PLAY
Nostalgia por el presente en VHS
Play, el tercer largometraje de Anthony Marciano, lleva la nostalgia noventera como motivo principal de este falso documental en primera persona; lleno de referencias a la filmografía de Richard Linklater, una puesta de escena videoclipera como Yo, él y Raquel (Alfonso Gómez-Rejón, 2015) y una banda sonora inspirada en la relación de los personajes con la música como en Las ventajas de ser un marginado (Stephen Chbosky, 2012): Los bailes de fin de curso con aires retro o los viajes en coche con amigos guiados por una música punk ochentera. 25 años de vida que arrancan con grabaciones en VHS, terminan con el móvil y pasan por todo tipo de videocámaras digitales. Un cuarto de siglo retratado a través de la tecnología del propio cine que influye en la narración cinematográfica, la cámara en mano como dispositivo principal. Un road trip por sus propias vidas en el que embarcan los cuatro amigos protagonistas y que sirve como catalizador para recorrer experiencias musicales: el vestuario de cada época, las costumbres, el ritmo de vida; de la adolescencia a la madurez, la película transita toda una generación que tiene por bandera la nostalgia, sirviendo como espejo el propio cine.
“Mi padre desapareció”, dice Max sin desprecio. Emoción, pasión y profundidad es lo que caracteriza a los personajes que interpretan delante de las diferentes cámaras los recuerdos importantes a desarrollar en sus vidas. Los padres de Max le regalan una cámara de vídeo por navidad para que registre sus momentos más especiales. Este objeto funciona como macguffin para mostrarse tal y como es él, sin parodias y con las buenas y malas experiencias que te enseña y regala la vida. El director guía estas interpretaciones a lo largo de estos 25 años a través del montaje. Un montaje intuitivo, cronológico pero en su resultado espontáneo. En una escena los padres le castigan al protagonista sin su cámara digital y por ello, dentro de la propia narración, suceden elipsis de varios años a través de cortes a negro. Esa naturalidad y sencillez en las transiciones destapan la honestidad de la narración a través de los ojos de un joven, que a su vez es el ojo del director, el que inicia el film con una escena a lo youtuber y le muestra al espectador sus intenciones: viajar por el interior de su memoria.
Aunque la dimensión que otorga el falso documental a Play invoca a la autoficción a través de la cámara en un nivel de intimidad más elevado que en las obras de Siminiani, mantiene el tono hasta el final en lo que se refiere a la idea de capturar lo cómico. Y, ante esa honestidad con el género, Marciano enmarca con espontaneidad el metraje encontrado (las imágenes del paso del tiempo de los protagonistas evidencian la verdad en la sincronía entre los diferentes actores y actrices que interpretan al mismo personaje). Ese tono melancólico, que desde su puesta en escena otorga al film los actos más sinceros de la propia vida, Marciano y el resto de la sociedad mantiene que es imposible llevar las cámaras a todos los lugares y grabar las mejores y peores experiencias de la vida. Por eso, tal vez optó por ficcionar este falso documental en primera persona. Play regala momentos como unas vacaciones de la adolescencia en Barcelona, que remiten a un Antes del amanecer (Richard Linklater, 2001) en la ciudad condal, la experiencia de ser padre y seguir capturando… Capturar los momentos de una vida dan sensación de libertad, y después, darle al Play para volver a vivir; memoria y nostalgia confluencias perfectas.
PLAY (Francia, 2019)
Dirección: Anthony Marciano / Guion: Anthony Marciano, Max Boublil / Fotografía: Jean-Paul Agostini / Montaje: Samuel Danési / Producción: Benjamin Elalouf, Chapter 2, Umedia, uFund / Reparto: Max Boublil, Alice Isaaz, Noémie Lvovsky, Malik Zidi, Camille Lou, Jules Porier