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NINA

Castigo con la boca abierta

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Pocos escenarios se le dibujan mas jugosos a un cineasta que el de servirse de un imaginario cinematográfico reconocible para explorar nuevos horizontes personales. Servirse de rasgos iconográficos de géneros para definir universos de temáticas y vocabulario personal. Dicho halago puede aplicarse con argumentos a la breve pero sugerente carrera de la realizadora navarra Andrea Jaurrieta. Seis años después de su ópera prima regresa con su primer largometraje tras su experiencia en las residencias de la Academia de Cine: Nina (2024) (nombre que ya asumía para su nueva identidad el personaje de Ingrid García-Jonsson también escogido por Jaurrieta para su propio canal de Youtube, donde dejó divertidos y divulgativos tutoriales sobre financiación de óperas primas), adaptación libre de La gaviota (1896) de Anton Chéjov protagonizada por Patricia López Arnáiz y aplaudida en el pasado Festival de Málaga. Llega pues a nuestras pantallas un manierista western feminista de venganzas que supone una contrastada evolución a nivel estilístico, pero que sigue arrojando algunas dudas en el proceso con el que busca alcanzar sus objetivos. Un desgarrador relato cargado de personalidad y convicción en sus temas abordados, pero en el que las formas escogidas no hallan sinergia plena con el relato que acompañan. Nina es un viaje en el que las intenciones van siempre por delante de sus frutos semánticos.

Desde los primeros compases del largometraje, el pueblo costero en el que está ambientada la narración y su clima son un aspecto determinante para trazar tanto la identidad como la densa atmósfera de la propuesta. La intensidad emocional de la cruzada de Nina se apoya primero en la soledad permanente que la rodea, y segundo en la hostilidad que recibe de un entorno que debiera ser acogedor, representando con vehemencia el regreso a casa como un estadio doloroso. La personalidad de Nina y su trauma imborrable a través del diálogo con el pasado callado se revelan gradualmente. La lluvia, las mareas marinas y la hosquedad vasca se añaden como elocuentes rasgos tonales para definir un clima reconocible de complicidad vergonzante. El paisaje es utilizado en el mejor cine como un personaje más, y la esencia adusta, tradicional y cerrada de la cultura vasca ejercen en Nina como pertinente conexión con el nuevo cine neorrural español, del que procura distanciarse en el resto de elementos. Campo, diluvio y bruma sirven para ahondar de pesadumbre unos días de celebración popular en los que los inicios en la sexualidad de los adolescentes no están exentos de tragedia.

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Tragedia escondida la de la violencia de género y las dinámicas de poder descompensadas entre niñas y hombres adultos que Jaurrieta indaga con vehemencia y frondosidad sensorial, aplicando el bisturí sin paños calientes hacia situaciones de dominio y anulación psicológica tantas veces resguardadas por nuestro tejido social. El cajón de los recuerdos se desentierra gradualmente, y la venganza se sirve tibia a punta de escopeta. Escopeta, gabardina ancha o taberna para otorgar al filme su apariencia esteta de western deconstruido. Las perturbadoras cuerdas de la partitura de Zeltia Montes contribuyen a trazar un denso tono de tensión y macabro conflicto de cortejo prohibido y trauma latente que impregna a la cruzada de Nina de dinamismo hasta su climática conclusión. Gestos de disparo, bocas abiertas y rojo intenso en vestido y carmín.

Lamentablemente, la sinergia entre forma y fondo no resulta plena, articulándose los códigos formales desde la ortopedia, y resultando su dispositivo estético un ideario visual de aplicación caprichosa. Su estructura de flashback intercalado resulta pronto repetitivo, y queda tan claro el rumbo que seguirá la narración que el espectador se encontrará durante la mayor parte del metraje un paso por delante. Los temas imperan sobre las formas, y se impone antes su alegato y su discurso que la manera de encarnarlo: una tragedia navarra de reminiscencias clásicas con resolución preciosista, pero escasas y cristalinas capas de significado, lejos del potencial simbólico del subgénero del que bebe.

Crispada, visceral y hosca, Nina propone una inmersión vasca en traumas femeninos de abuso sexual que refrenda la convicción de Jaurrieta en apostar por relatos de acentuado manierismo y personalidad innegociable, si bien sus ambiciones conceptuales son afrontadas con menos niveles de lectura y pluralidad expresiva de lo que sus referentes atesoran.

Nina (España, 2024)

Dirección: Andrea Jaurrieta / Guion: Andrea Jaurrieta / Producción: Ander Barinaga-Rementeria, Ander Sagardoy, Alex Lafuente, Xabier Berzosa, Iván Luis y José Nolla / Música: Zeltia Montes / Fotografía: Juli Carné Martorell / Montaje: Miguel Ángel Trudu / Reparto: Patricia López Arnáiz, Darío Grandinetti, Leyre Berrocal, Ramón Agirre, Mar Sodupe, Aina Picarolo, Miguel Garcés e Iñigo Aranburu

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