BANDERSNATCH, NETFLIX Y EL PORNO INTERACTIVO
Lifeselector, el episodio perdido de Black Mirror
Bandersnatch (David Slade), el ya célebre episodio interactivo de Black Mirror, narra la historia de un joven programador de videojuegos en los 80 que intenta adaptar un libro homónimo del episodio, tipo “elige tu propia aventura”. Como en ese tipo de libros o en múltiples videojuegos (especialmente los llamados ‘aventuras gráficas’), tus decisiones modifican la continuación de la historia, dentro siempre de un circuito cerrado. En el caso del episodio de Netflix, el resultado puede dar lugar a 6 finales distintos, sin contar aquellos caminos sin salida que nos obligan a volver atrás.
Bien, presentado el objeto de este texto es hora de adentrarnos en el fango que avanza el titular. No hablaremos aquí de la historia, de los finales, la estética o las actuaciones. Lo cierto es que de todo ello costaría hablar bien, pero es que no interesa, ni a nosotros, ni al mismo Netflix, ni a nadie. Si Bandersnatch no fuese interactivo, si fuese solo una de las historias (cualquiera de ellas), se hubiese quedado en un mero producto mediocre en un océano lleno de ellos. De eso no cabe la menor duda. Si nos ha vuelto a todos un poco locos es precisamente por su planteamiento de interactividad y, según algunas voces, por lo que esto puede suponer para el cine como arte y elemento comunicativo en tiempos del smartphone, las apps y el streaming. Si Netflix es el icono del planteamiento de consumo audiovisual doméstico e individual, aquel donde eliges lo que quieres ver y cuándo quieres hacerlo, con Bandersnatch pretende ir aún más lejos. La interactividad crea un circuito de libertad vigilada que, sin embargo, forma la ilusión en el espectador de que está, no ya eligiendo qué contenido ver, sino cómo es ese contenido. Es decir, Netflix antes era un restaurante a la carta, ahora te deja elegir la base y qué toppings (obviamente de entre los que ofrecen) añadirle.
Nadie puede decir que algo así este “mal”, ni mucho menos. Pero habría que preguntarse si este modelo audiovisual supone una revolución artística y cultural o es solo mercantil, adaptando un modelo de consumo que ya se da en el Kebab de la esquina al audiovisual. La respuesta es sencilla si pronto se desmorona una de sus principales premisas, esa que dice que esto es novedoso en el audiovisual. Y no, no lo es. Lo cierto es que la página pornográfica Lifeselector lleva ofreciendo más de un lustro un servicio de streaming interactivo ampliamente similar al que ahora plantea Bandersnatch. De nuevo, el contingente (por una lado una web porno y por el otro Netflix) y no el contenido nublan el juicio social sobre términos tan peligrosos como “novedoso”, “revolucionario” o “prometedor”. Pero vayamos más allá, ¿por qué ha llamado la atención este planteamiento en una serie de Netflix y no en una web pornográfica que, hasta donde yo sé, no es ultraconocida?
Digamos que en todo producto audiovisual conviven dos naturalezas, la artística y la comercial. Respecto a la segunda, lo que más interesa es satisfacer con el producto el deseo del consumidor. Que este se haga con lo que quiere. En cuanto a lo artístico, sin embargo, lo interesante es lo que siente ese consumidor por la obra creada por el artista. Entendamos de una forma u otra la obra de arte, siempre hay en ella una expresividad creativa basada en las decisiones del creador. Si convertimos una obra en interactiva esta expresión individual basada en todas las decisiones que el artista ha tomado (y que no ha tomado) para crear una obra de cierta manera y no de otra se pierden, ya sea por completo o reduciéndolas a un mínimo espectro (por ejemplo, 5 o 6 finales a elegir). Todos estaremos de acuerdo en el que el actual porno online se rige casi exclusivamente por el consumo y el deseo. Es decir, nos parece totalmente lógico y nada sorprendente que una web pornográfica nos pregunte si queremos disfrutar de ver a una chica u a otra. Elegimos contenido para consumir porque lo único que importa de esa obra es satisfacer nuestro deseo como consumidores de ella.
Ahora bien, cuando Black Mirror, la que es, a priori, una de las marcas seriales más prestigiosas de Netflix lo plantea, ese “elige tú” guarda una doble identidad que nos engaña también por duplicado. Por un lado, tenemos el objeto de consumo que nos permite, como el porno, elegir producto. Así se anuncia y así se hace. Desde qué canción queremos escuchar a cómo queremos deshacernos de un cuerpo, somos consumidores eligiendo producto. Por otro lado, sin embargo, es cierto que en Lifeselector nuestras elecciones van encaminadas únicamente a elegir, por decirlo de algún modo, compañera o tipo de práctica sexual, mientras que en Bandersnatch esas decisiones consumistas se mueven dentro de un mensaje superior. Es decir, Black Mirror: Bandersnatch sigue guardando ese discurso creativo, esa supranarrativa que deriva en 6 finales (uno de ellos tan prematuro que casi no habría que tenerlo en cuenta). Al contrario que Lifeselector, cuya venta real son las elecciones y, por tanto, la interactividad es la clave del consumidor, en este nuevo Black Mirror las elecciones interactivas solo son pasos para intentar llegar a uno u otro final. Y Bandersnatch no tiene finales felices, no tiene un desenlace en el que llevemos al protagonista a conseguir todos sus objetivos sin un gran revés personal. Si en vez de drama, Bandersnatch fuese porno, el protagonista siempre, por mucho que intentara lo contrario, tendría sexo. Pero dejaremos esta especie de violación a sus protagonistas para otra discusión de Bandersnatch. Sigamos con el lío.
La conclusión es que Bandersnatch plantea un dispositivo de consumo de libertad controlada como, decíamos, lo hace el Kebab de la esquina o el portal pornográfico Lifeselector en su mismo sector de streaming audiovisual. Sin embargo, al contrario que esos dos ejemplos, el objeto de Bandersnatch no es la libertad de consumo de su usuario, es su final. Su desenlace de choque en el que vamos probando de uno a otro para acabar viendo que no hay forma de “pasarse el juego« que se le plantea al protagonista. Nos da igual si el sujeto acaba muerto o en un manicomio, los creadores de Bandersnatch nos cuentan lo mismo en ambos casos pese a cambiar en algo la forma. El discurso es el mismo. Decíamos antes que si Bandersnatch fuese porno siempre habría sexo con la chica, como en Lifeselecgof, lo único que cambia en Bandersnatch es qué chica podemos elegir. La diferencia entre uno y otro es solo el planteamiento. En Lifeselector su producto es la elección de la chica, en Bandersnatch solo es un paso más, un cebo para conseguir llegar al final. La interactividad de Black Mirror es su mensaje. El protagonista da igual, los finales dan igual, nuestras decisiones dan igual… Bandersnatch no es la interactividad, va de la interactividad. Su forma es su (único) contenido. He aquí el engaño de Bandersnatch, venderse como una historia interactiva, cuando la historia éramos nosotros manejándola. En ese sentido, Black Mirror ha ido más lejos que nunca en su continuo retrato de la relación entre la sociedad contemporánea con la tecnología. Ahora, pregunto: ¿Tendría algún sentido hacerlo una segunda vez?