MESETA
Nuevas historias de Castilla la Vieja
Un primer plano aéreo imposible, en blanco y negro, nos presenta el lugar donde posaremos los pies, desde una distancia que lo convierte en un terreno más cercano a lo onírico que lo real, casi a modo de cuadro expresionista, inasible. A continuación, una secuencia que nos hace seguir a un solitario pastor con sus ovejas a través de un túnel bajo una carretera. Así comienza Meseta (Juan Palacios, 2019), documental que define, ya desde estas imágenes, el viaje al que haremos frente: nos adentramos en un mundo oculto, perdido, vetado, aquel de la llamada ‘España vaciada’. Una zona cuya densidad de población es menor que la de Siberia, unos modos de vida inevitablemente caducos, desplazados por la realidad contemporánea y amenazados por el regreso de una naturaleza imparable.
El acercamiento a esta España ya prácticamente olvidada podría haber caído en la instrumentalización, la mofa cruel o la idealización naíf. Sin embargo, Juan Palacios opta por captar, casi a modo de estudio antropológico, la incompatibilidad entre una existencia elemental, naturalmente rudimentaria, y una modernidad permeada por el simulacro de realidad a, literalmente, cientos de kilómetros de distancia. El resultado es totalmente antitético ya que, contra todo pronóstico, el documental tiene tanto de Terrence Malick en su presentación de la naturaleza como fuente mística de quietud y espiritualidad, como de José Luis Cuerda, en la absurdidad ‘subruralista’ de una gente y tradiciones outsiders condenadas al ostracismo.
Al fin y al cabo, tal comparación disparatada aglutina las dos visiones estereotípicas de este mundo rural, ya sea el embellecimiento gratuito de unos parajes alejados del ritmo frenético de las ciudades o la vilificación total de personas sin formación y con unas costumbres retrógradas. En Meseta, la presentación deja claro que ambos elementos coexisten y, como tal, ninguno de ellos es absolutamente verdadero. La quietud es omnipresente, hermosa, invita a la reflexión y la paz, pero también es desoladora, demandando un esfuerzo y dedicación totales. La incultura y el tribalismo excluyente son parte del engranaje, pero éste viene precedido de un pasado condicionante en el que, como describen algunos de sus lugareños, todo estaba prohibido, “todo pecao’”.
El sustituto de las olas del mar es el ruido lejano de los coches por la autopista, un CD de música solo sirve como espantapájaros y, si quieres jugar al Pokemon Go, te darás cuenta de que no hay ningún ser virtual donde casi no hay seres reales. El choque entre vida urbana y rural es frontal, tan alienante como ver a un agricultor trabajando en su tractor, para llegar a casa y jugar a un videojuego de tractores. De nuevo, simulacro y realidad no parecen compatibles, la distancia entre ambos mundos parece trascender dimensiones.
Esto es maravillosamente reforzado por el motivo visual recurrente de los aviones, que surcan el despejado cielo de la meseta. Si bien esto podría recordar a Roma (Alfonso Cuarón, 2018), en tanto en cuanto el constante tránsito de aviones nos subrayaba un deseo sempiterno de liberación, de alzar el vuelo y superar una realidad inclemente, en Meseta contiene una doble significación. Por un lado, “de las ilusiones vivir es complicado”, se escucha en una transmisión radiofónica, un capricho que nunca se cumple, el de viajar en avión a algún lugar lejos, de vacaciones, dejando atrás una vida donde el ocio no tiene prácticamente cabida. Por otro, la vista de pájaro inicial se descubre como la perspectiva del avión, la mirada desde el plano superior que minimiza y convierte la meseta en una estampa expresionista y alienante, reflejo de la distancia creciente entre dos mundos. Solo uno de ellos desaparecerá.
Meseta (España, 2019)
Dirección: Juan Palacios / Guion: Juan Palacios / Producción: Doxa Producciones, Jabuba Films / Fotografía: Juan Palacios / Reparto: Documental.
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