NOMADISMO POSAPOCALÍPTICO: DE ’28 DÍAS DESPUÉS’ A ‘UN LUGAR TRANQUILO’
Nomadismo posapocalíptico. El camino después de la nada
«Salió a la gris luz y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra intestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo.»
Cormac McCarthy – La carretera.
Libro posapocalítpicico

En este mundo posapocalíptico, desgastado y áspero, que propone el estadounidense Cormac McCarthy a lo largo de su aclamada novela La carretera se puede rastrear el pálpito de un imaginario recurrente en la ficción posapocalíptica de las últimas dos décadas. El sugerente y visual estilo de escritura del autor encuentra su traslación audiovisual en la propia adaptación cinematográfica homónima, dirigida por John Hillcoat en 2009, con un escueto reparto encabezado por Viggo Mortensen, pero su estela estética y argumental llega hasta las más recientes “producciones Netflix” Cargo (Ben Howling y Yolanda Ramke, 2017) o A ciegas (Susanne Bier, 2018). No cuesta encontrar más ejemplos en las carteleras y plataformas de VoD de los últimos años, bien enraizadas en un circuito (a grandes términos) comercial de la industria audiovisual. En todos ellos, una constante: ese panorama desolador tras el cataclismo, y el personaje itinerante que debe habitarlo. A pesar de inevitables distancias a nivel argumental, encontramos una cierta tendencia en el cine posapocalíptico a apostar por un particular tratamiento del paisaje desolado, un interés por plasmar la precariedad y el desarraigo a través del suelo que pisan los protagonistas. En el momento en que el mundo queda desfigurado, apenas reconocible, transformado en una enorme e inagotable chatarrería gris, la población superviviente se ve condenada a un nomadismo por fuerza mayor, así como formula McCarthy en su historia.
Empecemos por el principio: el impacto. Aunque puede encontrarse especificada o no la causa del apocalipsis, existen ciertos elementos que suelen reiterarse, sea la irresponsabilidad humana en un amplio espectro -conflicto político, guerras, mala gestión sanitaria, desafortunados reajustes medioambientales- o una intervención más cercana a lo fantástico -un apocalipsis zombie o invasiones alienígenas, entre otros casos-. El indiscutible punto de unión es que la hecatombe sorprende a una tipología de personajes cómodamente asentados en situaciones que no distan demasiado de nuestra propia, reconocible, realidad. Esto deviene especialmente relevante cuando, a medida que el filme explora las inevitables consecuencias del debacle en el mundo ficcional, estas revelen desechos de nuestro presente, convirtiendo nuestro mundo en pretérito paraíso perdido. Para ello es necesario que el protagonista merodee reflexivamente para así poder explorar con él hipótesis agoreras, simulacros de posibles futuros que se nos presentan. Por eso, aun teniendo algunos elementos en común con el cine de catástrofes, que proliferó alrededor del año 2012, alimentado por paranoias apocalípticas mayas, e incluso cierto cine distópico más estilizado, como las entregas Mad Max, esas propuestas se desmarcan del tipo de nomadismo posapocalíptico aquí referido, cuya intención final nunca es alejarse demasiado de un tratamiento realista de la imagen. Evidentemente, en todo este afán por mantener una credibilidad estética y, hasta cierto punto, argumental, hay un interés por vehicular discursos que resuenen con problemáticas actuales.

En la línea de La carretera, encontramos algunas ficciones que la preceden, como 28 días después (Danny Boyle, 2002) o Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006), en las que se planta la semilla de lo que más adelante encontraría continuación en films como La luz de mi vida (Casey Affleck, 2019) o la ya mencionada Cargo. Todas ellas están lideradas por una figura masculina que suele ejercer de guía o, como en el caso de Denzel Washington en El libro de Eli (Allen y Albert Hughes, 2010), de improbable mentor. Como excepciones de esta tendencia masculinizante, el contraplano es para la Sandra Bullock de A ciegas o el protagonismo compartido de Emily Blunt y John Krasinski en Un lugar tranquilo (John Krasinski, 2018). Es curioso ver, sin embargo, la forma en que estos ejemplos que escapan de ciertos modelos preestablecidos, aplican aun así las dinámicas de progenitor/guardián de sus acompañantes en el camino. A ello se suman productos audiovisuales fuera del mundo cinematográfico, como puede ser la serie de televisión The Walking Dead (Robert Kirkman, 2010- ) o la dupla de videojuegos The Last of Us (2013, 2020) que, en ambos casos, trabajan sobre la hipótesis del apocalipsis zombie.
En todo este cine posapocalíptico, el deambular está forzosamente ligado a la pérdida del hogar original, que resulta en la necesidad de cruzar paisajes desérticos, ciudades donde la naturaleza ha recuperado terreno perdido, hasta panoramas más cercanos a un campo de batalla abandonado, principalmente en búsqueda de refugio y recursos naturales, vitales, que son críticamente escasos. Así, nómadas por imperativo, su andar no se relaciona con lecciones de crecimiento personal o enriquecimiento cultural sino que es, literalmente, una Odisea para la supervivencia del individuo día a día. Y, como el héroe clásico, Ulises mendigos sin Ítaca a la que regresar, también su camino se ve sujeto a una narrativa capitular, con episodios ligados a lugares, personajes y temporales estancias. Jordi Balló y Xavier Pérez, en La semilla inmortal, se refieren a una pulsión de itinerancia constante de estos héroes en la intemperie como “llamados por la tentación apátrida del vacío”. Si bien en una conjetura posapocalíptico no hay hogar manifiesto del cual renegar y, por lo tanto, el concepto de tentación no se perfila de forma tan clara, sí podríamos hablar de una “inevitabilidad” apátrida de ese vacío que no deja de ser el paisaje descrito por McCarthy, el mismo que todas estas ficciones exploran.

Si las tomamos una a una, sin embargo, veremos que, en el fondo, la idea de nomadismo que todas estas películas plantean se trata de un estado temporal, cuyo largo plazo se encuentra asentado en la recuperación de un sedentarismo que tiene más que ver con el retorno de este mundo sistematizado y “seguro”, perdido, en la diégesis. ¿Podría ser, entonces, que sí hubiera una Ítaca en el horizonte? Existe una constante tensión entre el viaje y ese lugar estable donde poder aposentarse, ya sea el Canadá de Stake Land (Jim Mickle, 2010), filme que aporta al género un enfoque vampírico inédito, el más genérico refugio de The Silence (John R. Leonetti, 2019) u otros acercamientos más abstractos al concepto de destino -la restauración de la esperanza en la humanidad en Hijos de los hombres o Cargo, la seguridad familiar en Un lugar tranquilo y A ciegas, o las expectativas de rescate en 28 días después-. Sea como sea, en la mayoría de los casos mentados, si se llega a vislumbrar ese destino, el protagonista no suele compartirlo, llevando su “pueblo” (sea este un solo acompañante, como por ejemplo su progenie, o el grupo de personajes que haya conseguido resistir hasta el final de la ficción) hasta las puertas y quedándose él en el umbral, pereciendo, como Moisés, antes de llegar a la Tierra Prometida.
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