DocumentaMadrid 2018Mayo del 68: 50 aniversario

NO INTENSO AGORA


Era el mejor de los tiempos

Antes de recalar en posiciones inequívocamente reaccionarias, el filósofo Gabriel Albiac, al abrigo de una fama como filósofo radical que se alimentaba entonces de sus columnas en el diario El Mundo, publicó en 1993 el ensayo Mayo del 68. Una educación sentimental, en el que afirmaba:

“El 68 fue eso: preludio de una revolución que jamás tuvo lugar, que sólo dejó abierto el largo desierto de esperanzas traicionadas que iba a apoderarse de inmediato del fin de siglo”. En el mismo libro, y describiendo el desolador panorama alrededor del funeral de su maestro, Louis Althusser, añadía: “Aun en los más pulidos de los rostros de estos cuarentones muy convencionales hay una sombra insoportable de derrota. (…) Han venido a Viroflay a enterrar los despojos, difícilmente confesables, de un pasado que pesa sobre las espaldas como una losa excesiva. La memoria de haber sido feliz a los veinte años. La consciencia de no volverlo a ser. Nunca. Y saberlo.”


Cinco años después, en 1998, con motivo de una entrevista a propósito del 30 aniversario del 68, uno de sus más destacados líderes estudiantiles, Daniel Cohn Bendit, era cuestionado sobre su participación en los hechos de mayo de esta manera:

“-¿Fue el mejor momento de su vida?

-Fue un momento hermoso, pero no el mejor. Sería horrible.

-¿Por qué horrible?

-Si el mejor momento de mi vida se hubiera producido a los 23 años, querría decir que entre los 23 y los 53 no habría habido ningún otro momento bueno. Fue una época importante, pero he tenido otras muchas buenas”.

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Del 68 hay muchas herencias: la política es, sin duda, la más frustrante de todas ellas, y la cinematográfica, la más fecunda y la más fiel a la memoria de lo que nos dejó. Ambas se unen en una frase reciente de Philippe Garrel, cuya obra es una revisitación constante y duramente pesimista del espíritu del 68 y sus promesas incumplidas: “Hicimos una revolución con las intenciones más puras y las convicciones más profundas que resultó abortada, no fue exitosa sino un fracaso, una frustración, un drama. Y nadie sale indemne de una derrota así a los 20 años”.

Nadie: Ici et ailleurs (Jean-Luc Godard y Anne-Marie Miéville, 1976), El fondo del aire es rojo (Chris Marker, 1977), Morir a los 30 años (Romain Goupil, 1982), Reprise (Hervé LeRoux, 1996), El viento de la noche (1999) y Los amantes habituales (2005), del mismo Garrel o Después de mayo (Olivier Assayas, 2012), sin salir de Francia y sin ánimo de ser exhaustivos, dan testimonio de ello. Ahondando en la vertiente más melancólica y desesperanzada de la memoria sesentayochista, No intenso agora (2017) es la aportación más reciente y significativa en las proximidades del medio siglo de los acontecimientos, y en ella el cineasta brasileño Joao Moreira Salles parece querer dar la razón a Albiac y a Garrel y enfatizar el “horrible” que Cohn-Bendit intentaba exorcizar en su respuesta, por lo demás lo suficientemente equívoca como para ser entendida como una muestra de voluntarismo, y no como una traducción de la realidad, mucho mejor reflejada en la afirmación que esta película resalta: “fui domesticado por la gloria”.

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La visión de Moreira Salles, además de melancólica y derrotista, pretende ser global: su propia posición personal, como brasileño residente en París en 1968, con una madre que dos años antes había registrado en Super-8 y en un diario personal la alegría y el entusiasmo de su visita a la China de Mao en plena Revolución Cultural, y con el hallazgo de más imágenes caseras de la invasión soviética de Checoslovaquia, le permite ir trenzando un hilo discursivo en el que el cineasta-narrador enuncia el fracaso de las cuatro experiencias (la francesa, la checoslovaca, la china y la brasileña) como parte de un mismo drama generacional, el mismo que enunciaba Garrel. Moreira no obvia las insuficiencias de lo filmado y de lo relatado: su voz en off, cansada y desengañada, cuestiona las mismas imágenes (todas ellas de archivo) desde los mismos comienzos (“no siempre sabemos lo que estamos filmando”), y cita a los otros 68, los ausentes de su película: el estadounidense, más radical, con pelos largos, mujeres y negros en primer plano, al contrario que en París, donde el protagonismo era el tradicional: varones blancos de origen burgués como líderes, protestas que se diluyeron al cabo de dos meses, desconfianza entre la clase obrera y los estudiantes ejemplificada en un silencioso mitin del entonces joven líder trotskista Alain Krivine. No se mencionan otros 68 tan fecundos como el alemán o el japonés (ejemplarmente reflejado en Diario de un ladrón de Shinjuku y Murió después de la guerra, de Nagisa Oshima), cuyas cuentas pendientes con el fascismo de sus padres y cuyas derivas armadas en la década de los 70 acabaron por desembocar en un fracaso mucho más sangriento y terrenal que el francés, con, también, sus traducciones cinematográficas notables (las más recientes, United Red Army de Koji Wakamatsu y Une jeunesse allemande de Jean-Gabriel Périot).

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Sí se cita generosamente en No intenso agora el decisivo documental en primera persona del también joven trotskista en el 68 y futuro intelectual neoconservador Romain Goupil, Mourir à trente ans, sobre una de las figuras estudiantiles (Michel Recanati) que se suicidó en el décimo aniversario de las revueltas: de ella toma el testigo Moreira para, del mismo modo que Hans Magnus Enzensberger en su reciente ensayo Tumulto, ir dando cuenta de la anómala secuencia de suicidios derivados de haber vivido en plena juventud una experiencia decisiva e imposible de satisfacer en una madurez tan prosaica como la del mundo que se configuró en los 70 a base de golpes de estado militares e implacable exterminio de la izquierda revolucionaria. Como afirmó el sociólogo Pierre Bourdieu, “el gran estremecimiento del orden simbólico” que supuso el 68, “fue tan excesivo y utópico que se pagó caro en todas partes: hubo un fuerte retorno de los conservadores extremos y de los intelectuales dogmáticos”; como acaba de añadir Garrel, “quienes participamos en mayo del 68 fuimos enviados al ejército o internados para recibir atención psiquiátrica obligatoria: una represión brutal del Estado por querer un mundo más justo”. Del representante de otro tipo de Estado reivindicado entonces, Mao Tse-tung, “no nos queda más, al fin, que su escritura. Lo demás es sombra”, dice Gabriel Albiac, antes de citar una de sus máximas: “¿No es acaso, lo peor, inevitable?”. Moreira rescata el comienzo de uno de sus inspirados poemas (“Retorné a Shaoshan el 25 de junio de 1959, tras una ausencia de 32 años / ¡Malditos los días que huyeron, recordados como un sueño confuso!”) y recuerda que, tras las imágenes chinas, la alegría de su madre fue apagándose y transformándose en una destructora nostalgia que termina por inundar toda la película, ofreciéndonos un duro cuadro de la derrota de vivir; la maldición del paso del tiempo se refleja en detalles como ver a la misma cantante popular que agasaja con al líder reformista Alexander Dubcek en la Checoslovaquia del 68 convertida, solo un año después, en una pastorcilla anacrónica en la televisión controlada por los serviciales y adustos líderes al servicio del Kremlin.

En No intenso agora vemos los estragos de una restauración conservadora en la que los imaginarios de un mundo mejor desaparecen, la angustia y el miedo al futuro se adueñan del escenario, la revolución es deglutida como un producto comercial o recibe su puntilla en una negociación de tablas salariales y el componente político del 68 queda subsumido en el generacional: la conclusión es pesimista, paralizante, pavorosa. Medio siglo después de aquel mes de mayo, solo nos queda una mala relación con el pasado y pocas enseñanzas para el futuro: del conocido comienzo de Historia de dos ciudades de Dickens, nos quedamos con “era el mejor de los tiempos, es el peor de los tiempos”.

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No Intenso Agora (Brasil, 2017)

Dirección: João Moreira Salles Guión: João Moreira Salles Producción: Maria Carlota Fernandes Bruno / Música: Rodrigo Leão / Fotografía: Javier Aguirresarobe Edición: Eduardo Escorel y Lais Lifschitz

2 comentarios en «NO INTENSO AGORA»

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