LAS MEJORES PELÍCULAS DE LA DÉCADA – TOP 2010-2019
Las mejores películas de la década
En Revista Mutaciones nos hemos propuesto el ejercicio de realizar un top de las mejores películas de la década, según el criterio individual de nuestros redactores y colaboradores. Este listado no nace por el afán de encontrar el mejor filme y distinguirlo sobre el resto, sino por la intención de agrupar aquellas obras que más nos han apasionado a lo largo del último decenio, con el deseo de que éstas perduren con el paso del tiempo y nos sigan ilustrándo como lo han hecho cada una de ellas desde su primer visionado.
1. Holy Motors (2012). 16 votos
Léos Carax, Francia
“Nada de lo que ocurre en la espantosa Holy Motors es comprensible para un espectador que no haya perdido las neuronas, aunque también dudo que su autor entienda de qué está hablando. […] Es una sucesión de tonterías sin gracia, los caprichos vacuamente surrealistas de un niño consentido e irritante.” Esto comentaba el crítico más leído de España, Carlos Boyero, tras la proyección de Holy Motors en mayo de 2012 durante la celebración de la 65º edición del Festival de Cannes. Y sospecho que Léos Carax, si alguna vez ha sido consciente de la existencia de esta opinión, estará más que satisfecho con ella.
Holy Motors comienza con el propio director irrumpiendo en una sala de cine en la que todos los espectadores están dormidos. A partir de ahí, toda la película parece un intento por despertarlos. Y no solo eso, sino también por remover conciencias, provocar, transgredir y liberar al cine de los corsés que le aprietan en forma de géneros, narrativa y puesta en escena, del mismo modo en que la enigmática compañía “Holy Motors” emplea al personaje de Denis Lavant como terrorista contra la rutina de la ciudad de París. Holy Motors desempeña el mismo papel disruptivo entre todas las películas estrenadas en su década, y por eso destaca sobre todas ellas. Cada uno de sus segmentos (cada una de las respresentaciones de Lavant) reúne más originalidad, frescura, sorpresa y desconcierto que cualquiera de sus competidoras en su totalidad, características que definen al cine desde sus inicios y que la obra de Carax se empeña en reivindicar con la temeridad de un kamikaze. Por eso, entre otras cosas, merece ser la mejor de nuestro Top de la década.
Fran Chico
2. El hilo invisible
(Phantom Thread, 2017). 14 votos
Paul Thomas Anderson, EEUU
«Es difícil definir las obras de Paul Thomas Anderson en una frase simple y esta historia sobre un creador, su creación y su musa acaba por ser otra cosa muy distinta. Las disonancias musicales de Jonny Greenwood y la fotografía -del propio PTA–, de equilibradas tonalidades pero encuadres viscerales y agresivos en su perfección, llevan lo que parecía ser un retrato desde la masculinidad del creador a convertirse en el relato feminista de una relación de igual a igual donde ambos guardan luz y oscuridad. Amor, en definitiva. Una relación enfermiza pero imprescindible, lejos de cualquier cursilería pero tremendamente vitalista. Más cercana al Hitchcock del fetichismo enfermizo de Vértigo (1958) y Psicosis (1960) que cualquier otra de sus películas anteriores, El hilo invisible retrata la creatividad, la vida y el amor como un mundo infinito, oscuro y misterioso, más claro al tacto que al ojo, más allá de clasificaciones sobre el bien y el mal. Quizás sea ese el verdadero estilo de Paul Thomas Anderson, la asfixiante extensión del infinito.
En El hilo invisible, los diálogos son escasos y cortantes pero todo lo que se dice de verdad suele ser lo que sucede entre las frases: los gestos, las muecas, los silencios, los tactos en la tela o las miradas. Son precisamente estas últimas las que desarrollan la escena más sobresaliente de la película, una conversación silenciosa apasionada, turbia y compleja alrededor de una tortilla de setas, todo un clímax apoyado en dos miradas imperturbables y unas mentes que, sin saber cómo, leemos a la perfección».
Rafael S. Casademont
3. La vida de Adèle
(Blue Is the Warmest Colour, 2013). 11 votos
Abdellatif Kechiche, Francia
Si cuando se estrenó comercialmente La vida de Adèle parecía difícil sustraerse al halo de magistral diamante en bruto con el que había irrumpido de manera fulgurante en Cannes, la progresiva deconstrucción crítica de la mirada de su director fue neutralizando ese inicial entusiasmo y la transformó en un objeto fílmico ambiguo y señalado. Esta circunstancia no es la peor para que, tiempo después de su sobreexposición y ubicada en un incierto purgatorio, puedan emerger sus virtudes más discretas cuando emergió con singular fuerza: su artificiosidad, tan bien camuflada dentro de su carácter vitalista, que hace que hasta las palabras de un dictado en un colegio se vuelvan significativas en la densa personalidad de quien los pronuncia; la poderosa influencia de las películas que abarcan años en la vida de sus protagonistas para terminar de constatar la imposibilidad de amarse; también, la habilidad narrativa de la que hace gala, que hace que de su inhabitual duración (tres horas) solo quepa lamentar la presumible poda de algunas ramas del frondoso árbol que se quedan en el terreno de las elipsis (esto es: que su duración no sea aún mayor); por último, el sobresaliente uso de los arquetipos sociales para caracterizar a sus dos protagonistas, de familia obrera y conservadora una, de orígenes bohemios y anarquizantes la otra, desembocando la incierta búsqueda vital de ambas en una ambigua inversión de estas raíces. Finalmente, una sospecha: que sus sobresalientes cualidades cinematográficas sobrevivan a nuestra época.
Mario Iglesias
4. Twin Peaks
(Twin Peaks: The Return, 2017). 11 votos
David Lynch, EEUU
Lee aquí el análisis de la obra
Si el Twin Peaks original era un reinterpretación multidisciplinar de elementos tan dispares de la ficción televisiva como el murder mistery, la soap opera y la sitcom, a la que se le sumaba la mirada cínica y surreal del american way of life rockwelliano ya introducido por Lynch en Terciopelo Azul y Twin Peaks: Fuego camina conmigo devolvía al director a la cripticidad de los inicios de su carrera (Cabeza borradora) a la que se le sumaba una estructura de flipbook reversible escindido en dos mitades -sirviendo de precursora de su posterior trilogía de la mente, conformada por Carretera perdida, Mulholland Drive e Inland Empire– su regreso al pueblo fronterizo más de 25 años después sería de nuevo una mutación de las formas de su discurso.
Un relato antinarrativo que jugaba con los límites del interminable debate entre televisión y cine, el concepto de revival y reboot. Una secuela y a la vez reconfiguración de los códigos de la obra original, vaciándola y a la vez homenajeándola, entregando lo que sería la obra total de su carrera, no solo como cineasta, sino como artista multidisciplinar. Una mirada áspera, tan cruel como emotiva y un ejercicio de estilo que miraba de frente a la nueva televisión de qualité, para dinamitar las formas de su éxito, entregando 18 horas de un relato de múltiples capas, tan hermético en su narración superficial, como tremendamente reconfortante cuando el espectador se introduce sin resistencias en la obra magna de un autor que se mueve como nadie en ese estado del sueño denominado duermevela.
Felipe Rodríguez Torres
5. El árbol de la vida
(The Tree of Life, 2011). 10 votos
Terrence Malick, EEUU
«El gran credo de Malick es el cine y es la imagen; ninguna religión ni ninguna forma ortodoxa de entender el misticismo. Es el cine y su capacidad de atrapar estos sueños y hacer pervivir estas ilusiones». Estas palabras pertenecen al crítico Ignacio Pablo Rico, quien describe con lucidez en qué consiste la manera de hacer cine de Terrence Malick. Y uno de sus ejemplos más depurados, más esencialistas, es El árbol de la vida. La obra narra la vida de una familia de clase media en los Estados Unidos de los años cincuenta, pero en realidad este es solo el punto de partida: Malick se propone explicar el origen del universo, y cómo este dio lugar a la naturaleza, una intrincada red de seres donde los humanos son tan protagonistas como una medusa o una flor.
Malick se mueve en una constante tensión entre la abstracción conceptual y la narración dramática. Así se entiende el tratamiento del relato familiar: lo narrativo se construye a partir de retazos de cotidianeidad, muchos de ellos improvisados, a los que se les da forma en la sala de montaje. El objetivo, lejos de cerrar el discurso a un mensaje concreto, aspira a la universalidad. Los seres vivos forman una suerte de alma o consciencia común, con experiencias compartidas, elementales, que hablan de la esencia de la vida: el amor y el odio, la crueldad y la piedad, el egoísmo y la empatía, la comunicación y la batalla. Todo ello a partir del poder de la imagen como transmisora de ideas y, especialmente en una cinta como El árbol de la vida, de sensaciones. Terrence Malick ha compuesto una obra que es esencialmente emoción, una emoción pura, primaria, difusa, que nos devuelve a nuestra cualidad de seres vivos, en un intento por (re)conectarnos con nuestra naturaleza.
Yago Paris
6. Mad Max: Furia en la carretera
(Mad Max: Fury Road, 2015). 10 votos
George Miller, Australia-EEUU
Vea aquí nuestro video ensayo sobre la película
«El universo postapocalíptico creado por George Miller en el 79 se caracterizaba por la escasez de recursos. Por aquel entonces, ya podía vislumbrarse un mundo donde los hombres destruían aquello que creían necesario para su supervivencia, lo que se traducía en balas y gasolina. En Mad Max: Fury Road, estas necesidades dejan de ser materiales y, la escasez de medios necesarios para la vida como lo son el agua o las mujeres (anuladas como personas y madres), se vuelven recursos agotables. Sin luar a dudas, Fury Road se convierte en una fábula de la que aprender, un espectáculo visual del que disfrutar y un ejemplo a seguir para cualquier película de acción».
Patricia Marín
7. Boyhood (2014). 9 votos
Richard Linklater, EEUU
El joven Mason pinta sobre las marcas de la pared donde año tras año junto con su madre y su hermana dejaban constancia de los centímetros que iban conquistándole a la altura. Tan solo hacía falta un poco de pintura blanca para borrar las huellas de infancia que las paredes habían ido atesorando. Rodada a lo largo de doce años, Boyhood persigue, sobre todo, la difícil tarea de registrar visualmente el paso del tiempo. No es la primera vez que Linklater aborda esta monumental (y preciosa) labor: su trilogía iniciada con Antes del amanecer, tres cintas separadas por nueve años cada, son ventanas abiertas al romance que Jesse y Celine han ido fraguando a lo largo de los años.
Al igual que en esta icónica trilogía, Linklater prescinde en Boyhood de cualquier tipo de artificio para optar por la honestidad de una puesta en escena que deja espacio para crecer y descubrir la propia identidad. En su empeño por fijar el momento, una reflexión cierra los años que Mason y su familia han pasado ante la cámara, un tesis que podría arrojar luz a la compleja cuestión de discernir la influencia del tiempo sobre las personas y cómo afecta a sus historias. Quizá no sea cuestión de vivir el momento, sino dejar que sea éste el que atraviese a cada uno. Algo similar sucede al contemplar Boyhood: el tiempo parece desdoblarse, y basta su metraje para condensar doce años de una vida en unos pocos minutos. Una magistral lección del cine y su capacidad para comprender y descifrar el mundo.
Cristina Aparicio
8. Carol (2015). 9 votos
Todd Haynes, Reino Unido-EEUU
Entre los grandes melodramas del último lustro, hay dos largometrajes que sobresalen por encima del resto: Carol, el exquisito film del director norteamericano Todd Haynes y El hilo invisible (2017), la película más refinada del cineasta californiano Paul Thomas Anderson; y aunque tediosas sean las comparaciones, muchas se han trazado entre ambos títulos desde el estreno del segundo. Tal vez por la impecable puesta en escena de ambas propuestas, por sus elegantes y meticulosos diseños de producción, por sus virtuosas y delicadas composiciones musicales o simplemente por tratarse de dos melodramas de época. Sin embargo, en las innumerables listas de lo mejor del último decenio, el largometraje de Anderson se ha impuesto sobre el de Haynes en la mayoría de las votaciones, por su -aparentemente- perfecta puesta en escena. Y quizás es precisamente eso lo que haga que Carol sea una obra mucho más apasionante.
El hilo invisible se puede definir como una pieza de acabado inmejorable, donde cada aspecto formal y de interpretación están tan milimétricamente precisados que no da cabida a explosiones de emocionalidad desmesurada, algo que si brota en la obra de Haynes. Una emocionalidad que surge de la tensión marcada por la contenida y a su vez intensa interpretación de Rooney Mara y Cate Blanchett, capturada sin excesos u oropeles por una cámara que parece cobrar vida en paralelo a las pulsiones sostenidas por ambas protagonistas. En Carol, la mirada de la cámara se funde cálidamente con la de sus personajes, haciéndonos cómplices de su particular historia de amor y deseo, consintiendo que predomine la capacidad emocional del cine, por encima de cualquier tipo de aspecto valorativo.
Damián del Corral
9. El hijo de Saúl
(Son of Saul, 2015). 9 votos
László Nemes, Hungría
Lee aquí la crítica de la película
Hay al menos 50 títulos de consenso cinéfilo que se repiten de una lista a otra de lo mejor de la década, ésta incluida. Que cada uno prefiramos unas u otras depende de reivindicaciones, de azares y de la capacidad de un filme para dejar una imagen, un gesto, una idea o en el mejor de los casos la unión de estas tres cosas en el espectador. Algo irreductible que permanece en la memoria como una «cosa». El hijo de Saúl tiene sobrados motivos para ser una de las mejores películas de la década: László Nemes responde a décadas de debate sobre la representación del Holocausto, elabora un complejo y respetuoso dispositivo de inmersión en los horrores de la Historia y recupera para el cine una tradición literaria con elementos de Cervantes y de la novela moderna. La influencia de El hijo de Saúl y de su radical punto de vista es rastreable en Desaparecidos (Miroslav Terzic, 2019), Utoya. 22 de julio y tal vez hasta en La trinchera infinita y en 1917.
Sin embargo, El hijo de Saúl tiene algo más poderoso que su posible relevancia para la historia del cine, algo irreproducible: la imagen de un hombre desesperado buscando un lugar donde enterrar a su (falso) hijo, que es su muerta descendencia únicamente porque quiso aceptarlo así. El presente volcado en un gesto revolucionario de resistencia: enterrar un futuro sin vida según el ritual de los antepasados. Es una imagen, un gesto y una idea que me siguen obsesionando y representan la última y más irreductible de las posiciones éticas.
Alberto Hernando
10. Dolor y gloria (2019). 8 votos
Pedro Almodovar, España
«“¿Es Dolor y gloria una película basada en mi vida? No, y sí, absolutamente. Todas mis películas me representan” afirma Pedro Almodóvar en el prólogo de su libro Dolor y gloria. Eso es, precisamente, lo que hace que sea el director español con más reconocimiento y proyección internacional: sus películas cargadas de intimidad y de su yo más profundo. “Todo en mi cine es representación, siempre he huido del naturalismo, no pretendo que mis películas parezcan reales. Pero si pretendo que el espectador se reconozca en ellas. Soy muy pudoroso en la vida real, pero mi pudor desaparece cuando escribo y dirijo, en esos momentos estoy desnudo y me siento totalmente libre. Por supuesto, la película habla del cine y de la importancia del cine en mi vida. Podría decir que el cine es mi vida o que mi vida es el cine. La auténtica droga de la película es el cine, no la heroína.” reconoce el director. Despojado el autor de este pudor, Dolor y gloria es un film impregnado de nostalgia. Esa sensación tan desoladora que aparece cuando el tiempo es el verdugo de nuestra vitalidad y nos incapacita para hacer lo que nos apasiona. Es ahí cuando aparece el aliciente que nos hace resurgir de las cenizas. Un objetivo, un deseo, una forma de vida, una droga que en Dolor y gloria solo tiene un nombre: el cine».
Sherezade Atiénzar
11. El cuento de la princesa Kaguya
(The Tale of the Princess Kaguya, 2013). 8 votos
Isao Takahata, Japón
Isao Takahata pasó trabajando en El cuento de la princesa Kaguya tantos años que otros muchos directores habrían podido completar dos o tres películas en ese tiempo. Él mismo reconocía que el proceso de creación tenía algo de tortuoso, y no resulta descabellado pensar que Takahata se dejó una parte de su vida en esta última película. Sin embargo, no hay nada de amargura en ella. El cine de Takahata, que en Kaguya encuentra su máxima expresión, acoge el drama y el sufrimiento con los brazos abiertos, aceptándolos como parte indispensable del aprendizaje que supone vivir, y los convierte en algo indivisible de lo cotidiano o lo humorístico. Tan intenso es ese abrazo, tan honesta y comprometida la búsqueda de lo humano, que El cuento de la princesa Kaguya te arrolla y te desarma con una fuerza que solo los más grandes maestros pueden conseguir. Porque, al final, esta es una película en la que solo importa la vida, reconstruida a través de trazos en el papel que, casi como un milagro, se convierten en una de las experiencias más hermosas que ha dado el cine.
Pablo López
12. La llegada
(Arrival, 2016). 8 votos
Denis Villeneuve, EEUU
Inspirado en uno de los relatos del libro La historia de tu vida, de Ted Chiang, Dennis Villeneuve adapta el capítulo que tiene como nombre el mismo título. Con La llegada, el director se atreve con la ciencia ficción y los viajes temporales como nunca se habían enfocado. Su trama gira en torno a las posibilidades del lenguaje expuesto como instrumento metafísico que engrandece y eleva el poder de la comunicación.
Con una cuidada y efectiva composición visual, Villeneuve ejecuta una puesta en escena más terrenal de lo que la coyuntura narrativa ofrece. Si la historia habla de la grandilocuencia metafísica y la vida más allá de la Tierra, el director canadiense fija su dispositivo más cerca de las personas y la soledad a la que se enfrenta su protagonista. Crea y compone las imágenes en base a su aislamiento, remarcando que no todos los hombres son aptos o tienen la conformidad de la Doctora Banks de compartir con ella el plano. La claustrofobia es real, y el discurso narrativo junto con un cuidado diseño de producción provoca en el espectador la empatía necesaria para atribuir a toda la película la humanidad que transmite Villeneuve con sus decisiones formales.
Manuel Rodríguez Graña
13. Magical Girl (2014). 8 votos
Carlos Vermut, España
Puede que la clave de Magical Girl esté dentro de una sala cuya puerta permanece cerrada. Un fuera de campo, el de la habitación que representa un horror que oscila entre lo factible y lo inimaginable, es donde sucede la más violenta desgracia de Bárbara (o la más visible físicamente). El espectador está privado de entrar en una zona que queda en tinieblas, una oscuridad que tiñe todas las suposiciones posibles. Quizá sea una incoherencia en sí misma buscar la esencia de la película en uno de sus puntos ciegos, en un lugar que, libre del alcance de las miradas de los otros, difumina la identidad de quien traspasa sus puertas.
Carlos Vermut se adentra en las contradicciones de unos personajes marcados por peligrosas dinámicas de poder. Una serie de paralelismos narrativos conectan a estos personajes que sobrellevan su suerte (y su desgracia) desde la pasión, y no tanto desde la razón. Quedan a la vista las cicatrices que una vez fueron herida, lesiones físicas y emocionales que no terminan de sanar.
Magical Girl es un mundo a oscuras donde sus habitantes van a tientas, tropezándose con todo lo que va apareciendo en sus caminos. Es la certeza de que no habrá nunca la luz suficiente que permita avanzar con paso firme, ni esquivar cada obstáculo, cada piedra.
Cristina Aparicio
14. A propósito de Llewyn Davis
(Inside Llewyn Davis, 2013). 7 votos
Joel Coen y Ethan Coen, EEUU
Cuando Ítaca no existe, no hay lugar al que volver. La historia del personaje de Llewyn Davis, interpretado por Oscar Isaac, es, quizás, una de las que mejor descifra la épica del fracaso; un cantante de folk que vagabundea, de sofá en sofá, con su guitarra a cuestas, en el Greenwich Village de los años sesenta. Los hermanos Coen retratan, con todo lujo de detalles, escenarios y personajes emblemáticos de la escena folk de ese momento, y hacen de esta cíclica historia, una ficción que hereda de forma consciente La Odisea, de Homero, y el Ulises, de Joyce; de manera inconsciente el mito de Sísifo y la tragedia; y la contracultura de la Generación Beat y el movimiento hippie.
Esa capacidad documental de los Coen fragua una road movie que consigue hacer de este antihéroe con poca capacidad empática y dificultades para encajar, un personaje al que perseguir, con atenta y cariñosa mirada, gracias al potente mundo interior que desprende el músico cada vez que canta y toca su guitarra y, por supuesto, a esa capacidad coeniana para dibujar, al mismo tiempo, personajes patéticos y conmovedores. Sin duda, los hermanos Coen llevaron a escena, sin nostalgia, el alma de una época gracias a una cuidada evocación musical y a una fotografía de gran carga emotiva; invernal en los exteriores e invadida de clarosucuros en los interiores. A propósito de Llewyn Davis es un regalo, en forma de película, que hay que habitar al menos una vez en la vida.
Enrique Pérez Acosta
15. El irlandés
(The Irishman, 2019). 7 votos
Martin Scorsese, EEUU
La historia de Frank Sheeran “El irlandés”, donde se entrelazan la crónica de la mafia italoamericana y la de los Estados Unidos, comienza cuando la cámara se detiene en Robert De Niro y habla. Como si uno de los viejos actores fetiches del Nuevo Hollywood se hubiera transformado en el “Ángel de la historia” que obsesionaba a Walter Benjamin, «Robert de Niro abre la boca. Sus ojos miran fijamente pero su rostro está vuelto hacia el pasado. Donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado…» Muchas películas de Martin Scorsese acababan con su protagonista abriendo la boca, obligado a romper el pacto de silencio, pero la delación nunca antes había estado tan al comienzo. Esta vez no se trata de un castigo al orgullo del protagonista sino de un acto de amor y de restauración de la memoria. Y por eso ninguna de las anteriores películas de Scorsese ?tal vez sí, por distintos motivos, Toro salvaje y La última tentación de Cristo? nace de una emoción tan honda. El irlandés es la película más digresiva, más morosa y más larga de Martin Scorsese. En ella confluyen la tradición del “Gran relato americano” y la recuperación de los muertos y de los momentos absolutamente contingentes que podrían redimir la existencia de Frank Sheeran y que fueron barridos por la propia trama y el progreso. Es una recuperación también de una amistad traicionada, del viejo Nuevo Hollywood y de una América basada en el trabajo. Sin duda, de lo mejor de la década.
Alberto Hernando
16. Largo viaje hacia la noche
(Long Day’s Journey into Night, 2018). 7 votos
Bi Gan, China
«La película de Bi Gan ha sido comparada una y otra vez con el cine de Wong Kar Wai, con el que sin duda comparte elementos como el preciosismo fotográfico, el cuidadísimo diseño de producción, el amor por los personajes heridos y la fascinación por el humo del tabaco. También hay aquí mucho de David Lynch, con esa atmosfera en la que se funden recuerdo y sueño, esa trama deconstruida y ese juego de identidades que se mezclan y se confunden. Bi Gan tiene muy claro qué emociones quiere transmitir. Su film gira en torno al dolor de la perdida, a la construcción del recuerdo, a lo difuso del sueño y las verdades que oculta, y trabaja siempre sin perder ese foco. Eso es lo que hace de Largo viaje hacia la noche una película interesante, pero es esa cosa brumosa y más difícil de definir (o sea, donde falla el lenguaje) que llamamos personalidad lo que la convierte en una experiencia única. Es posible que te aburra mortalmente o te provoque una fría indiferencia. También es posible que conectes con ella y deje en ti una huella que te acompañará toda la vida. Y creo que, por encima de todo, ese es un riesgo que merece la pena correr. Siempre».
Pablo López
17. Melancolía
(Melancholia, 2011). 7 votos
Lars von Trier, Dinamarca
Acompañada por la música de Richard Wagner para la ópera Tristán e Isolda, Melancolía se inicia con una secuencia de obertura de una belleza abrumadora. Diferentes escenas filmadas a cámara superlenta componen un sobrecogedor retablo sobre el apocalipsis en el que los signos y señales extrañas e indescifrables se combinan con lo espiritual y lo onírico (recordando el trabajo del videoartista Bill Viola) hasta llevarnos a la danza cósmica de un planeta llamado Melancolía que acabará chocando con la Tierra.
Melancolía nos cuenta el fin del mundo a través de dos hermanas de muy diferente carácter, convertidas en abstracciones. Justine (Kirsten Dunst) es incapaz de ser feliz, su tristeza infinita, paralizante, duele físicamente; Claire (Charlotte Gainsbourg) representa la entrega hacia los demás pero su amor no puede impedir la destrucción. Von Trier sitúa su relato en un lujoso palacio, que remite al de El año pasado en Marienbad (la película de Alain Resnais que, en cierta forma, también nos hablaba del fin del mundo), donde a los personajes solo les queda (des)esperar o abandonarse. Un film que, partiendo de lo concreto (la boda de Justine) se va elevando hacia lo abstracto para componer un discurso sobre el amor y la felicidad en términos absolutos (como lo hacía la ópera Tristán e Isolda cuya música funciona como leitmotiv del film). Con Melancolía, el director danés no solo destruía el mundo en la ficción sino que cerraba una etapa de su filmografía para abrir nuevos caminos en su continua exploración sobre las contradicciones del ser y el estar humano.
Joaquín Fabregat
18. Parásitos
(Parasite, 2019). 7 votos
Bong Joon-ho, Corea del Sur
«Parásitos, ganadora de la Palma de Oro en la última edición de Cannes, es, merecidamente, una de las mejores películas del 2019. Obra difícil de catalogar, que se halla a medio camino entre la comedia satírica y el thriller, con tintes de drama social –la realidad que muestra el film no es otra que una actualización de la tradicional lucha de clases-, compone un fresco sobre el precariado como consecuencia del capitalismo extremo que afecta a todos los miembros de una misma familia, representantes de dos generaciones víctimas por igual de los desajustes de aquel sistema. Como si de un film de Buñuel se tratase, un fino humor surrealista tiñe el particular ascenso de los protagonistas desde su condición de marginalidad, hasta desembocar en un final de dolorosa toma de autoconciencia, donde el sueño de una vida mejor muta en pesadilla alucinada, en acto de locura que tiene su origen en los límites de la dignidad humana. El realizador coreano completa el tapiz a través del uso metafórico de los espacios arquitectónicos, con escaleras simbólicas ascensionales y sótanos como lugares del inconsciente donde habitan las clases explotadas, invisibles a los ojos de los explotadores».
Marta S. Jiménez
19. Antes del anochecer
(Before Midnight, 2013). 6 votos
Richard Linklater, EEUU
Amor. Del idealismo elocuente de Antes del amanecer (1995), pasando por el idealismo bañado de experiencia en Antes del atardecer (2004), la última pieza de la trilogía nos traslada a un plano mucho más terrenal: la imagen cool de la famosa pareja, ya conceptualizada durante dos décadas, se torna en la explicitud de dos cuerpos afectados por el paso del tiempo discutiendo en una habitación de hotel.
Es fascinante a la par que doloroso presenciar la natural progresión desde la pregunta existencial por parte de dos jóvenes y apasionados corazones hasta la pregunta mundana del entorno paterno-filial y la esfera familiar en general (no por ello menos existencial), en el inevitable e implacable efecto de los años. La cámara sigue a los personajes mientras se cuestionan la muerte de la espontaneidad, la pérdida de su previo ímpetu delirante en pos de la curiosidad y el conocimiento, mientras se percibe el inapelable peso, sutil a primera vista, de los reproches, frustraciones e inseguridades que subyacen bajo la cómoda reciprocidad de la pareja.
La reflexión de Richard Linklater en torno a la interpersonalidad ejemplificada en la historia de amor de sus brillantes protagonistas puede ser resumida en la escena inicial de Antes del anochecer: no basta con ser comprensivo y sensible en una relación entre dos individuos, el otro puede no estar en la misma página o derivar hacia posturas con las que ambos tendrán que reconciliarse. Esto no quiere decir que un concepto de amor puro sea incompatible con la discrepancia entre dos seres irrepetibles pero inevitablemente unidos.
Fernando Sánchez López
20. Drive (2011). 6 votos
Nicolas Winding Refn, EEUU
Drive, el octavo largometraje del director Nicolas Winding Refn, es la quintaesencia del cine pos-posmodernista, porque recoge no solo la esencia del cine de la modernidad, sino también la herencia pos-modernista. En su interior aúna múltiples influencias ya vislumbradas en sus trabajos previos (las atmósferas lynchianas, los ambientes y crudeza del escritor James Ellroy o el laconismo hierático de El silencio de un hombre –1967- de Jean Pierre Melville) pero ahora ya si, con un discurso y unas formas absolutamente personales e intransferibles. Una cinta que parte en apariencia de los códigos del neo-noir y de la memorabilia de la Americana (un Los Ángeles de neón entre la pesadilla y el sueño americano, la iconografía de Norman Rockwell y Edward Hopper pervertida, el coche americano como símbolo de libertad e independencia), a partir de los ambientes y los arquetipos de su trilogía Pusher.
Felipe Rodríguez Torres
21. La gran belleza
(The Great Beauty, 2013). 6 votos
Paolo Sorrentino, Italia-Francia
Nada más estrenarse La gran belleza, la prensa no dudó en bautizar a Paolo Sorrentino como el heredero directo del maestro Federico Fellini. La aceptación de que el napolitano se había convertido en el director más importante de Italia se fundamentó en la creación de esta gran obra que acaparó toda clase de alabanzas. El filme proponía una hermosa relectura, nada más y nada menos, de La Dolce Vita (1960), y suscitó una nueva esperanza de volver a reivindicar la cinematografía italiana como una de las más prolíficas de la historia.
Sorrentino, uno de los exponentes más críticos contra la aristocracia y la élite italiana, retrata en La gran belleza el vacío del ser humano contemporáneo. Para lograrlo, expone las andanzas del periodista Jep Gambardella (Toni Servilo), quien vagabundea por Roma en busca de inspiración para su nueva obra literaria. Sin embargo, alejándose del total protagonismo que Fellini dedica en su obra a Marcello Rubini (Marcello Mastroianni), el napolitano utiliza a Gambardella como personaje guía al narrar la crónica existencial de una sociedad posmoderna ejemplificada en la cada vez más decadente Roma. Para ello, Sorrentino pone en marcha su dispositivo estético con la intención de descubrir el alma de la ciudad mediante personajes hiperbólicos e imágenes de gran encanto que refuerzan el cinismo que engloba toda la obra del director y que, particularmente en La gran belleza, se desata de manera magistral e hipnótica.
Ander Makazaga
22. La red social
(The Social Network, 2010). 6 votos
David Fincher, EEUU
Si Ciudadano Kane representaba con absoluta precisión el auge profesional y caída personal del magnate Charles Foster Kane, diseccionando a su vez los mecanismos de la prensa como medio de comunicación masivo y mecanismo de control de la sociedad de principios del siglo XX, La red social hace lo mismo, pero de manera premonitoria, con la nueva herramienta de comunicación del siglo XXI, el social media. Visionaria y profética del vuelco de la comunicación en la segunda década del siglo XXI, la obra de David Fincher y Aaron Sorkin, basada en la novela “The Accidental Billionaries” es también una intriga palaciega de traiciones y medias verdades, bajo cuyo telón de fondo se encuentra la soledad del poder.
Si Charles Foster Kane no podía dejar de recordar su trineo Rosebud como símbolo de una inocencia y felicidad perdida -mientras ascendía a los cielos del éxito condenando su alma en el proceso- Fincher representa el vía crucis personal y éxtasis profesional de Marc Zuckerberg a partir de una cinta en escala de grises, donde bajo los acordes frenéticos y sombríos de Trent Reznor y Atticus Ross, el espectador es testigo de la soledad de un shakesperiano protagonista. Elemento reforzado por una puesta en escena tan precisa como sutil (salida de Zodiac y perfeccionada hasta límites insospechados en su posterior Mindhunter) que hace uso de la distancia en el plano entre personajes, el desenfoque de aquello que se encuentra alrededor de Zuckerberg y la composición de plano tan pulcra como asfixiante, para representar el bullicio interior de un Zuckerberg que la lacónica, precisa y contenida interpretación de Jesse Eisenberg solo nos permite intuir.
Felipe Rodríguez Torres
23. The Master (2012). 6 votos
Paul Thomas Anderson, EEUU
Como apuntaba Manuel Yañez, “todo empieza con unos remolinos dibujados sobre la estela de un acorazado de la Segunda Guerra Mundial. Espirales que, como las de Vértigo (Alfred Hitchcock, 1958), advierten al espectador de que está a punto de embarcarse en una aventura sinuosa e imprevisible, al borde de lo onírico”.
El segundo plano de la película muestra medio rostro de un soldado de mirada aletargada observando hacia el horizonte, al cual más adelante conoceremos como Freddie Quell. Poco antes de cortar, irrumpe en el plano un tedioso sonido de ritmo constante, en el momento exacto que Quell se aflige y cierra sus ojos, añorando encontrar un instante de paz en algún lugar de su mente. Los sonidos se encadenan con la siguiente imagen, dando inicio a un montaje con tintes estilísticos semejantes a los de la secuencia inicial de Pozos de ambición (PTA, 2007), donde las composiciones musicales de Jonny Greenwood se entremezclan con los sonidos diegéticos de la obra, construyendo una atmósfera que retrata el estado de demencia por el que transita el protagonista. Quell se trepa de un árbol, baja un coco y lo corta con un machete. Una gota salpica en la lente de la cámara y esta sirve como atisbo de las intenciones de PTA por increpar al espectador, romper con la linealidad narrativa clásica y, como Lancaster Dodd (pareja coprotagonista de Quell), despertar al mundo del “sueño atávico” en el que nos encontramos absortos.
The Master es un enigmático e hipnótico filme de inefable densidad filosófica, imposible de deconstruir en un texto escrito. Sólo el paso del tiempo le proporcionará la valoración merecida a una obra única en su tipo.
Damián del Corral
24. Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas
(Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, 2010). 6 votos
Apichatpong Weerasethakul, Tailandia
Boonmee vive en el campo y cultiva y trabaja con abejas. Bonmee es viudo y no volvió a saber nada de su hijo desde que desapareciera años atrás. Boonmee se muere y recuerda sus vidas pasadas. Entre la muerte inminente y las reminiscencias de otros cuerpos en los que habitó su alma en otros tiempos, nadan las múltiples narrativas que componen esta película fragmentada. Apichatpong Weerasethakul aúna reflexión histórica, denuncia política, lirismo folclórico e indagación espiritual y lo ensambla con el homenaje a las producciones tailandesas de género que veía de niño en la televisión. En este camino, puro enamoramiento de la vida – con sus contrariedades y violencias incluidas -, que viene y va, se sienten las voces familiares de algo que, sin embargo, permanece en el territorio de lo desconocido.
Y así, cada vez que te enfrentas a esta película, estás aceptando un viaje hacia las brumas del misterio, del lenguaje de los sueños. Tan pronto aparece el fantasma de la viuda de Boonmee para compartir una copiosa cena, como se penetra una cueva que él reconoce como un vientre de mujer, en el que se gestó una de sus vidas hace muchos años. Y de repente, se imagina el futuro: un mundo militarizado, absurdo y exhibicionista, representado con un montaje fotográfico al estilo de La Jetée (Chris Marker, 1962). La cadencia lenta del movimiento de las imágenes y ciertos regresos a cuestiones que parecían superadas completan el empantanado y fantasmagórico empaque de este sueño que es Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas.
Ricardo Galvis
25. Toni Erdmann (2016). 6 votos
Maren Ade, Alemania
«“Ines trabaja en una importante empresa alemana con sede en Bucarest. Tiene una vida perfectamente ordenada hasta que Winfried, su padre, llega de improviso y le hace una pregunta inesperada: ‘¿Eres feliz?’. Incapaz de contestarle, su existencia se ve conmocionada por la presencia de ese padre del que se avergüenza un poco, pero que le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida gracias a un personaje imaginario: el divertido Toni Erdmann”.
La sinopsis oficial de Toni Erdmann es el argumento de una mala comedia americana -de las que comprendieron mal a Frank Capra, que son las peores- pero el resultado no podía ser más diferente. Y no porque la directora alemana Maren Ade haya sublimado el contenido a través de la forma -aquí no hay rastro de formalismos-, sino porque todo -forma, contenido, actuaciones, TODO- funciona como una unidad en busca del complicado e incómodo tono de la película, con unos actores que se exponen al límite y a nosotros con ellos. Más realista que el realismo social y más allá de eso del poshumor; porque en Toni Erdmann el drama tiene la forma del humor y no hay nada más complicado que la risa».
Rafael S. Casademont
26. Un asunto de familia
(Shoplifters, 2018). 6 votos
Hirokazu Kore-eda, Japón
Lee aquí la crítica de la película
La familia resulta un elemento recurrente en la obra de Hirokazu Koreeda, y puede que tenga su máxima expresión en un Asunto de familia. El cineasta nipón explora la naturaleza de la institución familiar y su posición en el contexto social de su país, mediante un despliegue coral de personajes en el filo de la miseria ética cuyas luces y sombras son puestas en evidencia de forma visceral, renunciando a sentimentalismos y juicios innecesarios. La moralidad es un concepto escurridizo en el film, con tal variabilidad de grises intermedios como lo tienen las cuestiones que trata. ¿La familia es un derecho? ¿Un privilegio? ¿Puede existir esa conexión en ausencia de lazos de sangre? Estas preguntas sobrevuelan sobre una película con un marcado componente social centrado en los marginados.
Los personajes malviven hacinados en una casita rodeada de altos edificios, contrastando la oscuridad de su lugar de descanso con la amplitud y luminosidad de los espacios exteriores que dominan el resto de la ciudad. Y pese a ello, aún queda espacio para pequeños retazos de felicidad. Una apretada cena familiar en torno a la pequeña mesita del salón-dormitorio o un día de playa aderezan esos pequeños momentos memorables en la vida de una familia atípica y desafortunada. Tiene algo similar a la posterior Parásitos en ese sentido social del discurso, salvo que Koreeda no deja espacio a la comedia negra ni a la visceral explosión emocional que finaliza el film del coreano, sino que mantiene en todo momento el mismo tono pausado y sencillo enmarcando un drama familiar que se siente tan cercano como doloroso.
Manuel Muñoz Viñegla
27. Cold War (2018). 5 votos
Pawel Pawlikowski, Polonia
Lee aquí la crítica de la película
¿Es posible que en los últimos años de la década se haya formado un nuevo academicismo? Lo denunciaba Carlos Losilla a propósito de Roma y Cold War a su paso por San Sebastián. Entonces escribí algo de Cuarón que puede aplicarse igualmente al film de Pawlikowski: «Representa, en definitiva, un nuevo modelo de cine espectáculo en el que se minimizan unos elementos para cargar las tintas dramáticas de siempre en otros, encontrando un equilibrio diferente y calculado: una nueva fórmula de academicismo con que conquistar al espectador que quiere “más” y al que quiere “menos”». Se trata de convertir el drama y la realidad en espectáculo por otros medios: el exhibicionismo de la puesta en escena por sí misma.
En Cold War, «Pawel Pawlikowski filma una historia de amor en formato académico (1:1.37), con cuidadas composiciones que no permiten a nadie pasar por alto su perfección, y un blanco y negro muy contrastado, preciosista y pulcro como un anuncio de Chanel. Pero también cuenta con dos intérpretes en estado de gracia y una dirección de actores que sabe cómo integrar sus movimientos en los rígidos cuadros para vivificarlos. El resultado, que no se pretende realista, transmite desde el academicismo más estricto un halo romántico irresistible.»
¿Anuncia Cold War, pues, un nuevo academicismo? Ojalá, pues un academicismo tan prodigioso anunciaría a buena salud de la industria. En cualquier caso parece que el plano secuencia y las muy marcadas elipsis, el cuidadoso diseño de producción y la creación de atmósferas han sustituido al estilo efectista de las películas semejantes en los dos miles (Gladiator, Requiem por un sueño, El caballero oscuro…), y con eso ganamos todos.
Alberto Hernando
28. Copia certificada
(Certified Copy, 2010). 5 votos
Abbas Kiarostami, Irán-Francia
Recién iniciada la pasada década, el entonces ya veterano director iraní Abbas Kiarostami se aventuraba a filmar por primera vez fuera de su país de origen. Trasladándose a Italia, el ejercicio autorreflexivo que materializó en su aclamada trilogía Koker –¿Dónde está la casa de mi amigo? (Khane-ye doust kodjast, 1987), Y la vida continúa (Zendegi va digar hich, 1991), A través de los olivos (Zire darakhatan zeyton, 1994)- volvía a servirle como pretexto para enfrentar sus inquietudes sobre la creación artística y la propia naturaleza de la vida. Y es que el juego de espejos que proponía el iraní en Copia certificada traspasaba los límites entre la realidad y la ficción releyendo uno de los filmes más importantes de la modernidad cinematográfica: Te querré siempre (Viaggio in Italia, Roberto Rossellini 1959).
Juliette Binoche y William Shimell, los dos actores principales que monopolizan la totalidad de la historia, conversan y pasean por los alrededores de una pequeña ciudad del sur de la Toscana sin apenas afectarles el hecho de que acaban de conocerse. Kiarostami concentra en apenas hora y media, de manera lúcida, las reflexiones sentimentales que Richard Linklater explora en el encuentro esporádico entre ?Ethan Hawke? y ?Julie Delpy desarrollado en la trilogía iniciada por Antes del amanecer (Before Sunrise, 1995), y se lanza a cuestionar, una vez más, la autenticidad de la propia realidad frente a su representación.
Ander Makazaga
29. El caballo de Turín
(The Turin Horse, 2011). 5 votos
Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, Hungría
Un plato leñoso y sobre él una única patata cocida, dos cubos y el agua del pozo, trapos de ropa sobrepuestos unos a otros en una lucha existencial contra el viento y el frío, la casa de piedra, la cocina de leña, el caballo tozudo que se resiste a trabajar y a comer. Cincelada en el tiempo y en un rugoso blanco y negro, con 30 planos secuencias para 146 minutos, El caballo de Turín tiene algo de bodegón existencial de estos objetos y de las rutinas y los gestos del mundo del que forman parte. Por afinidad, puesto que El caballo de Turín es una zambullida libre en el pensamiento de Friedrich Nietzsche a partir de una anécdota postrera de su vida, podemos enlazar la película al célebre comentario de Martin Heidegger sobre los “Zapatos” de Van Gogh: «En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena… … A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte…»
Tal podría ser el credo estético de la última película de Béla Tarr. Además, esta constelación de rutinas, gestos y objetos de El caballo de Turín combaten el día a día al fin del mundo desde el momento en que la carcoma deja de sonar y el caballo decide dejar de trabajar. En esto recuerda también a La carretera de Cormac McCarthy o a sus wésterns de atmósferas proféticas. Producida en 2011 El caballo de Turín es la crónica del fin del mundo.
Alberto Hernando
30. El reverendo
(First Reformed, 2017). 5 votos
Paul Schrader, EEUU
Lee aquí la crítica de la película
En El reverendo, Paul Schrader sintetiza dos clásicos del cine religioso, Los comulgantes (Ingmar Bergman, 1963) y Diarios de un cura rural (Robert Bresson, 1951). Lo hace recuperando la piedra de toque argumental de ambas películas: el desasosiego de un párroco incapaz de consolar el dolor de su comunidad. Una frustración que se extiende en su propia persona. En los comulgantes, el protagonista recuerda que el verdadero dolor de Jesús no estuvo en la Pasión, lo que verdaderamente debió ser doloroso fue la duda que le llevó a clamar en la cruz: “¿Padre, ¿por qué me has abandonado?”.
Erns Toller, el párroco atormentado de El Reverendo, encuentra una vía que puede despejar sus dudas, una acción salvífica sobre el mundo: el ecologismo. Este es el elemento original de la película. Recupera los conflictos internos teológicos propios del protestantismo, del desconcierto frente a una salvación que no sabemos cómo afrontar, y los enfrenta con una de las problemáticas más acuciantes del siglo XXI. El planeta está cambiando de un modo preocupante. La ciencia avisa de los efectos aterradores que puede tener nuestro modelo productivo y de consumo pero, no lo olvidemos, seguimos viviendo en un mundo habitado en su inmensa mayoría por personas creyentes. Personas creyentes que necesitan un argumento trascendente a su interacción con el planeta. Paul Schrader con un ingenio inusitado nos muestra una de esas vías con una pregunta teológica que se plantea la comunión del ser humano con la creación: ¿Qué le estamos haciendo a la obra de Dios?
Josep Roca
31. Hereditary (2018). 5 votos
Ari Aster, EEUU
Lee aquí la crítica de la película
Partiendo de elementos formales y temáticos de clásicos del género como El exorcista, La semilla del diablo, La profecía o El resplandor el realizador fusiona la misantropía de autores como Yorgos Lanthimos o Michael Haneke y su mirada distanciada para adentrarse en los recovecos de las relaciones paterno-filiales y la figura de la madre castradora, heredada de generación en generación. Todos estos elementos dan lugar a un ensayo acerca de los roles preestablecidos en lo que fue el origen de las comunidades tal y como las conocemos. La manera de adentrarse en este descenso a los infiernos se consigue de diferentes y muy eficaces maneras: a través de formas claustrofóbicas y estáticas representadas en la pantalla con encuadres cerrados y espacios de límites perfectamente definidos, entrando y saliendo de lo real a lo sobrenatural y viceversa, a partir de travellings circulares y horizontales, o la creación de manera pausada e hipnótica de una atmósfera malsana, donde los elementos sobrenaturales expuestos provocan la duda de lo acontecido, casi vislumbrado como si el espectador y los personajes estuvieran en un constante estado de duermevela y donde es fácil dudar de lo sentido y percibido.
Felipe Rodríguez Torres
32. Roma (2018). 5 votos
Alfonso Cuarón, México
«Ni siquiera las rupturas visuales (ese brillante montaje de planos cortos que definen al pater familias; el oleaje de agua y jabón con el que abre la película) y las de tono, tan comunes en el cine de Cuarón, logran caldear una película que se mueve en unas coordenadas más reflexivas que emocionales y a la que se podría acusar de ser excesivamente hermosa, de estar demasiado calculada, con sus impecables composiciones, su blanco y negro cuidadosamente contrastado y ese diseño de sonido que aprovecha todos y cada uno de los canales para resultar lo más inmersivo posible.
El mexicano logra construir una mirada lo más compleja posible a la lucha de clases, el principal terreno de la película. Una noche, la familia entera se sienta a ver la televisión. Cleo los acompaña, arrodillada sobre un cojín junto al sofá, con uno de los niños en su regazo. Pero cuando la madre necesita algo, es Cleo la que no tiene más remedio que levantarse para lleva a cabo la tarea, por mucho que el niño se queje. El cariño de la familia rica hacia Cleo es real y sincero, pero la brecha que les separa (y que está impuesta por la propia familia) es insalvable. Sí, ellos la quieren casi como si fuera una más de la familia. Casi, porque es imposible querer a alguien plenamente en una relación como esa. Una relación que el propio Cuarón, en un acto de sinceridad que le honra, desnuda en esta notable película que busca aportar cierta horizontalidad a lo que siempre fue vertical».
Pablo López
33. The Assassin (2015). 5 votos
Hou Hsiao-Hsien, Taiwan-China-Hong Kong
Aunque tal vez no pueda articularlo con precisión, a veces echo de menos el poder palpar el cuerpo de la imagen de una película, despojado de toda capa narrativa. No es una cuestión de forma versus fondo; no soy adepta al cine-de-neones ni a las eyaculaciones tridimensionales de Noé. Hablo del impulso primario de traspasar lo referencial y lo «posmo» para volver a lo que creo que es, o debería ser, el lenguaje cinematográfico: imágenes que dialogan entre ellas, que nos susurran por debajo del ruido narrativo. También es verdad que, ante el advenimiento de las plataformas de teleficción, el medio ha sabido empuñar su mejor arma: la carta del espectáculo. Mad Max: Furia en la carretera es pura imagen-movimiento, a caballo de un relato motor o muleta sencillo, concreto. Sin embargo, el espectáculo está cada vez más sujeto a una intrascendencia bombástica (Iñárritu) o, peor, a arcos psicológicos de la profundidad de un single radiofónico.
Dicho esto, que vivan los films que, como The Assassin, priman un acercamiento sensual, primario e íntimo del cine como «arte experiencial». Para mí, los mayores descubrimientos del año –y quizás de la década– han sido un puñado de directores que, como Hsiao Hsien, han sabido arropar mi relación con las imágenes de una forma más íntima y pura; desde Weerasethakul y su Tío Boonmee (2010), pasando por Pietro Marcello y Bella y Perdida (2015), hasta ese cercano Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma (2019), entre muches otres.
Mariona Borrull Zapata
Otros títulos valorados:
Amor (2012), An Elephant Sitting Still (2018), Animales nocturnos (2016), Anomalisa (2015), Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia (2014), Burning (2018), Call Me by Your Name (2017), Climax (2018), Déjame salir (2017), Django descencadenado (2013), El gran hotel de Budapest (2014), En la playa sola de noche (2017), Érase una vez en Anatolia (2011), Érase una vez en… Hollywood (2019), Fleabag (2016-actualidad), Her (2014), It Follows (2015), Jauja (2014), Joker (2019), La caza (2012), La flor (2018), La tortuga roja (2016), Laurence Anyway (2012) Lazzaro feliz (2017), Leviatán (2014), Lucky (2017), Medianoche en París (2011), Nader y Simin, una separación (2011), Nebraska (2013), Nightcrawler (2014), Nocturama (2016), Oslo, 31 de agosto (2011), Poesía (2010), Shame (2011), Spring Breakers (2013), The Act of Killing (2013), The Leftovers (2014-2017), Tres anuncios a las afueras (2017), Under the Skin (2014), Verano 1993 (2017), Z, la ciudad perdida (2017), Zama (2017)
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