TODO JAMES BOND: LO PEOR
Todo James Bond: Lo peor (del 25 al 12)
Como es habitual siempre que estrena una nueva película de la franquicia, la llegada de Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2021) a las salas ha desatado toda una oleada de análisis sobre la figura de James Bond, el célebre agente británico que lleva haciendo gala de sus poderes de seducción y su licencia para matar desde su primera aparición cinematográfica en 1962. Creado por el novelista Ian Fleming y posteriormente inmortalizado por sus padres fílmicos, los productores Albert y Barbara Broccoli, el personaje ha logrado sobrevivir durante sesenta años a base de transformarse una y otra vez para ajustarse a los gustos imperantes pero también a los cambios ideológicos y sociales del mundo occidental. Eso hace de Bond un fascinante caso de estudio para observar cómo ha evolucionado nuestra sociedad durante las últimas seis décadas, desde su forma de entender la masculinidad hasta la relación entre las potencias coloniales y sus antiguos dominios.
Con la presente lista, ordenada de forma muy subjetiva según criterios de disfrute cinematográfico, espero también ofrecer una breve puerta de acceso a un universo que ofrece posibilidades fascinantes para todos aquellos que busquen en el cine popular una forma de entender el mundo que les rodea. Esta primera parte ofrece los títulos de la franquicia que están entre lo poco destacable, lo fallido y lo sencillamente desastroso, mientras que la próxima entrega se centrara en las once mejores películas de la franquicia (hasta la fecha y sin contar el reciente estreno de Cary Joji Fukunaga). Empecemos.
25 –Diamantes para la eternidad (Guy Hamilton, 1971)
El horror. La última película de las rodadas con Sean Connery en el papel de James Bond es, sin lugar a duda, el punto más bajo de toda la saga. El propio Connery está evidentemente aburrido, tratando de terminar lo antes posible y cerrar una etapa de su vida que ya no le aportaba otra cosa que dinero (es interesante ver su trabajo aquí y compararlo con el que haría a las órdenes de Sidney Lumet, solo dos años después, en La ofensa). Apática y desnortada incluso en su horterez general, el tono salta descontrolado de Benny Hill (esa irritante pareja de asesinos) al cine macho de Burt Reynolds, como si sus responsables hubiesen olvidado cómo hacer una película de James Bond o, al menos, una película capaz de generar la más mínima excitación.
Al final, la dura realidad es que Guy Hamilton, pese a ser el firmante de una de las mejores películas de toda la saga, es también el responsable de otras dos que no tardarán demasiado en aparecer en esta lista, dos entregas que ahondan en el lado más visualmente descuidado y descaradamente industrial de la historia de James Bond.
24- Muere otro día (Lee Tamahori, 2002)
El pobre Pierce Brosnan tuvo la mala suerte de cerrar su contribución a la franquicia con este festival del efecto digital y las ideas bochornosas. En principio, la forma en que se entrega a lo más camp y ridículo de la era Brosnan, con su fascinación tecnológica y sus escenas de acción propias de un circo de tres pistas, deberían hacer de ella una ganadora, pero Lee Tamahori enfrenta la puesta en escena con una seriedad y una falta de ingenio tan apabullante que todo resulta impostado y excesivo, casi como si toda la película se hubiera diseñado mediante tests de marketing.
No ayuda, por supuesto, que el villano sea un Power Ranger hipervitaminado, que se favorezca lo digital sobre lo corpóreo (algo que solo sucede en esta entrega, lo que lleva a pensar que la propia Barbara Broccoli vio el error muy claramente), que el cameo de Madonna sea tan largo y descaradamente innecesario o, simplemente, que James Bond haga surf (digital), emulando uno de los momentos más absurdos de esa oda al absurdo que es Batman y Robin. La única razón por la que Muere otro día no está la última de la lista es porque Halle Berry hace todo lo humanamente posible para dignificar a su personaje, de la que se rumoreó incluso que protagonizaría su propia película.
23 – Vive y deja morir (Guy Hamilton, 1973)
Roger Moore recogió el testigo tras Sean Connery y el fugaz paso de George Lazenby en esta entrega que no solo recupera la tosca puesta en escena de Diamantes para la eternidad (con la que comparte director) sino también su forma de evolucionar a base de copiar burdamente lo que estaba de moda en ese momento, en este caso el blaxploitation. En el que se convertiría en su habitual tono burlón, Moore viaja hasta el Caribe para verse envuelto en una trama de tráfico de drogas (Nixon le había declarado la guerra a la droga solo dos años antes) mezclada con vudú y tarot que se cierra con uno de los clímax más ridículos que ha dado la saga.
En general, Vive y deja morir, que vista hoy en día no está muy lejos de la pobreza visual de un capítulo de El sheriff chiflado, ahondó en la crisis del personaje iniciada con Diamantes. Una crisis que aún nos daría otro desastre, ya no solo artístico sino también comercial, y que daría otra oportunidad a la franquicia para demostrar su capacidad de transformarse para sobrevivir.
22 – El hombre de la pistola de oro (Guy Hamilton, 1974)
El hombre de la pistola de oro tiene un único aspecto redentor: el villano es Christopher Lee. Solo él es capaz de evitar que su personaje, un asesino con tres pezones que vive con su mayordomo enano en una isla decorada como un parque temático de lo kitsch, se convierta en el hazmerreír de los villanos Bond.
Una vez dicho eso, el resto de la película es un desastre camp que trata de cosechar la popularidad del cine de artes marciales (el duelo final entre Lee y Moore es, de hecho, un remedo del de Operación Dragón) pero sin entender en lo más mínimo sus referentes. Tiene, además, y aquí si me atrevo a ser categórico, el “orgullo” de contar con la chica Bond escrita de forma más misógina y burda, una Britt Ekland que tiene suerte de saber atarse los cordones, y que se pasea media película en bikini.
21 – Quantum of Solace (Marc Forster, 2008)
La canción que abre la película es muy representativa de lo que es Quantum of Solace: un enorme estallido de energía inicial y, después, nada. Marc Forster y su equipo parecen interesados en seguir las huellas de Casino Royale, conectando su película con aquella argumentalmente para seguir explorando las contradicciones del Bond de Daniel Craig, pero en algún momento se lían con una irrelevante trama sobre las reservas de agua y todo encalla de forma miserable, convirtiéndose en una de las películas más lacias de toda la saga.
Solo la persecución inicial y el interesante momento en la ópera rescatan momentáneamente al espectador del tedio, lo que resulta doblemente doloroso cuando tienes en cuenta que el villano es nada más y nada menos que Mathieu Amalric, a priori una elección de casting perfecta pero que acaba convertido en poco más que un yuppie con delirios de grandeza. Solo por desaprovechar algo así, Quantum of Solace ya merece hundirse en los puestos más bajos de esta lista.
20 – Solo para sus ojos (John Glen, 1981)
Tras las extravagancias (y elevados costes) de La espía que me amó y Moonraker, Albert Broccoli decidió volver a un estilo más sobrio, cercano al de las primeras películas de Connery, en la quinta película de Roger Moore como James Bond. John Glen, que debutó aquí en la dirección, demuestra ser mucho menos interesante visualmente que Lewis Gilbert, un problema que se acentuará en las siguientes películas junto a Moore, pero lo que verdaderamente hace de esta película un fracaso es que nunca acaba de decidir qué quiere ser. Como relato de espionaje y venganza no tiene vuelo dramático porque el Bond de Moore sigue siendo pareciendo un bon vivant salido de Vacaciones en el mar, mientras que como película de acción se resiente por su menor espectacularidad. El resultado final, a pesar de la presencia de Topol, es una de las películas más olvidables de toda la franquicia.
19 – Operación Trueno (Terence Young, 1965)
Entre dos triunfos como Goldfinger y Solo se vive dos veces, Connery rodo la que habría de ser la película más popular (a nivel comercial) de toda su etapa, una ambiciosa producción llena de secuencias submarinas y complejos efectos especiales que sirvieron para demostrar lo mucho que había crecido el músculo financiero de Albert Broccoli. Sin embargo, comparada con cualquiera de sus tres antecesoras, Operación trueno resulta decepcionante, en especial por una mezcla de problemas de ritmo (es injustificablemente larga) y falta de imaginación a todos los niveles. Por mucho que luzca el dinero invertido, el relato tiene poco de memorable y menos aún de excitante.
18 – Spectre (Sam Mendes, 2015)
Si con Skyfall Sam Mendes llevó al Bond de Daniel Craig a lo más alto, con Spectre bordeó el desastre. Habiendo dicho todo lo que tenía que decir sobre el personaje en su anterior entrega, el virtuoso plano secuencia inicial en México parece indicar que en esta segunda película Mendes se va a dedicar a jugar, pero ni el farragoso guion se lo permite ni él parece encontrar fuerzas.
Ni siquiera la presencia de Christophe Waltz como villano (casi tan desaprovechado como Mathieu Amalric) ni el mayor peso de Ralph Fiennes como jefe de Bond son capaces de levantar una película que, a pesar de chispazos ocasionales, está demasiado obsesionada con una relación romántica que se plantea como cierre del arco emocional de Bond tras los episodios trágicos de Casino Royale y Skyfall, pero no le llega, a nivel dramático, ni a la suela de los talones a ninguna de las dos. O, dicho de otra forma, resulta la constatación de que el personaje de Léa Seydoux, por mucho que insista Sam Mendes, no puede competir con los de Judi Dench y Eva Green. Porque, por otro lado, ¿quién podría?
17 – Panorama para matar (John Glen, 1985)
Habitualmente criticada por estar protagonizada por un Roger Moore que, con 58 años, parecía ya poco apropiado para un personaje tan físico, lo cierto es que lo peor de la película se encuentra en su desgana generalizada. Construida sin apenas ideas y dirigida con evidente apatía por un John Glen que, con todo, aún seguiría en la franquicia dos entregas más (con desigual fortuna), llena de acartonadas secuencias de acción que despliegan todo un arsenal de trucos para que no se note la edad del héroe y con un Moore secundado por otra de esas insufribles “rubias tontas” que tanto abundaron en su etapa, lo único salvable de la película, además del clímax en el Golden Gate de San Francisco, es la inquietante presencia de Christopher Walken como villano, acompañado por una Grace Jones que devora cada uno de sus planos.
16 – Licencia para matar (John Glen, 1989)
Pese a su brevedad, la etapa de Timothy Dalton es curiosa por lo evidente que resulta que los Broccoli estaban experimentando en busca de un James Bond que encajase en los nuevos gustos cinematográficos. Así, mientras la primera entrega de Dalton parece una versión más sobria y aventurera de las películas de Roger Moore, en su segunda encarnación se adentra en los terrenos del cine de acción de la época, como si de imitar a Stallone y Schwarzenegger se tratase. De ahí que Licencia para matar tenga una puesta en escena abiertamente hollywoodiense y ochentera, con colores intensos y una violencia muy descarnada (por no hablar de camiones que esquivan misiles poniéndose a dos ruedas), y que los habituales villanos megalómanos y sus planes de dominación mundial hayan dejado paso a una historia de venganza y un entramado de narcotraficantes sedientos de sangre y dinero.
El resultado es una película de James Bond bastante atípica, más interesante por cómo adapta el personaje al nuevo público adolescente que por sus discretos méritos cinematográficos. En cualquier caso, el resultado no volvió locos a los espectadores: si la franquicia ha estado en algún momento muy cerca de la desaparición, fue precisamente tras el estreno de Licencia para matar.
15 – Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983)
Por todo un embrollo legal que se ha contado ya mil veces, el productor y guionista Kevin McClory se vio en la posibilidad de hacer un remake de Operación trueno pero sin el control de la familia Broccoli. El resultado es esta extraña película, que recupera casi todo lo malo de su versión original pero intenta maquillarlo con un reparto de campanillas: el regreso de Sean Connery al personaje, Kim Basinger, Klaus Maria Brandauer, Max von Sydow, Edward Fox, ¡incluso Rowan Atkinson! El problema es que muchos de ellos, incluyendo al director Irvin Kershner, parecen estar ahí únicamente por el cheque: en general, toda la película huele a venganza y a codicia.
Sin embargo, lo que salva Nunca digas nunca jamás son los constantes destellos paródicos con los que el relato parece reírse del universo James Bond. En medio de todas las persecuciones y las localizaciones exóticas, el momento verdaderamente icónico de Nunca digas nunca jamás es cuando 007 ciega a un asesino… con su propia orina.
14 – El mundo nunca es suficiente (Michael Apted, 1999)
Como buen ejercicio de fantasía, toda película de James Bond tiene algo de película pornográfica, pero en ninguna resulta tan evidente como en El mundo nunca es suficiente. A pesar de una pareja de villanos con cierto potencial inquietante, la película bascula entre la apatía que marca todas y cada una de sus secuencias expositivas y el entusiasmo de sus abundantes set pieces de acción. Dicho de otra forma, estás deseando que dejen de hablar para empezar a moverse.
13 – Octopussy (John Glen, 1983)
Octopussy representa lo mejor y lo peor de la etapa Moore. A su favor juegan el ingenioso diseño de las secuencias de acción, como ese duelo final sobre el fuselaje de un avión en pleno vuelo, y un exotismo jugado hasta niveles de serial para niños que la hace muy entrañable. En su contra, el cansino torrente de chistes de irregular calidad, algunos tan incomprensibles como esa decisión de disfrazar a Bond de payaso en uno de los momentos de mayor tensión, algo que se podría haber leído como una sana forma de autoparodia pero que acaba resultando simplemente desconcertante por la poca habilidad que demuestra el director a la hora de gestionar el tono.
En general, como ya se pudo ver en Solo para sus ojos, John Glen supuso una vuelta a una tosquedad visual que La espía que me amó y Moonraker parecían haber alejado de la franquicia. El nivel está, por suerte, aún muy lejos de Vive y deja morir, pero las señales de que hacía falta un cambio de dirección eran ya muy evidentes.
12 – Al servicio secreto de Su Majestad (Peter R. Hunt, 1969)
Una absoluta rareza dentro de la franquicia, la única dirigida por Peter R. Hunt y la única protagonizada por George Lazenby, el primero debutando como director tras trabajar como montador y el segundo dando sus primeros pasos en una carrera como actor que habría de ser todo menos prolífica. Revalorizada con el tiempo, sobre todo gracias a la defensa acalorada que han hecho de ella directores como Steven Soderbergh o Christopher Nolan, lo cierto es que resulta sorprendente y decepcionante a partes iguales.
Al servicio secreto de Su Majestad sorprende por la riqueza visual de momentos como la pelea inicial en la playa y por la forma en que un James Bond más frágil comparte protagonismo con su partenaire, una Diana Rigg que básicamente hace suya la película. Decepciona, sin embargo, por el ritmo absolutamente plúmbeo de varios segmentos y por los extraños saltos de tono, que la llevan a pasar de una interesante historia romántica (una de las pocas de la saga que no se basa exclusivamente en la atracción sexual) a un surrealista clímax en una pista de bobsleigh y de ahí a un cierre trágico que no volvería a verse en la franquicia hasta muchos años después.