LA NUEVA CARNE DE DAVID CRONENBERG
La Nueva Carne o el contraste entre lo aséptico y lo orgánico
Es curioso que no mucho después de ver a James Woods diciendo «Long live the New Flesh» (Larga vida a la Nueva Carne) en Videodrome (1983) el creador del movimiento de la Nueva Carne se distanciara de su propia criatura. Y es que David Cronenberg comenzó a interesarse por nuevos temas, por nuevas formas que poco a poco abandonaron lo que había sido durante toda su carrera el interés principal de su cine.
Hasta entonces el único elemento disruptivo había sido Tensión en el circuito (Fast Company) (1979), pero 10 años después de Videodrome llegó M. Butterfly, y a este filme le seguirían otros tantos como Spider, Una historia de violencia, Promesas del Este, Un método peligroso, Cosmópolis o Maps to the stars. Aun así, muchas de ellas mantienen ciertos aspectos que conectan con el primer Cronenberg: violencia, drogas, sexo, alucinaciones, trastornos mentales, realidades extrañas y perversas… Pero hay algo que falta, algo que evidencia la existencia de dos Cronenbergs o de dos etapas distintas del cineasta. Y eso es la Nueva Carne.
Desde sus comienzos Cronenberg tenía muy claro aquello de lo que quería hablar, o al menos aquello de lo que quería intentar hablar. Y paso a paso fue encontrando las formas que consideraba necesarias para hacerlo. El contraste entre lo aséptico y lo orgánico se convirtió en su religión, en su pan de cada día. Jugando con ello el director canadiense consigue que lo material fuera aún más bizarro, venéreo y terrorífico.
Lo aséptico suele encontrar su origen en un lugar, ligado a un proceso y a una profesión. Es frecuente ver en las historias de Cronenberg sitios tales como hospitales, laboratorios, clínicas, manicomios o sanatorios. Normalmente todos estos lugares son limpios, blancos y con un protocolo de trabajo ordenado y coherente. De ahí la relación con la medicina, la ciencia, la ingeniería y lo académico. Todo ello supone la personificación de lo aséptico.
Por otro lado, en estas localizaciones es habitual llevar a cabo operaciones, investigaciones o experimentos que mejoran, empeoran o simplemente manipulan lo material, lo orgánico. Sean cuales sean las intenciones, el resultado sigue en las obras de Cronenberg los mismos derroteros: los de la perdición, el caos, el terror y la locura. Así, lo aséptico deforma cuerpo y mente, estropeando o dañando lo material. Es entonces cuando lo orgánico llega a su máximo esplendor en forma de terribles transformaciones, extraños poderes, chocantes fetiches sexuales, mutilaciones, enfermedades y/o deformaciones. Lo aséptico y lo orgánico forman pues la dialéctica de la Nueva Carne.
Toda la primera etapa del cine de Cronenberg es una mezcla de esto, si bien existen diferentes maneras, tratamientos o acercamientos. En sus primeras películas por ejemplo (Stereo, 1969, y Crimes of future, 1970), tiene más peso el contenido o la idea, es decir aquello de lo que se habla, y menos la imagen o lo visual. Si bien es posible que ello no solo se deba a el proceso propio de una búsqueda, sino también a la falta de presupuesto.
Más adelante llegarían Vinieron de dentro de… (1975), Rabia (1977) o Cromosoma 3 (1979) que se fueron abriendo paso hacia lo explicito, hacia lo orgánico, hacia lo que se configurará más adelante como la Nueva Carne. Con ellos aparecen por primera vez los insectos o las criaturas deformes, viscosas y asquerosas así como las bizarras transformaciones corporales fruto de experimentos fallidos. Comparten también estas tres obras un punto de partida similar: la investigación está siempre a manos de un hombre y quien sufre el terrible resultado es una mujer.
Con Scanners (1981) y La zona muerta (1983) se produce una nueva variación, entrando en juego el interés por los poderes telepáticos o psíquicos. A través de ellos se manipulan otras mentes y cuerpos o se adivinan futuros eventos donde horribles accidentes suceden a distintas personas. En Scanners se produce además el primer encuentro del cine de Cronenberg entre hombre y máquina, en este caso un ordenador. Con ello se abren las puertas a lo biónico, a lo robótico, a lo transhumano.
Entonces, también en 1983 y poco antes del estreno La zona muerta, nació por fin la Nueva Carne. Así, a través de Videodrome, Cronenberg firma un manifiesto visual que evidencia y reconoce una serie de bases y principios. Supone a su vez la culminación de lo que hasta entonces había realizado. A partir de esta obra somos testigos de una nueva era, la era del Cronenberg más puro, más acérrimo a sus valores recién creados.
Su interés por lo aséptico, lo científico, lo médico, lo orgánico, lo sexual y lo mecánico cobra aquí sus cotas más elevadas. Y no solo eso, sino que sus personajes parecen ganar cierta consciencia de ello, y es a través de estos procesos que buscan una cierta iluminación o sabiduría, para poder así trascender. Por supuesto nunca lo logran, o si lo hacen es de una manera ambigua y sujeta a distintas interpretaciones. Ese camino suele ser el más desconocido por cualquier hombre o mujer, el de la muerte.
Las película posteriores, La mosca, Inseparables, El almuerzo desnudo, Crash y ExistenZ son los hijos e hijas que Cronenberg ha dado a la Nueva Carne tras el nacimiento del primogénito Videodrome ya citado. Y aunque el cineasta canadiense tenga ahora en mente otras inquietudes, son muchos los que han seguido sus pasos y principios. Imposible dejar de citar los casos más obvios, que son los de Clive Barker y Shinya Tsukamoto, quienes dirigieron Hellraiser y Tetsuo el hombre de hierro respectivamente.
Entre aquellos que forman parte de la escuela de Cronenberg, encontramos también a su hijo carnal, Brandon Cronenberg. Su opera prima Antiviral supone una aceptación inequívoca del legado de su padre. Si bien hay ciertas diferencias o acercamientos, ya que no dejan de ser personas distintas, el interés por hacer comulgar lo aséptico con lo orgánico, por la Nueva Carne, es evidente y explícito.
Y es que aunque su creador parezca haberlo abandonado, este movimiento ya tiene vida propia. Es por ello que, quizás, Max Renn no se equivocaba cuando decía aquello de “Long live the new flesh”.
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