consta de un oleaje ruidoso que en ocasiones recorre los grandes ríos de Sudamérica, especialmente el Amazonas. Este significado, en relación con la película a la que da nombre, tiene lecturas contradictorias: como un estruendo sin parangón vive un padre de familia la desaparición de su hija, oleaje que no deja de crecer y que va arramblando, minuto a minuto, con todo el mundo del protagonista, pero Constantin Popescu nos narra dicho estrépito detonante como si de un susurro se tratara, sutil, flemático, imperturbable… Es este hieratismo la muleta sobre la que el realizador rumano se apoya para no juzgar a su personaje protagonista, dejando ese comprometido privilegio al espectador, quien, sin buscarlo, tendrá que enfrentarse a un dilema interior que terminará con la condena o la salvación del malogrado progenitor. Y es que la figura del padre lo es todo en Pororoca: el mejor amigo de sus hijos, el detonante de la tragedia, villano, víctima, mártir y verdugo. La construcción de este personaje por parte de Bogdan Dumitrache (La madre del hijo (2013), Sieranevada (2016)) supuso el ejercicio interpretativo más exigente y completo de la pasada edición del Festival de San Sebastián, y así se le reconoció al otorgarle la Concha de Plata al mejor actor. Un padre de familia que se enfrenta a un error que (des)encarrilará su vida a la perdición, a un despiste humano pero definitivo que hará que su hija desaparezca, y con ella, paulatinamente, su vida y su cordura. Es un proceso lento, no en vano el espectador se enfrenta a 152 minutos de metraje, pero cada uno de ellos rezuma tensión, gracias a la procesión interna de un padre que ejecuta movimientos pequeños y parece no querer hacer ruido por ser consciente de su culpa, pero que sin duda no puede callar los desgarradores gritos de su interior. Una prodigiosa interpretación que, además, va unida a un compromiso excelso que se materializa en un deterioro físico progresivo y escalofriantemente real del personaje protagonista.

Pero si un film alcanza el poderío de Pororoca no es solo por la capacidad interpretativa de su protagonista, sino –especialmente– por la puesta en escena y la dirección actoral, funciones capitales que recaen sobre la figura del director. En este caso, Constantin Popescu hace gala de un estilo sobrio, invisible, pero no menos coherente, que influye en las sensaciones del espectador antes que en su mirada. Las innegables dotes narrativas del realizador rumano se manifiestan en un plano-secuencia que, sin ninguna duda, podría considerarse EL plano del largometraje: una clase magistral sobre cómo construir tensión a través de la progresión dramática hasta alcanzar extremos realmente lacerantes. Hoy en día, viendo lo “cotizados” que están los planos-secuencia, que se llevan los más prestigiosos reconocimientos debido a su complejidad técnica (Birdman (Alejandro González Iñárritu, 2014)… ¡en fin!), lo difícil es encontrar en ellos una justificación formal que nos haga ver que esa secuencia (en ocasiones toda la película) hubiera perdido contenido de fondo, y no solo prestigio para su director, si se hubiera rodado en diferentes planos separados por corte. Este es uno de esos esperanzadores casos –como ya lo fue Victoria (Sebastian Schipper, 2015)– en los que cualquier propuesta de rodaje diferente al plano-secuencia escogido habría dado como resultado una escena infinitamente más débil y convencional en lo que a tensión dramática se refiere: gracias al detallismo con el que se crea la atmósfera del parque, el uso de desconcertantes y turbadoras conversaciones de fondo constantes que avasallan el silencio del protagonista, anticipaciones de acontecimientos que juegan con la mente del espectador haciéndole pensar que van a pasar cosas que parecen no suceder nunca, una cámara que va entrando en el mundo del padre paulatinamente acercándose muy lentamente a él… un solo corte rompería esta progresión dramática y echaría por tierra toda esta tensión que no permite ni parpadear al que se sienta frente a la pantalla.

Un conflicto aterrador por su condición de accidente, porque a cualquiera le puede pasar, porque aunque no hay un culpable, «hay un culpable»… porque parece que siempre tiene que haberlo; porque cuando un dolor de tamaña magnitud llega, se queda, y al final da igual su origen: nadie puede controlar el corretear de unos niños sin parpadear, pero, por definición, si una hija desaparece, hay un padre que no lo ha impedido… ¿o tal vez no? ¿Culpable o inocente?


Pororoca (Pororoca, Rumanía, 2017)

Dirección: Constantin Popescu / Guion: Constantin Popescu Producción: Scharf Advertising & Irreverence Films / Fotografía: Liviu Marghidan / RepartoBogdan Dumitrache, Iulia Lumânare, Constantin Dogioiu, Stefan Raus, Adela Marghidan

Un comentario en «POROROCA»

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