MAL GENIO
¿Todo es política?
El destino ha querido que Anne Wiazemsky, actriz y escritora francesa, falleciera justo la semana anterior del estreno de Mal genio (Le redoutable que, bien traducido, sería El temible), la película de Michel Hazanavicius basada en su libro autobiográfico Un año ajetreado, donde describe un momento de inflexión en su matrimonio con Jean-Luc Godard. Pero lo cierto es que Godard tiene una presencia tan grande que todo se convierte en una historia de Godard. El resultado es un relato cinematográfico construido desde la cercanía afectiva de la que dota un matrimonio pero con un evidente tono burlón, necesariamente desmitificador, en torno a uno de los artistas más influyentes del pasado siglo.
La propia Wiazmemsky, que tenía solo diecinueve años (diecisiete menos que el cineasta) cuando se casó con Godard cuenta el lógico devenir de una joven, alucinada por el genial artista que, conforme va madurando, adquiere confianza en sus propias ideas, irreconciliables con las cada vez más visibles e infantiles inseguridades de su marido, necesitado de alguien más dependiente y sumisa para reafirmarse continuamente. La mayor parte de la película sucede tras el estreno de la primera obra conjunta de la pareja, La chinoise (1967), en el contexto de Mayo del 68. Un momento clave en la carrera del cineasta que renegó de su identidad burguesa, tanto personal como artística, para “hacer la revolución” a través de la cinematografía. Un punto de inflexión sin retorno en la carrera de un Godard que pasó a condenar tanto su yo anterior como sus primeras obras, por ser alimento de la burguesía, lo que le conduciría, finalmente, al colectivo cinematográfico Dziga Vertov. Así, lo que cuenta Wiazmemsky parece simple, un hombre decide, como tantos otros en la época, adoptar de forma drástica las ideas maoístas y cambiar tanto artística como personalmente. Por tanto, dejar de ser la misma persona de la que, en un principio, ella se había enamorado.
Esta dualidad, la del Godard de Una mujer es una mujer (1961), que contaba con el amor y la admiración de Wiazmemsky, y la del Godard de Pravda (1969), que había encontrado en el compromiso con sus ideas políticas la única razón de ser de su carrera artística, también es el método desde donde Hazanavicius toma partido para hablar del principal protagonista de su película y, probablemente, de todo el cine francés. A cualquiera que haya visto The Artist (2011) no se le escapa que su director es un admirador de las formas clásicas, del cine como fábrica de sueños, diversión, ensoñación y emoción. Es fan, por tanto, del primer Godard y, como Wiazmemsky, ataca ferozmente al contradictorio revolucionario. En consecuencia, nos encontramos con un Godard inseguro de su nuevo rumbo, cuyas famosas frases lapidarias (“eslóganes” según la película) son cambiantes y contradictorias; un pilar del cine francés cercano a la cuarentena que es abucheado y aplaudido a partes iguales en los debates estudiantiles en los que intenta encajar; un gafotas cuyas lentes se rompen en cada manifestación en las que se mueve de manera más que torpe; un ser incapaz de convivir sin ganar la discusión con cualquier ser cercano que opine diferente a él. Ese es el Godard que según Hazanavicius y Wiazmemsky floreció ese año y esas contradicciones ridículas, esa torpeza, es la que utiliza el director como vehículo de su comedia, a veces más hiriente que humorística. Sin embargo, el Godard de las formas, el color y la música, el de las actrices filmadas y elegidas como musas, el de los juegos de montaje que representaban la libertad antes que cualquier otra idea, es el que utiliza el propio Hazanavicius para afrontar los homenajes formales de su obra. Así, de la misma forma que el discurso en off y el montaje interpelaban y se mezclaban directamente con el argumento en las películas de Godard, Hazanavicius recrea estos mismos diálogos como gags (la escena del desnudo o el travelling a Stacy Martin que cita al de Brigitte Bardot en El desprecio -1963- son solo dos de los numerosos y variados ejemplos).
Sin embargo, pese a que la película cuenta además con dos actores (Louis Garrel y Stacy Martin) que, ayudados por el vestuario, la fotografía y el maquillaje, consiguen crear la ilusión de realidad en torno a sus personajes de manera cuasi-exacta, hay algo que resulta peligroso en el detallado aparato de Hazanavicius. Su inteligente y efectiva reivindicación del cine como arte individual, libre, burgués y disfrutable, una demanda continua que exige insistentemente al personaje encarnado por Garrel durante toda la película, en detrimento de una lectura más política y comprometida del arte y del individuo que no encuentra en su visión ningún argumento no ridiculizado, acarrea una lectura cercana a la ofensa contra la utilidad de la izquierda, el movimiento obrero o revolucionario y la lucha de clases. Hazanavicius ha conseguido lo que se proponía y su retrato es complejo y agudo, pero hay que preguntarse si esto es una burla contra el ego de Godard y sus contradictorias ínfulas de pijo revolucionario o contra las creencias y convicciones de cualquier persona comprometida políticamente con algo más que ver un musical e irse el fin de semana a su chalet en la playa. Y es que, como saben tanto Godard como Hazanavicius (aunque lo niegue), todo es política. El cine, por supuesto, también.
Rafael S. Casademont
Mal genio (Le redoutable, Francia)
Dirección: Michel Hazanavicius / Guion: Michel Hazanavicius / Libro: Anne Wiazemsky / Producción: Daniel Delume, Florence Gastaud, Simone Gattoni, Michel Hazanavicius, Win Maw , Riad Sattouf / Montaje: Anne-Sophie Bion, Michel Hazanavicius / Fotografía: Guillaume Schiffman / Diseño de producción: Christian Marti / Reparto: Louis Garrel, Stacy Martin, Bérénice Bejo, Micha Lescot, Grégory Gadebois, Félix Kysyl