RETROSPECTIVA A PEDRO ALMODÓVAR (I) (1980 – 1988)
De la Movida al reconocimiento internacional
Con motivo del estreno de la última película de Pedro Almodóvar, Madre paralelas, revisamos su filmografía completa en tres partes. En este primer artículo nos ocupamos desde los inicios punks del director en el seno de la Movida madrileña hasta el inicio de su reconocimiento internacional con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), que resituó al director ofreciendo una nueva mirada restrospectiva a su cine anterior y le ofreció nuevas perspectivas de futuro. En el segundo, acompañaremos a Almodóvar en una exploración por los géneros del thriller y del melodrama desde 1989 hasta Todo sobre mi madre (1999), que supuso su consagración definitiva con el Premio Oscar a la mejor película extranjera. La retrospectiva concluirá en la tercera y última parte, que abarcará los títulos de Hable con ella (2002) en adelante, hasta Julieta (2016), que cierra así un ciclo del director con el que ha sido su primer «drama», sin el «melos».
- Retrospectiva a Pedro Almodóvar (II). Entre el thriller y el melodrama (1989 – 1999)
- Retrospectiva a Pedro Almodóvar (III). Del melos al drama (2002 – 2016)
Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980)
Puede que fuera Carlos Arias Navarro quien lo anunciara, pero en realidad fue Almodóvar en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón quien lo confirmó. Efectivamente, Franco había muerto. Sino no se podría explicar… absolutamente nada de lo que ocurre en esta película.
Por primera vez se muestra la verdadera libertad que tanto se buscaba pero que nadie todavía había sido capaz de traducir a celuloide. Y, ¿qué más da que el sonido se grabe mal? ¿Qué más da que no tuvieran dinero para hacer una producción en condiciones? ¿Qué más da todo eso (y muchas cosas más) si al final dijeron lo que querían decir? El adjetivo punk, aunque muy manido, define a la perfección lo que es esta película. Quisieron mostrar que eran libres, que podían enseñar en la gran pantalla un concurso de penes y que el mundo no iba a acabarse por ello, que se podía enseñar un plano en el que una mujer disfrutara de su sexualidad haciendo que otra le meara en la cara, que la tradición no debía ser un obstáculo para lo nuevo, sino un aliado, algo que vemos en la mítica escena zarzuelesca en la que un grupo de amigos se venga del policía que ha violado a Pepi (Carmen Maura)… pero que resulta no ser él, sino su hermano gemelo. Y todo a pesar de la total falta de visión cinematográfica que muchos han criticado pero que traslada a la perfección ese espíritu cutre y alocado de la Movida Madrileña.
Así, Pepi, Luci, Bom… rompió moldes en todos los aspectos de esta expresión. Como ningún discurso cinematográfico del momento podía aproximarse a los impulsos de la Movida, Almodóvar hizo de su música cine, y de esta manera el alma desde la que nos habla la película debemos buscarla en grupos y artistas como Kaka de Luxe, Alaska y los Pegamoides, McNamara, Glutamato Yeye, Parálisis permanente, La banda trapera del río, Las Vulpes… Incluso en los pintores como los denominados Costus, considerados una suerte de retratistas oficiales de la Movida.
A día de hoy ni si quiera podemos llegar a hacernos una idea del impacto que supuso el estreno de una película como esta en el contexto de una moralidad que había estado encorsetada entre unos preceptos religiosos perfectamente definidos durante 40 años. Lo que sí sorprende es cómo el discurso planteado por Almodóvar es todavía objeto de discusión y de escándalo por una parte de la población que aún se empeña en que regresemos a los años previos al estreno de esta película.
Paula García Terrones
Laberinto de pasiones (1982)
En 1982, Pedro Almodóvar no era (ni mucho menos) el reconocido cineasta al que admira medio mundo hoy en día. En su tercer largometraje, el artista manchego seguía siendo un estandarte de la Movida madrileña y compartía con ella muchos de sus características: ganas de provocar, desparpajo, desvarío y descontrol. Laberinto de pasiones nos cuenta cómo Rizo (Imanol Arias), el hijo homosexual de un emperador árabe, se pierde en los vicios y en el libertinaje del Madrid de la Movida hasta que conoce a Sexilia (Cecilia Roth), una ninfómana cantante de un grupo punk del que quedará perdidamente enamorado. Con la romántica pareja como hilo central, varias subtramas irán girando a su alrededor con un “laberinto” de personajes a cada cual más estrafalario. Historias de incesto, de espionaje islamista, de suplantación de identidad y, sobre todo, de sexo. De todos los tipos, colores y sabores.
Almodóvar rinde homenaje a la principal fuente de inspiración de sus inicios, John Waters, haciendo suya la visión provocativa y underground del estadounidense, con un cierto aire amateur, pero no olvida la tradición del humor esperpéntico y costumbrista nacional. El arco del personaje de Luis Ciges, un hombre que, por culpa de la mezcla de afrodisíacos y tranquilizantes, confunde a su hija con su mujer y la viola día sí y día no (ella tampoco se lo toma muy mal, solo con resignación), bien podría estar sacada de una comedia de Ozores. Tampoco nos sorprendería si de repente apareciera José Luis López Vázquez intentando ligarse a la madrastra del heredero árabe (Helga Liné, actriz mítica del fantástico español), o si la sirvienta de Sexilia fuera Gracita Morales.
Torpe, a trompicones, de medios bastante pobres y con un humor, a veces, más soez que efectivo, Laberinto de pasiones al menos deja entrever un guion bastante más complejo de lo que aparenta el caos de la película, y no deja de ser un fiel reflejo de la época y el movimiento social que retrata. Cómo olvidar ese Suck it to me de Almodóvar y McNamara…
Fran Chico
Entre tinieblas (1983)
Entre tinieblas supone un cambio radical en la filmografía de Pedro Almodóvar. Después de rodar dos películas totalmente alocadas, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón y Laberinto de pasiones, el director se sumerge por primera vez en una historia donde priman, por encima de todo, los sentimientos de los personajes.
El filme muestra la vida de unas monjas que viven en el convento de las “Redentoras Humilladas” y se dedican a dar cobijo a chicas delincuentes y con problemas de drogas para redimirlas. La protagonista de la historia, Yolanda Bell (Cristina S. Pascual), va a parar al convento como refugio tras ver morir a su novio (Will More) de una sobredosis de heroína. Pedro Almodóvar compuso este personaje para Cristina S. Pascual -que no era actriz y cuyo marido era el productor de la película-, lleno de distintos matices: una mujer que posee tanto a hombres como a mujeres, que canta y se droga. El problema vino cuando Almodóvar vio las limitaciones interpretativas de la “actriz” en cuestión. Fue en ese momento cuando decidió darle el protagonismo de la historia a unas monjas, a las que puso unos nombres bastante peculiares: Sor Perdida (Carmen Maura), Sor Rata de Callejón (Chus Lampreave), Sor Estiércol (Marisa Paredes) o Sor Víbora (Lina Canalejas).
Unas monjas que representan el deseo y la frustración y que, según el propio director, en la voluntad de redimir a jóvenes delincuentes “se acercan tanto a ellas que acaban convirtiéndose en una de ellas, en unas auténticas delincuentes, porque de ese modo pueden tener una relación de igual a igual con las chicas”.
Hay otro elemento indispensable dentro del análisis de la película y es la fascinación por el mal que está representado en el personaje de Julieta Serrano, la madre superiora, que tiene su despacho lleno de pósteres con las grandes pecadoras de la historia del cine como Ava Gardner o Brigitte Bardot, de ahí ese deseo por redimir a los pecadores, a los delincuentes. Pero si hay un tema importante en el transcurso y desenlace de la película es la pasión. El personaje de Yolanda llega al convento y desata la libertad. Todas desean liberarse, incluso el cura interpretado por Manolo Zarzo, enamorado y correspondido por Sor Víbora. Pero no todo son amores correspondidos en la película, y ahí es donde se desata el dolor: en la última escena del filme, la madre superiora proclama un grito desgarrador -por ese amor idealizado y no correspondido- creando uno de los finales más memorables y emotivos de toda la filmografía de Pedro Almodóvar.
Javier Valera
¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984)
El cine de Almodóvar habita en un extraño lugar entre el retrato social y el artificio pop. Tras varias películas que, con todas sus virtudes, debían más a la fotonovela pop y subversiva en que se formó el director que a una narración estrictamente cinematográfica, esta mezcla alcanzó forma estable por primera vez con ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. A lo largo de su carrera posterior el director aprenderá a dar dinamismo a su estilizado estilo, que aun depende demasiado de encuadres estáticos, pero aquí ya se ha adaptado por completo al medio. Como en el resto de su filmografía, en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Almodóvar estiliza la realidad para poder mostrar aquello que le interesa: el deseo, lo que en esta primera etapa de su carrera tomaba una actitud agresivamente militante contra el Régimen moribundo que lo había estado reprimiendo durante años, realizando esta estilización a través de la provocación y del exceso.
En el bloque de edificios junto a la M30 en que vive el personaje protagonista de Carmen Maura, el grotesco artificio camp (la prostituta hortera) se entremezcla con el costumbrismo de ribetes esperpénticos con que Almodóvar retrata a la España tradicional (el marido gañán, obsesionado con el antiguo amor de una alemana) y contemporánea (el hijo preadolescente, gay y chapero); pero como ambas distorsiones obedecen a la ley del deseo, todos los referentes pop y costumbristas de la película y todos los personajes quedan en pie de igualdad. Puede que a menudo tomen formas ridículas, pero todos los personajes de la película se mueven por la la humana necesidad de llenar una falta, de satisfacer el deseo. Es gracias a ello que Almodóvar logra hacer habitable un imaginario tan cercano al pastiche como este y un cine con tanta tendencia a la referencialidad y al artificio como el suyo. Y en esta ocasión, entre todos estos personajes se encuentra Carmen Maura, a quien no se le permite desear de tanto como tiene que hacer, tanta boca que alimentar y tantas otras demandas a las que complacer. Con esos ingredientes solo faltaba una pata de jamón para dar lugar a la primera gran película de Almodóvar, un cine del deseo.
Alberto Hernando
Matador (1986)
Matador es un ejercicio de estilo tan discutible como masturbarse mientras ves Seis mujeres para el asesino (Mario Bava, 1964) o Colegialas violadas (Jesús Franco, 1981), dos obras que ponen en escena los disparaderos de la violencia alucinada y estética de un exponente del giallo, por un lado, y del slasher, por otro. Así empieza la quinta película de la filmografía de Almodóvar, directa y concisa porque tal como dice uno de los personajes: “A la hora de matar no podemos dudar, es una de las reglas de oro de la tauromaquia”.
En Matador, el exceso se escribe con “M”: matar, muerte, mal, miedo, maestro, misterio, magia, morbo, masturbación, mirar, mujer, mito, Madrid…. Todos los elementos citados protagonizan este duelo de obsesiones entre un torero retirado (Nacho Martínez) que sacia la costumbre de matar toros asesinando mujeres, y una abogada penalista (Assumpta Serna) que admira de forma enfermiza al maestro torero, personaje al que imita a la hora de llevar a cabo sus propios crímenes. Matador es una obra pastiche que cuestiona el papel de la identidad del individuo y del género a través de la ruptura del cliché taurino y los tipismos de una España dividida en dos: la de los “envidiosos” y los “tolerantes”. Este no será el único dualismo, porque teñido de un predominante color rojo, el sexo se muestra sin tapujos entre el dolor y el placer, entre lo bello y lo siniestro.
No es de extrañar que la productora de los hermanos Almodóvar, EL DESEO, diera a luz el mismo año en que se rodó Matador, una obra hecha de pulsiones y pasiones voyeurs en la que matar y mirar se convierte en un ejercicio de inusitada belleza. Quizás aún en las antípodas de la que sería su siguiente película, Matador se muestra como un metraje en bruto de las potencialidades que el director manchego ha ido depurando de forma estilizada a lo largo de toda su filmografía.
Enrique Pérez Acosta
La ley del deseo (1987)
En Dolor y Gloria Pedro Almodóvar muestra la vida de un director de cine en su etapa de crisis creativa y vital, sumido en una depresión originada por unos terribles dolores, de cuerpo y de alma. No es la primera vez que el cineasta manchego otorga el protagonismo de una película a un director de cine, podemos remontarnos hasta 1987, a La ley del deseo –la primera película producida por EL DESEO-, protagonizado por Eusebio Poncela y Carmen Maura.
La película muestra a Pablo (Eusebio Poncela), un director de cine en su etapa de juventud exitosa. Vive con su hermana Tina (Carmen Maura) y la hija de esta, interpretada por Manuela Velasco. Los tres personajes representan un modelo de familia nada convencional para la época -de ahí la absoluta novedad de la propuesta- viven juntos y se enfrentan a una dura realidad: la separación de sus padres y un secreto de Tina: es transexual y fue abandonada por su pareja (Bibiana Fernández), que la ha dejado, además, con una hija. A todo esto, el personaje de Eusebio Poncela vive una tormentosa relación con Juan (Miguel Molina) pero todo cambia cuando aparece por su camino Antonio (Banderas). Se establece así una especie de triángulo amoroso con un desenlace bastante trágico.
El director de cine que vive una relación tormentosa, la relación de sinceridad total con su hermana, la unión entre la propia película y el cine dentro del cine, un apartado importante para el teatro (Maura interpreta un trozo del monólogo de Jean Cocteau, “La voz humana”). No son rasgos comunes a Dolor y gloria pero sí que existen ciertos ecos.
Todo el ambiente La ley del deseo está lleno de desgarro, de la necesidad de liberarse de unos personajes sumidos en la tristeza y que no saben muy bien cómo afrontar lo que la vida les pone delante. Esto queda ve muy bien reflejado en la mítica escena de la manguera, donde el personaje de Tina exclama: “Riégueme, riégueme”. Según palabras del director: “Cuando se forma el arco de agua, yo quería simbolizar la santificación de esa familia formada por Carmen, Eusebio y la niña Manuela. Era como si los tres pasaran por el altar«.
Destaca también cómo está tratado el tema de la transexualidad en el personaje de Carmen Maura. No está estereotipada. Es difícil interpretar a un personaje transexual ya que se puede caer en la parodia rápidamente y fastidiarlo todo. Almodóvar, quizá por ese motivo, decidió otorgarle el papel a una actriz y darle unos toques exhibicionistas y exagerados pero no humorísticos. Humor hubiera sido darle ese papel a Bibiana Fernández, transexual en la vida real; pero él quiso tratarlas como lo que son: mujeres. Dos mujeres, una transexual en la ficción y otra en la vida real, interpretando a dos mujeres. Algo sencillo en el tiempo presente, a lo mejor no tanto en la época de su estreno. Ahí radica la importancia de este largometraje treinta y dos años después.
Javier Valera
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)
Si el detective Jack Gittes (el protagonista de Chinatown, para los que olviden fácilmente los nombres) se acercase a Mujeres al borde de un ataque de nervios, la agarrase con fuerza por los hombros y la agitase como se agita un manzano para conseguir fruta, la película de Pedro Almodóvar no tendría otra opción que gritar “¡Soy un thriller! ¡Soy una comedia! ¡Soy un melodrama!”. No estaría engañando a nadie, y seguiría gritando eso mismo por mucho que el detective la abofetease. En Mujeres… confluyen el amor de Almodóvar por el cine policiaco clásico y el melodrama de Douglas Sirk, todo ello recubierto de una pátina de humor, en ocasiones absurdo, en ocasiones costumbrista, en muchos casos ambas cosas a la vez, con un control del tono que hace que la película siempre sea ella misma y nunca la suma de otras miradas. En su trama se agolpan terroristas, persecuciones, actores de doblaje, rupturas, gazpacho y, sobre todo, una mujer, Pepa, que va de un lado a otro de un Madrid que representa no tanto la ciudad que fue en los 80 como la manera en que muchos la recordamos o nos gustaría recordarla. Por su impresionante manejo del tempo cómico, por un reparto plagado de interpretaciones brillantes, porque le da la vuelta a todos los lugares comunes que explora, por cómo consigue ser una cosa y la otra al mismo tiempo, Mujeres al borde de un ataque de nervios es, y no creo exagerar, una de las mejores comedias de toda la historia del cine español. O puede que la del cine en general.
Pablo López
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