MAYA
El arte de vivir
Al regresar a Francia tras permanecer cuatro meses secuestrado por ISIS en Siria, Gabriel (Roman Kolinka), reportero de guerra, no quiere psicoanalizarse ni escribir un libro; su recuperación está en otra parte. Volverá a Goa, la India, el lugar en que creció. Allí conserva una casa en estado de abandono, los recuerdos de su infancia, una madre que le abandonó y ha rehecho su vida, y a su padrino, propietario de un hotel entre la naturaleza (siempre amenazada por el turismo) y padre de Maya. Será en contacto con todo ello como logre restablecerse y seguir adelante.
Las historias de Mia Hansen-Løve suelen estar marcadas por acontecimientos irreversibles de este tipo que cambian una vida para siempre y que fracturan el relato con una elipsis, a la manera de una herida que debe suturarse durante la segunda parte. Así sucedía en su primera película, Todo está perdonado (2007), mediante una joven que tras una elipsis de años reencuentra a su padre -antiguo drogadicto- y trata de comprender lo que pasó; en El padre de mis hijos (2009), relato fracturado por un suicido; en Un amor de juventud (2011), a través de un reencuentro con el primer amor; etc. Maya, sin embargo, comienza con el cuerpo magullado de Gabriel, que se asea en el baño de un hotel en escala a París, dejando los restos de su cautiverio en un baño en ninguna parte; al menos los restos más visibles. Esta vez el acontecimiento sucede antes de comenzar el relato, como si las segundas partes de las otras películas de Hansen-Løve hubiesen acabado por absorber a las primeras. De principio a fin, la película nos mostrará el difícil y lento estoicismo con que Gabriel trata de sobreponerse al violento secuestro.
Cuenta la directora que sus películas siempre parten de una emoción. En El padre de mis hijos, por ejemplo, de la energía que solía transmitir el productor francés Humbert Balsan antes de quitarse la vida y del estoicismo de su mujer tras su desaparición. Ahora, en Maya, Hansen-Løve parte de la expresión grave y melancólica de Roman Kolinka, con quien ya ha trabajado en Eden (2014) y El porvenir (2016), para hablar de la violencia contemporánea y del oficio del reportero de guerra con todas sus contradicciones. Así que, de una manera elusiva pero siempre presente, estamos ante un film acerca de la superación de la violencia que, en lugar de reproducirla en sus formas, proporciona las herramientas sentimentales para afrontarla.
“No quiero ser esa víctima que lleva su trauma a cuestas siempre”, dirá Gabriel recién llegado a Francia, entre eventos mediáticos y revisiones médicas. Prefiere la acción a la palabra. No encontraremos en Maya desahogos dramáticos ni flashes atosigantes, sino que el trauma sobrevuela todos los movimientos de Gabriel sin manifestarse necesariamente en su rostro. Gabriel se suma así a la ya amplia galería de personajes en tránsito de Mia Hansen-Løve y, como con ellos, es en el recorrido por un lugar y en su caminar donde sentimos su conflicto. Mientras él camina por París, notamos que no puede rehacer su vida. Será en cambio en los ires y venires en escúter por la India, en los paseos por la naturaleza, los baños en el mar y los recorridos por las antiguas ruinas hindúes –primero solo; cada vez más frecuentemente con Maya–, donde lentamente suceda un cambio.
Desde que se encuentran por casualidad en el camino –sin reconocerla, Gabriel pregunta a Maya por la dirección del hotel de su padrino y ella le responde “Sígueme”– el personaje de Maya va cobrando progresivamente mayor presencia en el relato y en la vida de Gabriel. Interpretada con atractiva naturalidad por Aarshi Banerjee, Maya es inteligente y hermosa; joven, pero de una edad indefinida. Le gusta el ritmo perezoso de Goa y, aunque ha estudiado en Londres y pronto la mandarán a Sidney, prefiere estar cerca de sus raíces y el mar. Aunque Gabriel no habla a nadie en Goa de su pasado llegado un momento Maya le confiesa que lo sabe, se lo ha dicho su padre. Y nada. Solo quería que él supiera que lo sabe. No vuelven a hablarlo. Al contrario que en tantas historias de exóticos romances y descubrimientos, aquí lo que importa es presenciar cómo de la compañía mutua va surgiendo la confianza, la complicidad y la intimidad entre los dos.
Al finalizar Maya Gabriel se ha recompuesto y transformado, listo para volver al trabajo –Maya trata también de una crisis vocacional–, pero difícilmente podríamos señalar exactamente cuándo y cómo ha sucedido, como tampoco podemos señalar el momento en que él y Maya se enamoraron. Esta vez, incluso, la directora deja libre a la especulación el destino amoroso de los dos. Al contrario que en una narración clásica, donde las causas y efectos son claros, en el cine de Mia Hansen-Løve la lógica dramática se diluye y no es posible localizar un clímax -una peripecia- articulando los cambios: ni una explicación, ni un efecto dramático, ni un motivo simbólico. La rehabilitación de Gabriel se ha ido gestando poco a poco por el contacto con Maya, con los lugares de Goa y de la India y con la luz del país, a la que la fotografía de Hansen-Løve y Hélène Louvar otorga tal importancia que exige filmar en fotoquímico (35mm excepto en el viaje en tren de Gabriel, en Super 16); más bien ha sido efecto del tiempo y de recorrer un lugar acompañado.
Esto no significa que no haya en Maya, como en todo el cine de su directora, un ritmo y una importantísima modulación emocional, o incluso un clímax final, aquí con el bellísimo tema de Nick Cave “Distant Sky” en la banda sonora. Pero son momentos –estamos en un cine lleno de momentos– que certifican que ha habido un cambio profundo, ahora condensado y de manifiesto, en lugar de acontecimientos cardinales. En definitiva, se trata de una narración en mesetas –bloques temporales cargados de afectos separados por elipsis o evoluciones imperceptibles–, no muy distinta de la vida. Un cine profundamente moral en el sentido griego, ajeno a dogmas, mensajes y moralinas: un cine sobre el arte de vivir.
Maya (Francia y Alemania, 2018)
Dirección: Mia Hansen-Løve / Guion: Mia Hansen-Løve / Producción: Philippe Martin y David Thion (para Les Films Pelléas y Razor Film) / Fotografía: Hélène Louvart / Montaje: Marion Monnier / Diseño de arte: Mila Preli / Reparto: Roman Kolinka, Suzan Anbeh, Judith Chemla, Alex Descas, Pathy Aiyar, Aarshi Banerjee, Pascal Hintablian, Johanna ter Steege, François Loriquet, Sandrine Dumas, Nicolas Saada, Violaine Gillibert
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