POMPOKO
La resistencia del mito
Lo último que uno piensa al ver a los simpáticos mapaches de Pompoko es en Richard Wagner. Y, sin embargo, la historia de un mundo mítico que desaparece en favor del reino de los hombres, el gran mito de la Modernidad que Wagner recreo en cuatro óperas, está presente aquí como en El anillo de los nibelungos, en El señor de los anillos o en La canción del mar (Tomm Moore, 2014). Por otro lado, ¿cómo no iba a influir Wagner en Isao Takahata y en Hayao Miyazaki siendo el paso de la tradición a la modernidad, su posible convivencia (Miyazaki) o el conflicto entre ambos (Takahata), uno de los grandes temas de Studio Ghibli?
No obstante hay una importante diferencia. Esta vez el mito se cuenta desde el punto de vista de ellos, de los dioses. Como si Pompoko fuera la otra cara del clásico relato del ocaso de los dioses. Son más tiernos, más peludos, más divertidos y espontáneos que Odín y las Valkirias, pero los tanuki también son dioses. Los protagonistas de Pompoko son unos mapaches metamorfos del folclore y la mitología japonesa que tratarán de impedir la modernización de Tokio, pues el crecimiento de la ciudad está destruyendo sus bosques y amenazando su subsistencia. Al pasar por la mirada de Takahata, la épica de la Modernidad ?héroes transgrediendo su naturaleza mortal, dioses majestuosos, un destino fatal? se transforma en un relato de resistencia con ribetes de comedia animada.
Por encima de todas las cosas Pompoko es una reivindicación del lugar del mito en el mundo contemporáneo. De la definición de “mito” ?según la RAE: “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico.”? tan importante es el término “narración” como el adjetivo “maravillosa”. “Mito”, viene del griego mythos que significa “relato”, “narración”. Así, la reivindicación de la película refiere tanto a aquel folclore que representan los tanuki ?toda una forma de relacionarse con la naturaleza? como al poder de las historias.
Según avanza el relato esta reivindicación se va haciendo progresivamente más desesperada y rota, pues el final evidente no es otro que el inevitable fracaso de conservar el mundo tradicional y la urgencia de encontrar una alternativa. Tal vez por eso Pompoko puede resultar tan extenuante, con tantos finales sucediéndose los unos a los otros, como si Takahata buscara y desechara una solución tras de otra al empobrecimiento de la experiencia en las ciudades a que ha dado lugar el abandono de los mitos, o como si quisiera retrasar cada vez un poco más la necesidad de terminar el relato pues mientras Pompoko se mantenga en la pantalla, mientras sigamos narrando, habrá mythos y la vida será menos insoportable. Al menos así parece parecérselo al finalmente humanizado Shôkichi justo antes de una definitiva y nostálgica vuelta al bosque en los últimos minutos de la película, es decir, de una vuelta a empezar. Este final feliz siempre me ha parecido tan forzado y arbitrario, casi irónico, como los finales de Frank Capra o Douglas Sirk, una fuga antes que una solución, pero tal vez la fuga al mito sea lo que nos sigue permitiendo haciendo soportables las ciudades.
Uno de los motivos de la fuerza de Pompoko y aquél por el que perdonamos su extenuante último tercio es cómo juega con el ritmo. Se trata de una narración con dos temporalidades opuestas, un viraje de un mundo mítico y tradicional anclado en la naturaleza y los ciclos de las estaciones al mundo moderno, en el que el tiempo lineal del “progreso” arrasa con todo. Aunque desde fuera de la película parece evidente este desajuste narrativo y temporal entre el inicio “naturalista” y el frenético final, es algo que transcurre con una sorprendente fluidez dialéctica, huyendo de una dicotomía cerrada mundo natural/humano, donde uno tomaría el relevo del otro sin solución de continuidad.
Pompoko insiste tanto desde sus propios materiales expresivos ?la animación, el dibujo, el relato? en la dialéctica entre ambos mundos que es imposible pensar en la “naturaleza” o en Tokio al margen de ellos. Como en el realismo mágico, Pompoko presenta distintos niveles de realidad fusionados en uno sólo, que se concreta como una narración con voz propia (voice over). Del mismo modo, para representar a los tanuki los dibujantes combinan dibujos realistas, con otros antropomórficos o bocetos caricaturescos al estilo Shigeru Sugiura, alternando entre unos y otros sin dejar marca. Y es que los tanuki, conviene no olvidarlo, son algo más que mapaches. La “naturaleza” defendida por Pompoko y de la que muestra su ocaso es ya una naturaleza humanizada por el folclore. Un mundo en el naturaleza y hombre convivían en armonía a través del mito.
También sería un terrible error intelectualizar Pompoko haciendo de sus elementos fantásticos los símbolos de una alegoría. Son mucho más que eso. Existen. Tienen entidad propia. Incluso en algunas escenas que podrían parecer demasiado idiosincráticamente japonesas para su comprensión en Europa, como la cabalgata de mitos japoneses, estos elementos mitológicos no importan tanto por su contenido y significado como el derroche de imaginación de su trazo. Lo importante es la presencia y reivindicación del mythos, no el contenido de éste. Si no fuera tan constante la universalidad de las películas del estudio a partir de elementos indudablemente japoneses, me atrevería a decir que Pompoko es al mismo tiempo la película más japonesa y más universal de Ghibli, y la más moderna.
¿Qué es, por tanto, lo que el desarrollo de Tokio está condenando a la extinción o a la asimilación? ¿Qué implica la humanización del protagonista de Pompoko? Antes que una idea ingenua de “naturaleza”, que siempre estuvo mediada por el mito, o que el contenido de una tradición japonesa, se trata de una manera de relacionarse con el mundo. Hay un momento en que se hace relativamente explícito: los metamorfos tanuki se transforman mediante el poder de la imaginación para así habitar el mundo, siempre cambiable; mientras que los humanos transforman el mundo para adaptarlo a ellos o, mejor, al orden racional e instrumental que han diseñado. Podemos ponernos estupendos y decir que se trata del tránsito del mythos al logos. Y ya sabemos que bajo el logos se esconde también el dominio: de la naturaleza, de uno mismo, de los otros…
En una Tokio de la que ha desaparecido el folclore y el mito, «muchos de nosotros», dice Shôkichi, «estamos exhaustos, y queremos regresar al bosque. Aun no salgo de mi asombro, cómo es posible que los humanos puedan soportar el vivir así».
Pompoko (Japón, 1994)
Dirección: Isao Takahata / Guion: Isao Takahata / Producción: Yasuyoshi Tokuma, Toshio Suzuki y Ned Lott (para Studio Ghibli) / Música: Chang Chang Typhoon / Fotografía: Atsushi Okui / Montaje: Takeshi Seyama / Director de arte: Kazuo Oga /