NEBRASKA
El fracaso como última frontera
Primera escena. Blanco y negro. Un anciano desorientado deambula por una carretera estadounidense. Un policía le pregunta: ¿A dónde va? ¿De dónde viene? El anciano no parece tenerlo demasiado claro. Nebraska (Alexander Payne, 2013) establece claras intenciones en su inicio, dibujando el viaje errático de un hombre sin un origen heroico y con un destino quimérico desde el primer minuto. Woody Grant, interpretado por un magnífico Bruce Dern, alcohólico de avanzada de edad y con indicios de demencia, cree haber ganado un millón de dólares en un sorteo promocional. Si quiere canjearlo, debe ir a Lincoln, Nebraska, así que hará lo que esté en su mano para completar dicho viaje. Su mujer y sus dos hijos tienen claro que ese supuesto premio es el típico gancho comercial que, a fin de cuentas, será un timo. Sin embargo, su hijo pequeño, David, accederá a alimentar las fantasías de su tozudo padre, iniciando así una travesía acompañándolo hacia un objetivo inexistente. De esta forma, una road movie absurda a priori, como podría ser A propósito de Llewyn Davis (Joel Coen y Ethan Coen, 2013), sirve como excusa para radiografiar parte de la América profunda, su estancamiento en un limbo rayano al fracaso perpetuo y su inestable sentido de pertenencia.
De hecho, ese estudio sobre la sociedad estadounidense no era la primera vez que podía presenciarse en la filmografía de Alexander Payne. Si se piensa en sus inicios, puede encontrarse en Election (1999) una potente sátira contra la competencia fiera que se estimula ya desde la educación temprana de los jóvenes. En A propósito de Schmidt (2001), similar en tono a Nebraska, un jubilado se da cuenta de que su vida está completamente vacía tras haber alcanzado el éxito profesional en su carrera. Incluso en su última y menor película (en calidad), Una vida a lo grande (2017), también se parodiaba la búsqueda de un nuevo estilo de vida idílico, el cual terminaba por esconder las mismas miserias que el anterior. Es Nebraska una efectiva confluencia de todos estos temas: un envejecimiento que desintegra la noción de hogar y una tensión irresoluble entre la estabilidad conformista y el deseo de una frontera que conquistar, resumido muy bien en una noticia deportiva que narra el hijo mayor de Woody, “ha perdido las piernas, pero no las ganas de competir”.
El viaje a Lincoln los llevará, por circunstancias casuales, al antiguo pueblo de Woody, donde vivió gran parte de su vida. Este largo paréntesis que interrumpe la “misión” principal, permite que conozcamos los orígenes del senil veterano de la guerra de Corea. Ello no conforma, en cambio, un acercamiento al pasado de Woody que vaya a suponer algún tipo de reconfiguración identitaria o conciliación con su propio pasado. Él mismo reniega de todo lazo emocional con esa tierra, con la casa familiar, la cual describe a su hijo como “trozos de madera y hierbajos”. Esa especie de carácter nómada contrasta de forma interesante con los familiares y lugareños que aún habitan ese pueblo. Existe allí un sentimiento de pertenencia caduco, decadente, anestésico, solo sostenido por una población muy envejecida que se alimenta de recuerdos pasados, ve mucho la televisión, fanfarronea sobre lo rápido que puede conducir y bebe mucho alcohol, ya que “no hay otra cosa que hacer”.
Al descubrir (erróneamente) que Woody va a convertirse en millonario cuando llegue a Lincoln, se observan dos tipos de actitud hacia él por parte de sus antiguos vecinos. Por un lado, algunos parecen demostrar, en su ingenuidad, una sincera alegría y capacidad para compartir sus mismas falsas ilusiones, avivando la idea de que puede existir una vida diferente. Por otro, se destapa la mezquindad de aquellos que pretenden aprovecharse de él y sacar tajada del asunto. Claro está, una vez descubren que el supuesto premio no existe, lo ridiculizarán, algo que parecería frustrar el final del viaje a Lincoln. Por el contrario, en un intento de llegar patéticamente épico, Woody convence, sin querer, a David para que le acompañe. Efectivamente, intenta canjear el cupón una vez llegan a su destino, pero, para su infortunio, el número no estaba premiado. El fracaso, última frontera, ha sido alcanzado.
Su hijo, conmovido, decide otorgar a su padre un pequeño (pero merecido) triunfo. Compra una camioneta y la pone a su nombre, haciéndolo creer que, aunque no ganaron el millón de dólares, sí recibieron el vehículo. Woody, ya sin carnet de conducir por su avanzada edad, podrá conducir la nueva camioneta por la calle principal de su antiguo pueblo. De esta manera, recibe una segunda oportunidad de redención momentánea, en la que será el protagonista y vencedor de la historia, quien pudo salir de ese pueblo a la conquista de nuevos horizontes, al menos durante los minutos que David le deje conducir.
Nebraska (EE.UU., 2013)
Dirección: Alexander Payne / Guion: Bob Nelson / Producción: Doug Mankoff, George Parra, Neil Tabatznik, Julie M. Thompson / Fotografía: Phedon Papamichael / Música: Mark Orton / Montaje: Kevin Tent / Reparto: Bruno Dern, Will Forte, June Squibb, Bob Odenkirk, Stacy Keach, Mary Louise Wilson, Rance Howard, Tim Driscoll, Devin Ratray.
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